El festival de simplezas de nuestra ‘Izquierda Chiflada’

El festival de simplezas de nuestra ‘Izquierda Chiflada’

En una intempestiva contestación a mi artículo sobre la figura de Manuel Fraga, publicada en la revista Rebelión, el señor Salvador López Arnal se permite no sólo despreciar olímpicamente su contenido, sino descalificar sumariamente a OKDIARIO.

Conozco la producción intelectual del señor López Arnal, discípulo del filósofo comunista Manuel Sacristán, y arquetípico representante de nuestra “looney left”; “izquierda chiflada”, como dicen los conservadores británicos. Su airada y torpe respuesta sólo puede ser interpretada en un contexto sociocultural como el español. En una semblanza de Voltaire, Ronald Barthes caracterizó al autor de Cándido como “el último escritor feliz”, ya que disfrutó del privilegio de no tener críticos de su altura o que se atrevieran a poner en duda sus planteamientos. En ese sentido, la izquierda española puede considerarse, hasta ahora, como una izquierda “feliz”, ya que nuestra sedicente derecha intelectual, si es que existe, abandonó hace bastante tiempo el debate cultural. Por eso, los representantes de la izquierda intelectual, más o menos chiflada, puede decir las mayores insensateces sin suscitar la menor réplica.

Así, la novelista Almudena Grandes, en una conversación con el comunista Gaspar Llamazares, afirma: “Aquí el PCE no fue un partido que tuviera nada que ver con las purgas de Stalin, ni con el socialismo real. Fue un partido de oposición, el partido que mantuvo encendida la luz de la democracia durante treinta y siete años de dictadura, y es esa es la verdad. Hay una tradición de unidad, disciplina, generosidad, deseos de ser útiles y responsabilidad que merece la pena reivindicar”. ¿Habían leído ustedes en alguna ocasión embustes de tal envergadura? Por poner algunos ejemplos palmarios, ¿no tuvo nada que ver el PCE, durante la guerra civil, con el asesinato de Andrés Nin? ¿Tampoco tuvo nada que ver en el desarrollo de las masacres de Paracuellos del Jarama? ¿Y en el genocidio eclesiástico?

A ese respecto, me resulta difícil discernir qué resulta más pornográfico en la obra de la señora Grandes: si su libro Las edades de Lulú, sus novelas pseudo-históricas o sus opiniones políticas. Esa misma izquierda “feliz” no duda en exhibir a un indocumentado de cuarta regional como Antonio Maestre, presentándolo nada menos que como un historiador, cuando se arrugó ante Fernando Sánchez Dragó.

Camisa azul y marcial correaje

Y esto es lo que le ocurre al señor López Arnal, que se siente poco menos que impune a la hora de pontificar y condenar. Como historiador del pensamiento español, me ha interesado la figura de su maestro Manuel Sacristán Luzón. He leído el conjunto de su obra, cuyo contenido me decepcionó. Su figura me recuerda a Naphta, el siniestro personaje de La Montaña mágica, de Thomas Mann, al parecer inspirado en la persona del filósofo marxista Georg Lukács, tan del gusto de Sacristán y de López Arnal. Y es que, en gran media, sus contemporáneos coinciden con esa interpretación. Alberto Oliart lo describe, en sus memorias, como hombre de “camisa azul y marcial correaje”; Carlos Barral como un dogmático; y Eugenio Trías como un profesor universitario proselitista y manipulador, un auténtico “vampiro de almas”.

Competente en lógica formal, Sacristán fue incapaz de elaborar una concepción racional del mundo a través del marxismo. De hecho, su obra se reduce a panfletos y materiales, textos de ocasión y en general polémicos. Fue derrotado por Gustavo Bueno en su polémica sobre el papel de la filosofía en los estudios superiores. Falangista en su juventud, quizá su mejor obra sea una semblanza intelectual de José Antonio Primo de Rivera para un diccionario.

Políticamente, se sintió identificado con las figuras de la terrorista alemana Ulrike Meinhoff y con el indio Gerónimo. Rechazó el eurocomunismo como el último repliegue de un movimiento comunista en decadencia. Y sometió a una crítica inmisericorde el proceso de transición a la democracia liberal. Marxista y leninista, se mostró contrario al capitalismo y la democracia liberal, pero no fue capaz de elaborar una alternativa ni al uno y ni al otro. Eso sí, acaudilló una caterva de discípulos, cuyo miembro más carismático fue Francisco Fernández Buey, que, al final, se convirtió en un mero vulgarizador y apologista de Savonarola y del Che Guevara.

En lo que respecta a mi artículo, el señor López Arnal se equivoca o lee mal. La cita de Gil de Biedma se encuentra perfectamente documentada: “Carta de España (todo en Nochevieja en nuestra literatura al comenzar 1965)”. Ensayos Completos. Seix Barral. Barcelona, 2017, p. 280. Y mi aserto sobre la homofobia de Sacristán no se basa en los testimonios de Esperanza Aguirre, sino en la biografía que Miguel Dalmau dedicó a Gil de Biedma, que recoge el testimonio del economista Fabián Estapé, quien afirma que el filósofo comunista fundamentó su negativa a la entrada del poeta en el PCE en un texto de Lenin, porque “todos los homosexuales son víctimas de su naturaleza y pueden hacer peligrar la seguridad del Partido”. Ni más ni menos. Los alegatos del señor López Arnal en su obra La observación de Goethe son meramente apologéticos y nada convincentes.

El Gulag, «un estímulo productivista y pedagógico»

No pocos discípulos de Sacristán se han agrupado en torno a la revista barcelonesa El Viejo Topo, que yo leo todos los meses, y a la editorial del mismo nombre. Aquí nuestra “looney left” brilla en todo su esplendor. Daré algunos datos, pocos para no cebarme. La editorial El Viejo Topo ha publicado dos obras del filósofo comunista Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo y Stalin, Historia y crítica de una leyenda negra.

En el primero de los libros, interpreta el liberalismo como “una ideología de dominio y hasta una ideología de la guerra”. Losurdo es especialmente duro con Burke y Tocqueville, como apologistas de la esclavitud y de la explotación económica. En cambio, se muestra tolerante hasta el irenismo, en su segunda obra, con la figura de Stalin. No considera que su régimen fuese totalitario y lo caracteriza como una “dictadura de desarrollo”. Niega la existencia del “holocausto” en Ucrania. No llega a discutir la existencia del Gulag, pero banaliza su significado y características, ya que considera que en su interior predominaba no un proyecto de exterminio, sino “un estímulo productivista y pedagógico”. Y es que en el Gulag el detenido es un “compañero” potencial obligado a participar en condiciones de especial dureza en el esfuerzo productivo de todo el país, y después de 1937 es en todo caso un «ciudadano potencial».

No menos escandalosas son sus apologías en El Viejo Topo de Fidel Castro como líder comunista. Y su admiración se trasladó a Hugo Chávez, a quien, tras su muerte, El Viejo Topo dedicó un número extraordinario de la revista, con el título de Chávez Vive. Juan Carlos Monedero le dedicó una oración fúnebre, en la que el líder bolivariano aparecía como el gran enemigo del “fascismo” y del “neoliberalismo”. Hay que reconocer que cierta literatura de “looney left” resulta insuperable en simplezas y necedades. El Viejo Topo se ha tomado en serio, además, al sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, a quien Víctor Ríos y Miguel Riera entrevistaron para la revista barcelonesa, dedicándole ¡catorce páginas! Todo un hallazgo. Por todo ello, la lucha contra nuestra “izquierda chiflada” es un imperativo categórico. Frente a ella, es necesaria la elaboración de una auténtica reforma intelectual y moral.

  • Pedro Carlos González Cuevas es profesor titular de Historia de las Ideas Políticas y de Historia del Pensamiento Español en la UNED.

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