La economía y las elecciones francesas

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Tras la primera vuelta del domingo pasado, las elecciones legislativas francesas tendrán su segunda vuelta este domingo, cuyo resultado parece que puede originar unas turbulencias importantes en el terreno económico. Antes, en el mes de julio el mundo se fijaba en Francia debido a la celebración del Tour, pero ahora esto queda en un segundo plano, pues el devenir de la política francesa es lo que fija los ojos del mundo entero en el país galo, debido a su situación casi límite.

Macron ha sido y es un presidente que no ha estado al nivel debido. Su aparente centrismo se trufa de buenismo absurdo, que no ha sabido dar solución al acuciante problema de los franceses, como es el de la pérdida de competitividad de su industria y el saber ordenar la necesidad de la inmigración por la mano de obra que necesita sin que esa inmigración ponga en riesgo la convivencia ni los valores culturales de Occidente, que son los de Francia. Su problema es mayor porque no ha sabido integrar en esa cultura a las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, ya nacidos en Francia, lo que ahora supone un serio problema para el país y, por tanto, para su economía.

Francia, que mantiene todavía una buena industria, va perdiendo posiciones porque se ha entregado al intervencionismo. Eso, hay que decirlo, no es responsabilidad exclusiva del buenismo irresponsable de Macron, sino que siempre Francia se ha dejado llevar por dicho intervencionismo, por el aumento de peso del sector público en la economía.

De hecho, ese declinar de la economía francesa es lo que aupó, en su día, a una persona sin partido, como Macron, a la presidencia de Francia y es lo que ahora, al no haber sabido resolver el problema, lleva a que la sociedad, como desgraciadamente en todo el mundo, se esté polarizando y las dos primeras opciones para hacerse con el gobierno sean los extremos a derecha e izquierda.

La economía de Francia no despega, creciendo por debajo de la media de la eurozona, con muchos trimestres de esa manera; su tasa de desempleo no logra bajar del entorno del 7,5%, que ya quisiéramos en España, pero que muestra una debilidad en Francia; la tasa de paro juvenil ronda el 20%; su PIB per cápita pierde fuerza; su inflación, aunque una décima por debajo de la media de la eurozona, se acelera en tasa interanual; su déficit fue del 5,5% del PIB en 2023, casi dos puntos por encima de la media de la eurozona e incluso por encima de España, que ya es decir; y su deuda es del 110,6% del PIB, 22 puntos más que la media de la eurozona y ligeramente superior a la exponencial deuda española.

Su reforma de un problema grave para Francia -como para España-, como es el sistema de pensiones, sigue siendo poco ambicioso: es un disparate para la sostenibilidad del sistema que la edad de jubilación fuese a los sesenta y dos años y mejor es que sea a los sesenta y cuatro, pero debe elevarse todavía más, o colapsará.

Por otra parte, el buenismo del que está envuelta la política de Macron no resuelve, como he dicho antes, el problema de la inseguridad. Además, el fundamentalismo medioambiental empobrece a la sociedad y los agricultores, cuya importancia en Francia es mucha, se ven también perjudicados.

Ese buenismo de Macron, muy en línea con el buenismo instalado en la UE, con Von der Leyen a la cabeza, probablemente hecho con buena intención pero profundamente equivocado, sólo provoca un retroceso en los valores culturales de Occidente, en el mantenimiento de la seguridad y la convivencia, y empobrece a la sociedad. No se trata de ir contra la inmigración, que es necesaria, ni contra ninguna persona venga de donde venga, pero sí que tiene que ser ordenada y deben asumir la cultura occidental que, por otra parte, es la que ha permitido vivir en paz y prosperidad y la que da oportunidades a los inmigrantes. Al no poner remedio a ese problema, los franceses -y muchos otros europeos- están optando por opciones más radicales, que se podrían haber evitado si desde el centro-derecha y el centro-izquierda se diesen respuestas y soluciones. Si no hay una inmigración controlada y los inmigrantes no asumen los valores de convivencia occidentales, quienes lo sufren son los ciudadanos, especialmente las clases más pobres. Si el fundamentalismo medioambiental se impone, el coste del mismo lo sufren los que menos tienen. Por tanto, estas clases que lo sufren buscan su salida votando opciones radicales, de manera que la tibieza del buenismo es quien ha dado alas a los extremos.

Por último, no es deseable ni un extremo ni otro: si gobierna el partido de Le Pen, Francia tratará de apostar por el proteccionismo, aunque el estar en la UE le limita ese poder. Si gana el Frente Popular -sólo el nombre produce escalofríos- además de todo lo nocivo del RN traerá una masiva subida de impuestos, como el de Sucesiones con un tipo del 100% para más de doce millones de euros, además de otras barbaridades económicas. Difícil ser francés en estos momentos a la hora de votar este domingo, puesto que lo tiene que optar entre lo malo y lo peor, pero extraña mucho que Macron corra a unirse en la segunda vuelta con la peor opción para que no gane la mala opción, cuando, si hubiese sido responsable, no habría sumido al país y a su economía en este caos y habría tratado de rectificar sus políticas para embridar la economía, pero ha optado por la peor opción, que, pase lo que pase, puede desestabilizar los mercados.

Malos tiempos para la economía y para la política, en cualquier caso, que pueden ser rematadamente malos si el comunismo se impone, todavía peores que con el RN. Todo ello, por la irresponsabilidad de Macron a la hora de convocar en lugar de rectificar su política económica y su política en general. Veremos que sucede.

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