Esto es un atraco
Y por tanto, ¿cómo se debe llamar a los que lo perpetran? Pues según ellos mismos o “modernizadores” o “adaptadores”. ¡Qué jeta! Son los reyes del eufemismo. Se disponen a someter a los españoles sin excepción (¡que mandanga es esa de ricos y pobres!) a un abuso fiscal sin precedentes y, encima, lo venden asegurando que lo hacen por nuestro bien. Son como aquellos frailes de nuestra infancia que nos arreaban unos sopapos sin contemplación y cuando terminaban de pegar, decían amorosamente: “Que conste que lo he hecho para que aprendas”.
Ahora este Gobierno confiscador suprimirá los beneficios fiscales de los planes de pensiones hasta convertir estos productos financieros y de ahorro en calderilla que nadie utilizará. Ahogará a las empresas con gravámenes que a muchas les pueden empujar al cierre de la persiana. Además, intentará resucitar los impuestos de Patrimonio, Sucesiones y Donaciones con una excusa más falsa que la cara de Sánchez: no es cierto que Europa lo exija, sólo hay tres países que los sostienen y dos de ellos pretenden abolirlo. Van a poner peajes hasta en los caminos de cabras porque, como dice el director general de Tráfico: “Alguien tiene que pagar esto”; pero, mendrugo: ¿para qué valen entonces los dineros que nos sacan todos los años de nuestras carteras? Es la misma argumentación que estos leñadores del bolsillo manejan para subir considerablemente también las cotizaciones a la Seguridad Social: “Es que la Sanidad no puede ser gratuita”. Mentira: no lo es, se extrae de nuestras aportaciones laborales. Son unos embusteros de tomo y lomo. ¡Ah! y otra vez contra el diésel: el que tenga o se compre un coche con este combustible lo abonará a precio de gran reserva alcohólica. Y, ¡ay del que se suba a un avión!: le estrujará en su billete mientras Sánchez utiliza el Falcón como una suite aérea.
Lo que sucede es que, aparte de sectarios, son unos tremendos incompetentes, Como asegura Elvira Rodríguez que fue, aparte de ministra de Medio Ambiente, secretaria de Estado de Presupuestos, o sea, que de esto sabe algo (más desde luego que Cristóbal Montoro, antecedente repulsivo de Sánchez, Montero y compañía): “Estos personajes -dice- no saben realmente qué hacer. Visten el hachazo de “modernización” cuando se trata de una receta fracasada; en un país precisamente moderno sólo sube la recaudación cuando se eleva el crecimiento, y éste depende del consumo”. Esto no es una hipótesis, ni una discutible teoría, está empíricamente comprobado por los hechos. En España, Aznar y en menor grado Rajoy, demostraron que su terapia económica sacaba al país del marasmo al que nos habían conducido los irresponsables socialistas.
Ni saben cómo atajar la deuda y el déficit, ni tienen la menor intención de contener el gasto pantagruélico del que disfrutan. Seguirán manteniendo ministerios inútiles, y seguirán repartiendo diezmos y primicias a sus amigos aprovechados, siempre a costa del erario. Como los viajes opacos sin justificar del desvergonzado presidente del Gobierno. Son unos inútiles que revisten todas sus acciones de fingida bondad (ya lo hemos descrito), y de la presión europea, pero de nuevo mienten: intentar arrasar a las regiones que, como Madrid, es un ejemplo de todo lo contrario. Usan el euro para domeñar el voto de Madrid, pero ya saben a ciencia cierta cómo se comporta un pueblo cuando se le atosiga, se le impide trabajar, o directamente, se le acosa por tierra, mar y aire. Y encima, hacen risas, si risa puede llamarse al vómito repugnante de la vicepresidenta Calvo que pinta a los electores del centro y la derecha como borrachos, presos de la afición a las tabernas del berberecho. ¡Qué finura dialéctica! ¡Cómo se nota que no ha visitado nunca una ‘casa del pueblo’, donde se sirven gallinejas (¡qué asco!) o los riquísimos boquerones en vinagre!
Se avecina una guerra en toda regla entre los dilapidadores, salteadores de caminos y los partidos de la oposición. Será batalla tras batalla para tratar de impedir, o aminorar, el saqueo que la infame cuadrilla de Sánchez quiere perpetrar para todo español que tenga la decencia, no como ellos, de ganarse el pan con el sudor de su frente. Una guerra como ésta, de tan enorme calado, justificaría por sí sola una campaña electoral para que el público en general se colocara activamente en uno de los dos frentes. Se trata de asaltar las cuentas corrientes de los ciudadanos. ¡Fíjense si esta no es la gran razón para dirimirla en las urnas! Sobre todo teniendo en cuenta, que estos arrebatacapas van a disfrazar con campaña de engaño y disimulo, pagada, naturalmente, por todos nosotros. Esto es un atraco: le costarán a usted más caras las autovías, ya no podrá ahorrar con su plan de pensiones, le subirán las cotizaciones sociales, exprimirán a sus descendientes por la magra herencia que usted les pueda dejar, gravarán las donaciones para que sus hijos no puedan favorecerse del esfuerzo de sus progenitores, tendrán que dejar el automóvil en casa porque el diésel estará prohibitivo, le perseguirán a sablazos (como Montoro pero sin risa de conejo) si se le ocurre montar una sociedad, y se le fiscalizará hasta por intentar la mejora de su domicilio. ¿Es o no es un atraco? ¿Hay motivo para adelantar unas elecciones y enviar definitivamente a hacer gárgaras a estos mecheros?
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