El Gobierno se equivoca con la energía nuclear
La Comisión Europea ha enviado un borrador en el que pretende incluir a la energía nuclear y al gas como energías verdes, cosa lógica, especialmente en el caso de la energía nuclear, por dos razones: es energía limpia y garantiza el suministro que ahora mismo se resiente al abandonar otras fuentes de energía, como el carbón, fiando todo a las renovables, que no conforman una oferta suficiente para la creciente demanda y para cubrir el hueco de oferta que dejan las energías descartadas.
De esta manera, la Comisión Europea trata de resolver la transición energética, al tiempo que contenta a Francia con la nuclear y a Alemania con el gas. España debería estar satisfecha de ello, pues España puede apostar por la energía nuclear -cuenta con uranio para ello- y ser mucho menos dependiente, lo cual abarataría la factura de la energía y haría que pudiésemos estar libres del riesgo político que supone depender, por ejemplo, del suministro de gas.
Sin embargo, al Gobierno le ha faltado tiempo para oponerse a que la energía nuclear y el gas sean calificadas como energías verdes, lo cual constituye un grave error del Ejecutivo, porque perjudica a la economía española de manera muy clara, tanto desde el punto de vista de los consumidores como desde el punto de vista de la industria.
Es imprescindible intensificar la participación de la energía nuclear y del gas para completar de manera abundante la oferta. Francia tiene claro que no puede depender ni de la inestabilidad o decisiones de terceros países, como sucede con el gas, tanto por la parte rusa y bielorrusa, como por la argelina en su conflicto con Marruecos, ni de la volatilidad de los precios generados por la escasez de la oferta al eliminar las fuentes menos limpias sin sustituirlas adecuadamente por otras; por eso, aunque ya es un 70% independiente en su suministro energético, gracias a la energía nuclear, apostará de nuevo por ella.
Por eso, es esencial que la Unión Europea otorgue la categoría de energías verdes a la nuclear -que es limpia, que se puede generar en abundancia y que es segura si se siguen los protocolos adecuadamente- y al gas, al menos para lograr de manera razonable la transición energética. Si no, nos sumiremos en un problema importante de encarecimiento de toda la cadena de valor, a partir del mayor coste energético, y la inflación, el estancamiento y el desempleo se apoderarán de la economía.
Por la ausencia de esa política alternativa, desde finales de verano el precio de la energía no para de crecer, elemento que está impulsando hacia arriba el precio de todos los productos, con lo que la presión inflacionista se deja notar ya de una manera muy clara. La energía no es el único elemento que está impactando en la escalada de precios -el coste del transporte y la escasez de algunas materias primas también- pero sí que lo hace en una parte muy significativa.
Debería reflexionar el Gobierno y cambiar de postura, porque bajo la excusa de la conservación del medioambiente está adoptando unas decisiones que nos está empobreciendo. Se pide acabar con el carbón, con el gas, con el petróleo, pero ese cambio se está llevando a cabo sin que tengamos un buen sustitutivo, competitivo y abundante. Las energías renovables siguen siendo caras, y muchas de ellas no se emplean al máximo de su producción porque los productores no consiguen cubrir costes con sus precios. Paralelamente, no se apuesta decididamente -en especial, en España- por la energía nuclear, segura, barata y que se puede producir de manera abundante.
Con todo ello, hay escasez de energía y hay que completar el conjunto de la oferta con el gas, que, por una parte, se quiere desterrar, pero que por otra se emplea como imprescindible para poder mantener la oferta energética en línea con la demanda. Lo que sucede es que el precio del mismo, que marca el marginal de la energía, se dispara, y el coste conjunto se encarece.
Vivimos en una época en la que las decisiones políticas son cada vez más equivocadas, debido al corto plazo. Si bien es cierto que la política siempre se ha movido más por el cortoplacismo que por pensar a largo plazo -con excepciones- hoy en día se muestra todavía más acusado este problema: es la era de las redes sociales, donde lo que se escribe ahora es ya antiguo, donde todo se quiere al momento, donde no se reposa nada. Y si así es el conjunto de la sociedad, la política muestra ese rasgo de manera exacerbada. De ese modo, en materia energética envuelven todo en celofán de respeto medioambiental sin haber buscado antes una alternativa eficiente, empobreciendo al conjunto de la sociedad, en la que las familias pierden poder adquisitivo para hacer frente a la factura de la luz y al resto de productos, al propagarse el incremento del coste energético por toda la cadena de producción, y paralizando las industrias, que ven cómo sus costes se comen todo margen por la subida del precio de la energía. Es el coste de la improvisación política también en materia energética: un problema de enormes dimensiones en el que nos han metido decisiones erróneas y del que veremos cómo conseguimos salir.
Se necesitan ideas nuevas, empuje, determinación, coraje para afrontar decisiones y vocación de servicio público para aplicar medidas imprescindibles que permitan conjugar energía limpia y eficiente, todo lo contrario de lo que actualmente se propone y se ejecuta. De seguir así, no se solucionará el problema energético, sino que se agravará, especialmente en España, tan dependiente energéticamente, y se perderá competitividad, los ciudadanos tendrán menor poder de compra y el conjunto de la economía se empobrecerá. Por todo ello, el Gobierno debe rectificar, salir de su error y apoyar la catalogación de la energía nuclear y del gas como energías verdes. Lo contrario será empobrecer nuestra economía.