Esos poetas en favor de una gran coalición
A veces almuerzo con algunos amigos ilustrados, economistas, todos patriotas y con sentido común, y cuando acabamos tengo la impresión de haber comido con unos poetas. Con unos señores estupendos que están fuera de la realidad y manejan escenarios utópicos. Según ellos, España atraviesa una emergencia nacional y no puedo estar más de acuerdo. Aunque tenemos una de las tasas de vacunación más altas del mundo, la economía no arranca ni a tiros. Somos el país de la Unión más retrasado en términos de crecimiento y de recuperación del nivel de actividad anterior a la pandemia. El paro continúa siendo alarmante, el déficit y la deuda pública han alcanzado ya rangos prohibitivos, que solo destacan menos por la suspensión de las reglas fiscales europeas con motivo de la pandemia.
En su opinión, lo que está sucediendo tiene que ver directamente con un Gobierno que depende de socios que cuestionan el régimen constitucional y que, al mismo tiempo, postulan una estrategia económica incompatible con la sanidad de las cuentas públicas, el fomento de los negocios y la creación de empleo. Es el caso de Podemos, de los independentistas catalanes y ya no digamos de Bildu. El caso es que Sánchez está atrapado en las garras de estos socios indeseables con los que jamás se podrá llegar a buen puerto alguno. Y que, por tanto, la única manera de salir de esta encerrona para dar oxígeno al país y abandonar la situación de marasmo creciente en la que nos encontramos sería la de una gran coalición entre el PSOE y el PP, o viceversa.
Pero todo esto sería muy plausible si no tuviéramos en cuenta que el Gobierno es el que es por deseo expreso de Sánchez, que en su momento rechazó la posibilidad de alcanzar un acuerdo con Ciudadanos, y porque, a pesar de las teorías dominantes sobre el personaje, el presidente no solo persigue mantenerse en el poder a toda costa -algo cierto, pero no muy diferente de los que lo han precedido-, sino porque éste en particular, igual que sucedió con Zapatero, tiene una ambición mayor. Ésta es la de utilizar el poder para cambiar la sociedad de cabo a rabo, y, por resumirlo de una manera prístina, para ganar la guerra civil que por fortuna perdió en su momento la izquierda.
Claro que Sánchez es un embustero compulsivo, capaz de decir una cosa y la contraria sin descomponer el rictus, claro que es un pésimo gestor, pero sería un error concluir que no tiene principios, aunque sean los más nocivos imaginables. Como Zapatero, Sánchez representa lo peor de la historia del socialismo, el de la infausta segunda República, y en estos momentos cruciales, encarna el socialismo desleal con la Constitución y la Monarquía parlamentaria. Sus pactos con los independentistas catalanes y los etarras vascos son algo más que circunstanciales. Tienen que ver con que no tiene reparo alguno con la destrucción en marcha de la nación que tanto le disgusta. En el fondo Sánchez comparte esta tarea de demolición para instaurar un nuevo régimen presidido por una falaz justicia social, así como un futuro político plagado de incertidumbres.
Como digo, la ambición capital de Sánchez no solo es la ocupación del poder a cualquier precio, que también, sino la ocupación del poder para fabricar una nueva sociedad y ganar décadas después la desgraciada contienda civil a que condujo una izquierda radical sin escrúpulos. Esta es la clave que explica la apuesta por un cambio revolucionario en la educación, que ni siquiera sus socios exigen con premura, o la inundación de gasto público y de subida de los impuestos que llevan camino de llevar a la economía al borde del colapso, junto a la derogación de la reforma laboral, que será un freno de mano para la creación de empleo.
Mis amigos creen noblemente que no hay otra manera de salir del atolladero que una gran coalición, y cuando trato de convencerles de que esto es literalmente imposible, me dicen que cosas más raras se han visto: “también Sánchez dijo que no podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias y luego se acostó con él”. Yo creo que no es lo mismo. Las ideas que maneja el señor Casado sobre la vida civil y económica están en las antípodas del socialismo del momento. El primero sigue sosteniendo con razón que hay que rebajar los impuestos y reducir el gasto público improductivo, liberalizar la economía, flexibilizar el mercado laboral y racionalizar las pensiones.
Las prioridades de Sánchez son las contrarias, y esto es lo que explica, como reconocen mis amigos, que la situación económica sea mala sin viso alguno de que pueda mejorar salvo que se practique una cirugía potente. No podrá ser con una gran coalición que es literalmente imposible. Ninguna de las medidas que habría que poner en práctica para enderezar el país podrían llevarse a cabo con el PSOE de Sánchez en el seno del Gobierno. La recuperación de la energía nuclear, por poner un ejemplo. La racionalización del sistema de pensiones. La gestión neutral y eficiente de los fondos europeos.
En lo que fallan estos amigos de los que hablo, siempre correctos, biempensantes y socialdemócratas es en despreciar las posibilidades del eventual Gobierno entre el PP y Vox que las encuestas ven muy posible. Y piensan así porque, en su equivocada percepción, equiparan a Podemos con el partido de Abascal, cuando no existe clase alguna de similitud. Podemos es un partido antisistema, enemigo de la separación de poderes y de la democracia, es un partido de ultraizquierda radical. Vox es un partido esencialmente conservador. Sus ideas económicas son parejas a las del PP: cree en la libre empresa, en el mercado, predica el fomento fiscal de los negocios, postula impuestos bajos y un gasto reducido, un estado pequeño, una sociedad civil fuerte y una comunidad de gente voluntariamente solidaria, sin el yugo de la coacción del Gobierno de turno.
Aunque estos amigos aceptan estas similitudes, desconfían abiertamente de la determinación de Vox para desmontar el ‘progreso de las identidades’ y de libertades personales que a su juicio ha puesto en marcha Sánchez y que es del gusto de la opinión pública. Pero esto es sencillamente falso, es una trampa. Lo que ha hecho el PSOE contemporáneo es instaurar la dictadura de las identidades y coartar la libertad de expresión si esta se usa para cuestionar lo políticamente correcto. No. Vox es un partido serio, al contrario que Podemos. Su presencia en un eventual gobierno del PP, sumando una mayoría absoluta, no tendría inconveniente alguno en el plano político, ni mucho menos en el económico, y sería determinante para sacudirnos de encima la tiranía del buenismo, y todo su reguero de traiciones a la naturaleza humana. Una gran coalición, por el contrario -como incluso albergan muchos notables del PP que hacen ascos a Vox, o personajes tan atrabiliarios como el sindicalista Cándido Mendez- es lo más parecido a la ensoñación de un club de poetas aficionados.