Enrique Romero y el maestro Ruiz Miguel

Enrique Romero
Paula Ciordia

Este verano el periodista Enrique Romero nos ha dado una gran lección a todos. En el transcurso de una transmisión televisiva de la Feria de Toros de Málaga, miles de espectadores vimos en directo el faenón del joven diestro David de Miranda. Un torero que se jugó la vida en todos los segundos en los que estuvo frente a sus dos toros.

Testigos que presenciaron aquella tarde en La Malagueta, me han llegado a decir que lloraron viendo torear a David de Miranda. Así me lo contó recordando los pases de pecho un tipo duro y buen aficionado francés en Bilbao: «Me emocioné como hacía mucho tiempo. Me di cuenta que estaba llorando, no pude contener las lágrimas, era una mezcla de asombro, belleza y admiración. Esa superación era cautivadora».

Su amigo, otro francés de Nîmes, me relataba los momentos de máxima tensión que habían vivido cuando le vieron al toro zarandearle. «La manera que cayó nos hizo pensar lo peor. ¡El cuello!, dijimos. Pero Miranda se levantó, y siguió como si nada hubiera pasado».

He ahí otro de los milagros que un día, alguien con una vocación como la que tuvo José María de Cossío, tal vez reseñe en un volumen sobre apariciones de Dios en el ruedo, sabiendo que la empresa que emprendiera sería tal inconmensurable como el mismo cielo.

Pues bien, en esta tesitura, la puerta grande que el público había pedido clamorosamente –y que la presidencia concedió sin atisbo de dudas– se quedaba fuera de la franja televisiva. Era hora de despedirse, y los espectadores nos resignábamos a perdernos el colofón de una tarde que afortunadamente había concitado a miles de espectadores en diversas localidades españolas.

Pero he ahí que Enrique Romero entiende que eso sería como marchar de una misa sin recibir la bendición. Como no apurar la copa del brindis nupcial. Como dejar para nunca lo que sólo puede existir hoy y es bendito. Sería, en definitiva, algo sacrílego.

Y de repente, los que vimos una faena al maestro David de Miranda histórica, vemos otro episodio que forma ya parte de la historia de la televisión. De esos cortes que pasados los años, rescata un romántico para mostrar que hubo un tiempo en que los profesionales eran hombres con valor y valores.

«Yo no me voy sin ver salir a hombros a David de Miranda. Esto es respeto. Que todo el mundo lo sepa. Lo siento compañeros, pero aquí ha pasado algo grande», dijo Romero. Templó el ambiente, paró la transmisión de los informativos y mandó continuar con la emisión de la corrida hasta ver a atravesar la puerta de los héroes, a uno que había demostrado que lo era con nombre propio. Miranda cortó tres orejas y pudimos observar cómo es este torero ante el triunfo rotundo. Ante el riesgo que hiela. Ante ese todo o nada.

El maestro Ruiz Miguel le contestó por verónicas al miura: «Así es, eso es respeto». Y la terna con Noelia López, cerrando el cartel, llevaban a lo más alto la dignidad de la profesión. Aquel 20 de agosto, como dice la Fundación Toro de Lidia, «Canal Sur reventó los audímetros de la televisión. 256.000 espectadores de media, un 19,6% de share con picos del 25% una auténtica barbaridad».

Una tarde que la plaza de toros de Málaga había colgado el cartel de ‘no hay billetes’, por cierto. Y que, gracias a la televisión pública, los aficionados no nos perdimos la faena que consolida a David de Miranda como una figura indiscutible del toreo –triunfador de la pasada feria de Abril y las Colombinas–. Y que además se medía esa tarde con Roca Rey, que compartía cartel también con Manuel Escribano. Porque la rivalidad importa para contextualizar la magnitud de la gesta.

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