Españexit (Lo cara que puede salirnos la broma de Podemos)
Una de las mayores estupideces en forma de trola que he escuchado últimamente es que la inversión nacional y extranjera en el Reino de España se está paralizando o directamente desplomando por «la falta de un Gobierno estable». Un lugar común que ha adquirido la condición de estereotipo y que repiten cual cacatúas los voceros de ese Grupo Prisa que mandó durante décadas en este país y que quiere seguir haciendo lo propio por Pedro Sánchez interpuesto pese a no ser ni una sombra de lo que fueron en tiempos polanquiles. Mienten con desparpajo porque es lo que hicieron en los Felices (para ellos, claro) Años 80 y 90 en los que «no había cojones [Don Jesús dixit]» para contravenir los caprichos del amo. Unos echan mano de la patraña inconscientemente porque les han lavado tantísimo el cerebro que lo suyo ya no es técnicamente una mentira. Realmente lo piensan. Los más empollados nos engañan a sabiendas porque conocen mejor que nadie los datos.
La verdadera razón de la salida de capitales, a la que habría que sumar la no entrada para percatarnos de la dimensión del problemón, se llama «efecto Podemos». Así de sencillo. A los pastosos del mundo entero les importa un comino que haya un Gobierno en funciones, entre otras razones, porque mientras gobierne Rajoy no gobernará Iglesias, solo o en compañía de otros. No desdeñemos tampoco el acierto que supuso hacer caso a la Unión Europea que instó a Moncloa a aprobar cuanto antes los Presupuestos Generales del Estado de 2016. Haber contrariado los deseos de Bruselas, tal y como exigía airadamente la oposición, hubiera representado un agravante gigantesco a un problema que con ser importante no es ni la tercera o cuarta parte de lo que podría ser si los coletudos asaltan el poder por las buenas o por las malas.
Aquí el espantapájaros se resume en tres palabras: Po-de-mos. Hay un dato que pone los pelos de punta y que pasó desapercibido cuando se hizo público allá por el mes de marzo. Entre otras razones, porque las mentiras podemitas gozan siempre de mil y un altavoces y las consecuencias que está provocando ya el miedo a esta banda se pasan por alto para no frenar el caudal de votos morados. Lo cierto es que el ejercicio 2015 se cerró con una fuga de capitales de 70.200 millones de euros, que se dice pronto. ¿Y cuándo comenzó la gente a pirárselas con su parné? Pues casualmente, y lo pongo deliberadamente en cursiva, en el mes de junio. Hasta entonces el saldo entre entradas y salidas era superavitario. ¿Y qué pasó para que lo que iba razonablemente bien, por no decir que muy bien, empezara a ir rematadamente mal? Pues lisa y llanamente que el 24 de mayo se celebraron unas elecciones que acabaron dando la Alcaldía de Madrid a Podemos, la de Barcelona a los independentistas socios de Pablemos, la de Zaragoza al de la gomina morada, la de Cádiz a ese chapucero Kichi que está destrozando la Tacita de Plata y la de Valencia al más razonable pero igualmente extremista Ribó.
Donde antes entraba el dinero a chorros (en 2013 arribaron 81.937 kilazos desde el extranjero) empezó a largarse en cantidades industriales al punto que nos tomamos las uvas con 70.200 millones de euros menos en territorio nacional. Este bajón es el segundo más importante de nuestra historia macroeconómica, sólo superado por el roto de 2012, que se saldó con una desbandada de 170.000 millones. La curva empezó a ir para abajo a raíz de la entrada de Podemos en la escena institucional en mayo de 2014 y de la consiguiente torpeza de Rubalcaba y Don Juan Carlos, a los que no se les ocurrió nada mejor que dimitir y abdicar una semana después de que los bolivarianos lograsen cinco diputados en el Europarlamento. Con esta imbecilidad en forma de renuncia el jefe de la oposición y el monarca dieron la sensación de que los verdaderos vencedores de los comicios eran los que en realidad habían quedado cuartos. A partir de ahí empezaron a subir como la espuma en las encuestas a la par que fondos y multinacionales se iban con sus euros a otra parte. El destrozo fue progresivo pero imparable hasta alcanzar esas dimensiones cósmicas.
Teniendo en cuenta que por cada millón de euros que entra en España se crean alrededor de 20 puestos de trabajo estamos hablando de una puñalada mortal al empleo, ya que esos 70.200 millones de euros habían ocupado a 140.000 personas. Afortunadamente, la demanda interna sigue como un tiro y en los dos últimos años se han generado 1,5 millones de puestos de trabajo, a una media de 2.000 diarios, más que nadie en Europa. No podemos olvidar tampoco que las exportaciones han sido a esta nueva etapa de prosperidad en ciernes lo que la construcción significó a los momentos más esplendorosos del aznarismo en los que nuestro PIB estiraba a un ritmo del 5% anual. Al principio de la era Rajoy las exportaciones representaban el 24% del Producto Interior Bruto (PIB), ahora el 33,7%. Un modelo de crecimiento mucho más sostenido y sostenible que ése del ladrillo que significó pan para hoy y hambre para mañana.
Del estirón del PIB también hablo porque cuando las cosas van mal hay que contarlas pero cuando marchan bien, también. Lo contrario, que es lo más habitual en estos tiempos de podemización de buena parte de los medios, es lisa y llanamente un ejercicio de embuste infinito amén de una traición a ese juramento hipocrático que suscribimos los periodistas de contar la verdad. Nuestro PIB estira en estos momentos a un ritmo del 3,4%, más que ningún otro de los grandes de la Eurozona, el doble que Alemania (1,7%), casi tres veces lo que Francia (1,2%), sustancialmente más que Reino Unido (2,3%) y nada más y nada menos que el doble que la media de la UE (1,7%).
Todo este panorama se puede ir al carajo si los tan indocumentados como mentirosos a la par que demagogos del corazoncito de colores se salen con la suya. Hablan de subsidiar a la población cuando lo que hay que hacer es facilitarles un puesto de trabajo (ésa es la mejor política social) y quieren disparar el gasto público en 60.000 millones de euros cuando desde Bruselas nos invitan a bajarlo en 8.000 por órdenes de Berlín. Esos 60.000 millones de euros dispararían el déficit público a no menos del 11% dejándonos fuera de los mercados de capitales y al albur de un seguro rescate. ¿Se acuerdan de lo que sucedió en Grecia? Pues eso es lo que puede acontecer por estos pagos con un Gobierno dominado por Podemos. Disparará a la luna el gasto, nos ametrallará a impuestos (el tipo marginal máximo al 55%), los que ganen más de 60.000 euros brutos anuales deberán astillar casi la mitad a Papá Estado (el 45%), se eliminarán las deducciones fiscales, nos subirán globalmente la tributación en 25.000 millones de euros y lógicamente la salida de pasta de este país en cuestión de horas será sideral. Las consecuencias son obvias: el paro se irá más allá del 25%, pasaremos de un crecimiento del 3,4% a entrar en recesión en año y medio y no es de descartar que la falta de liquidez obligue a un corralito modelo Tsipras. No hablo de la Bolsa pero parece obvio que puede caer a plomo un 30% en un mes con un Frente Popular en Moncloa.
A ver si se enteran: a menos impuestos, más recaudación. Está todo inventado. La curva de Laffer lo prueba empíricamente. Pero no hace falta ser Samuelson, Friedman, Yellen, Greenspan o Draghi para colegir que si los ciudadanos tenemos más dinero en el bolsillo, gastamos más. Es tan lógico que sólo un cretino integral puede sostener lo contrario. A las pruebas me remito: la bajada del IRPF en España no sólo no supuso una bajada de la recaudación sino todo lo contrario. Montoro nos trincó 72.662 millones por este concepto en 2014 y 72.957 en 2015 tras el primero de los alivios fiscales. Lo mismo pasó con el de Sociedades pero a mucha mayor escala: de 18.713 millones en 2014 pasamos a 23.557. Un círculo virtuoso que podemitas y socialdemócratas niegan con la tenacidad de un corredor de fondo y con la falta de convicción de un vendeburras.
Ahora que parece que el Brexit se aleja del escenario de la realidad, tal y como un menda pronostica desde hace varias semanas (este Cameron no ha perdido uno solo de los retos que se ha puesto), no es descartable ni muchísimo menos que la llegada de estos pollos a las instituciones claves del Estado provoque un guirigay monumental en la cuarta economía de la zona euro. Nosotros no saldremos de Europa porque ese debate no está encima de la mesa… pero como si saliéramos. Nadie nos querrá prestar dinero salvo que pasemos por el aro con unas condiciones tan draconianas como las que tuvo que aceptar ese Tsipras que es el espejo en el que se mira Iglesias, ese Tsipras que, entre otras cosas, les ha metido un rejonazo del 35% a sus pensionistas. Y entonces la pobreza, de la que tanto hablan los Iglesias, Errejón y cía como si esto fuera Gambia, no será ya un ejercicio de demagogia y verborrea barata sino una triste realidad. Espero, confío y deseo que la sangre no llegue al río, pero si se impone la irresponsabilidad que Juan Español no diga que no se lo avisamos.