La dulce palabra de Pedro Sánchez

La dulce palabra de Pedro Sánchez

Puntual como una reina escocesa y visiblemente nervioso, ha saludado al mundo entero con un «buenas tardes» a las 11:00 de la mañana. Un comienzo que jugaba a delatar un alma quebrada ante la búsqueda de piedad, de compasión y de entrega a su causa particular. Ha sabido mantener la tensión, máxima expectación en unos minutos agónicos, en los que todos esperábamos que, por fin, dijera que se iba, que abandonaba el barco desfallecido y muerto de dolor.

Sin embargo, lejos de demostrar que su sangre se derramaba ante sus pies, ha ido envalentonando el tono, degustando cada vez más el momento, reconfortado por la voluntad de su amada. Su boca perlada de veneno, a pesar de la evidente sequedad de sus labios, ha confesado finalmente que puede más su ambición, que no se larga, que continuará nutriendo su ego, sus arcas y los caprichos de su mujer, al precio que sea, como Seramís, Cleopatra o Margarita de Borgoña.

El lado femenino del presidente, que ya he dicho alguna vez que es muy potente, ha tenido hoy un papel crucial. Tenía el aspecto mismo de María Estuardo, formidable, compareciendo ante sus futuras víctimas. Le ha faltado decir: «¡Prepárense, porque no saben lo que les viene encima a partir de ahora!». Nos ha dejado claro que el amor por su mujer, cuyo lado masculino es el amo indiscutible del Gobierno -perdón, «el puto amo», como dicen los de su cuerda- se va a convertir en una especie de maldición creada para nuestro tormento, que se mezclará con todas las cuestiones democráticas, porque para Pedro Sánchez Begoña y Democracia son una sola palabra. Su tono piadoso sólo ha anticipado su nuevo rol de víctima, como esfinge cruel que busca nuestro dolor como un goce. Su venganza puede ser terrible.

La protagonista de este paréntesis tan absolutamente intolerable, se veía al fondo de su comparecencia, junto a sus dos niñas desvalidas, como una criatura poética coronada por su cátedra y envuelta en un albornoz con las siglas de las saunas de su familia. Una imagen desesperadamente lírica, estudiada con amor de psicólogo, como la confesión de un alma voluble. Ni los dramaturgos isabelinos tenían mejores técnicas. Se ha notado todas las horas que ha pasado delante del espejo, de Begoña y las niñas, practicando el show, jactándose de su popularidad entre los entendidos. Jamás un presidente del Gobierno fue tan dulce, la crueldad hay que atribuirla a su amada. En este drama, es ella la que tiene las piedras preciosas en sus pezones y la que mata con su mirada. Nunca lo tuvimos tan claro.

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