España es esa cosa hecha por Castilla

Castilla y León

La enérgica premisa con la que encabezo este artículo no es invención mía, ni siquiera puedo afirmar rotundamente que la comparta. Es de Ortega y Gasset. No hay nada de indeciso en ella, ni pretende dejarse doblegar. Lo puro debe mantenerse puro y las ideas han de revestir sus formas más heroicas. Mi interés al procurar desarrollarla es verter información para comprender algunos aspectos de la actualidad. El secreto para enjuiciar con cierto criterio, en la mayoría de los casos, es tan sencillo como mirar un poquito hacia atrás. El color de fondo es el amarillo de la tierra llana y uniforme, árida y desamueblada, dotada de elementos mínimos, la Castilla esencial. El mismo escenario, parcela arriba parcela abajo, que ha decidido hace apenas unas horas su devenir en el siguiente capítulo de su historia.

En Castilla la Vieja se planteó la crisis del Antiguo Régimen con bastante precocidad. La transición entre el feudalismo y el capitalismo, en esta zona, quedó determinada por las peculiares circunstancias de los siglos anteriores, por los que se instauraron formaciones feudales transicionales. Ligada a la clase dominante que coronaba todo el ordenamiento social y que controlaba el ámbito de lo jurídico-ideológico fueron apareciendo personas que, como rentistas, residían en las villas o ciudades ejerciendo las actividades de escribanos, comerciantes, médicos o funcionarios. El carácter dependiente del capital comercial que estos generaban fue desempeñando una función cada vez más necesaria en el ámbito de la distribución y de la comercialización.

Esta nueva formación socioeconómica ayuda a comprender por qué en ese momento la burguesía fue adoptando actitudes políticas de compromiso con el aparato jurídico-constitucional vigente. La ruptura con éste sólo se planteó cuando dicho aparato constituyó un obstáculo para el desarrollo capitalista. Un ejemplo muy elocuente es el de un escribano castellano (natural de Boecillo, Valladolid) que fomentó el estudio de leyes en sus hijos para poder modificar esa férrea estructura que no les permitía enriquecerse libremente: el padre de Germán Gamazo, luego suegro de Antonio Maura. Su papel en la historia de España supone una especie de semilla -revestida de capacidad y de ambición- para que los principios jurídicos se fueran amoldando a la nueva ideología que luchaba por modificar las estructuras vigentes con el fin de crear mayor riqueza para el país.

Acotando el tiempo, la quiebra social e institucional definitiva del Antiguo Régimen no se produjo en España hasta 1830, pero ya antes, entre 1780 y 1814, estaban actuando de forma explícita los factores profundos de su disolución en el ámbito castellano. Timoteo Gamazo Sanz, el escribano de Boecillo, había nacido en 1818. Esto quiere decir que creció con una ideología aventajada respecto a otros españoles en relación a la consecución del derrumbe definitivo de la sociedad antiguorregimental. Aquel hombre llegó a ser administrador del Patrimonio Real en Valladolid. Sentada en la plaza de la iglesia boecillana, en la que es hoy la plaza de los condes de Gamazo, esperaba hace un par de años a que llegara un nieto de Timoteo. Era la hora del almuerzo, así que soñaba con una cazuela zamorana acompañada de un vaso de barro lleno de vino, mientras miraba el Casino, que fue el solar original de la casa de esta dignísima familia. Pensaba en lo diferente que era el carácter vallisoletano del de mi tierra, Sevilla.

Así, embrujada por mis propios pensamientos, miraba desde lejos los restos del jardín que el sevillano Javier de Winthuysen había diseñado en Boecillo para los condes de Gamazo en 1929, y cuyos planos se conservan en el Real Jardín Botánico de Madrid. Delata este dato el conocimiento y la capacidad adquisitiva de aquella gente, pues contrataron al jardinero más solicitado del momento. Por los mismos años, había realizado también la restauración de los jardines del Palacete de la Moncloa, el jardín de la residencia de los marqueses de la Romana, el de la Residencia de Estudiantes y el de los vizcondes de Güell, en Ávila, entre muchísimos otros. Qué sorprendente unión de conceptos me asaltó en aquel mediodía de marzo. El apego a la tierra tiene una fuerza envolvente. Encontré cierto encanto a aquella situación. Para salir de ella airosa y terminar esta historia, se me ocurre citar unos versos del pregón boecillano de 1994, para volver al realismo castellano, que para poetas ya está mi tierra.

De despedida un renglón

prohibido están las rencillas

y al que se ponga faltón

que le den mucha morcilla.

 

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