Se encanallan Aragón y Murcia

PP Vox PNV

Parece que en el centro y la derecha española no aprenden. Lo acaecido el domingo debería ser suficiente para que, por el centro, el Partido Popular reconsiderara si su estrategia de relación con la derecha rígida de Vox ha sido la más adecuada. Vox, por su parte, insiste en mirarse el ombligo y vuelca la culpabilidad -la culpabilidad más que la responsabilidad- de sus pésimos resultados en el voto útil que los españoles, en uso absoluto de su libertad, han depositado en las urnas. A este factor y al empedrado de los medios de comunicación que son, en opinión de los nuevos dirigentes que rodean al despistado Abascal, los fautores de su desastre electoral. Es decir; lo de siempre: una parte de España, la que abjura del socialcomunismo, se pelea en una estúpida lid, mientras la otra, la barrenera de nuestra historia, se regodea contemplando cómo sus enemigos (que son enemigos, no rivales) les hacen el caldo gordo.

En estos días posteriores al domingo ya se sabe que Feijóo está intentando hablar con tirios y troyanos, uno de estos últimos, el PNV, ya ha manifestado por boca de su mínimo presidente en extinción, Ortuzar, que ni siquiera tiene la menor intención de ponerse al teléfono de Feijóo. La raya roja es Vox. Vale: al PNV le cae muy mal Vox y tiene todo el derecho, compartido con muchísima gente, de no tragar ni a Abascal, ni a sus muchachos. Pero es curioso: mientras el PNV se pone tan estupendamente límpido repudiando a Abascal, comparte alianzas con una coalición, Bildu, trufada de la peor escoria de la sociedad vasca, asesinos incluidos. Los hipócritas se declaran incompatibles con la derecha más anclada en presupuestos vetustos, pero no le hace ascos a compartir la cama con los sucesores de los terroristas. ¡Qué postura más asquerosa!

Y volvamos al rifirrafe de todo lo que no es el PSOE. Pasado el dramático sofocón del domingo, cuando un tercio de los votantes españoles le dijo festivamente a Sánchez que «haga usted lo que quiera con nosotros, que le vamos a seguir votando», estamos ahora anclados en la resaca de los resultados del 28 de mayo. Dos regiones, Aragón y Murcia, continúan sin componer un Gobierno legítimo porque las dos fuerzas en cuestión, que pueden resolver el endoso, se tiran los trastos a la cabeza y no se ponen de acuerdo. Y vamos a ver porque el ciudadano se pregunta: ¿quién tiene más culpa de ello? En Murcia, los medios informativos de la Región están estupefactos ante el conocimiento, tras el domingo, de que Vox no sólo no haya rebajado la cuantía de sus condiciones para apoyar la investidura del pretendiente López Miras, sino que la haya agravado considerablemente con dos puntos que sus directivos exigen como irrenunciables: la Vicepresidencia del propio Ejecutivo, y algo extremadamente sorprendente, someter a examen, y, por tanto, aprobarles o suspenderles, a los candidatos a consejeros propuestos por el PP.

Algo realmente insólito porque ya ni siquiera confieren al aspirante la jerarquía de nombrar a quien le dé la gana, se encargan ellos, Vox, los que cierran o abren el fielato de su validación. Esta restricción del Vox murciano no se presentó ni en Castilla y León, ni en Extremadura, por eso la pregunta pertinente es ésta: ¿la extremada exigencia es una idea del partido regional o es una instrucción de Madrid?

No se sabe ciertamente o, por lo menos, el interlocutor afectado, el PP, afirma no saberlo. Como tampoco acierta a entender en Aragón qué significa exactamente la nueva cláusula que Azcón, el aspirante que ha ganado las elecciones regionales, ha recibido como sine qua non para verse refrendado con los escaños de Vox. Le ponen a Azcón contra la pared advirtiéndole algo que no es totalmente de su incumbencia: que si no cambia el modo, fondo y forma en la relación de Feijóo con Abascal y Vox, en manera alguna le aceptarán como presidente de Aragón. Realmente esta condición transpira una cierta puerilidad, suena algo así como a esta advertencia de juegos infantiles: «O me dices que soy tu amigo, o no te paso el balón». Tampoco en este caso los medios más influyentes de Aragón comprenden qué está ocurriendo. Dice un antiguo diputado que todo esto se asemeja a aquella frase enigmática de Franco que rezaba de esta guisa para referirse a los enemigos del Régimen: «O no saben lo que dicen o lo saben demasiado bien».

Así las cosas y a esta hora, lo más probable es que los ciudadanos aragoneses y murcianos vuelvan a ser sometidos en un par de meses a la nueva tortura de una repetición de elecciones que, encima, podrían solaparse con otras generales que, en modo alguno, están ahora negadas en España entera. A quien corresponda hay que enviarle esta interrogante: ¿están seguros los que promueven unos subsiguientes comicios que el electorado les va a premiar por su testarudez? A primera vista no parece que vaya a ser así. Pero el riesgo está delante de las narices de los dirigentes murcianos y aragoneses del PP y Vox. Sucede -y éste es un obstáculo más para el progreso- que las relaciones en los dos territorios entre los dos partidos en cuestión no es que estén rotas, es que están encanalladas, es decir, que los presuntos negociadores de una y otra parte ni siquiera se soportan, lo que trae como riesgo indudable que los ciudadanos de ambas regiones empiecen a no soportarles a ellos.

Tras lo sucedido el día 23 lo normal sería que los dos partidos citados en cuestión supieran exactamente contra quién y quiénes deben luchar, pero la situación no es precisamente ésta, es más bien la contraria. No se trata de adjudicar cargas en mayor o menor medida a una u otra parte, aunque de común no esa aconsejable que los perdedores asfixien a los vencedores. Se trata de constatar que cada día que pasa en Aragón y Murcia sin que se cumplimente la investidura de los ganadores, es un gozo más para el PSOE, un triunfo para el sujeto Sánchez, éste sí que es un infame que está a punto de enmerdar para siempre la obra secular, histórica de los españoles. Es imbécil, cuando no trágico, que algunos se dediquen a dar alpiste a un pájaro de este calibre, de tal mal agüero.

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