¿Desregulación financiera?

¿Desregulación financiera?

Hemos vivido, y seguimos haciéndolo, tiempos revueltos con constantes cambios regulatorios en los mercados financieros que cabe preguntarse si acaban sirviendo para algo. No obstante, la inquietante realidad económica actual y los peligros que la amenazan se derivan de algunos factores potenciales y uno de ellos sería la posibilidad de encarar una nueva etapa de desregulación financiera que favorecería la asunción de excesivos riesgos con aumento de la probabilidad de crisis financieras, con todos los efectos sistémicos en juego cuando los sacrificios para enderezar el rumbo tras la crisis financiera de 2008 aún están pasando factura. En este punto tiene que aludirse a la vulnerabilidad del sistema financiero chino, que ha vivido una rápida expansión del crédito, y a la debilidad de balances de otras economías emergentes.

A la postre, parece que se esté alimentando un círculo vicioso caracterizado por la debilidad de la demanda. Un bajo nivel de inflación que se intenta contrarrestar con políticas monetarias acomodaticias por parte de los bancos centrales, la fragilidad de los balances y el escaso crecimiento de la productividad en economías avanzadas que operan con elevados niveles de sobrecapacidad que antes o después tendrán que podarse. Agreguemos a esos rasgos las probabilidades de que irrumpan circunstancias no económicas tales como las tensiones geopolíticas, los desacuerdos políticos internos, las secuelas de la mala gobernanza y corrupción, la ola de terrorismo y las alarmas sobre la seguridad. Fenómenos de la naturaleza —sin soslayar nuestras debilidades en esta era de la economía digital— con las nefastas secuelas de los ciberataques que ponen en tela de juicio el progreso y los avances tecnológicos.

Además, los mercados financieros son sensibles a la pregunta de si el crecimiento económico actual es acorde con las expectativas de la gente, máxime cuando la subsiguiente cuestión que se plantea es la de si las vigentes tasas de crecimiento son suficientemente fuertes como para reducir las elevadas cotas de endeudamiento público y privado de las economías mundiales, incluyendo las desarrolladas, avanzadas y emergentes. Sobre los mercados financieros planea una preocupante amenaza. En el transcurso del año 2016, la deuda mundial alcanzó máximos históricos: 208 billones de euros, equivalentes al 325% del producto interior bruto. El endeudamiento global corresponde a la suma de la deuda de los hogares y de las empresas, de los gobiernos, de la deuda financiera y de la deuda no financiera. En el mes de septiembre del pasado año, las economías avanzadas acumulaban una deuda de 158,6 billones de euros. Esto es, el 392% de su producto interior bruto en tanto que las economías emergentes sumaban deuda por 51 billones de euros, representativa del 217% de su producto interior bruto.

Las economías más desarrolladas, también en septiembre de 2016, lucían un endeudamiento público que constituía el 115% de su producto interior bruto, superando la deuda del sector financiero. En los Estados Unidos su deuda total ascendía a 67,3 billones de euros mientras que la deuda pública se elevaba a 18,3 billones de euros, el 102% de su producto interior bruto. La expansión de Estados Unidos se traduce, según el ideario de Donald Trump, en planes millonarios de inversiones públicas, con visos de desregulación financiera y consistentes rebajas de impuestos que llevarían a una enrevesada situación al déficit público estadounidense y a una hinchazón de su voluminosa deuda pública.

De esta guisa, se cuestionan las llamadas políticas monetarias “a la carta” implementadas por determinados bancos centrales y que, en particular, sigue llevando a cabo el Banco Central Europeo con su expansión cuantitativa. Tipos de interés muy bajos, incluso cayendo a zonas negativas, barra libre de dinero para la banca, inyecciones monetarias multimillonarias cada mes que sirven para hinchar el balance del BCE cargándolo de deuda pública de los países miembros de la zona euro. Especial énfasis en las economías periféricas, concediendo crédito y comprando bonos de grandes compañías europeas. Disparando el valor de los activos financieros con las consecuencias que entrañan en forma de pérdida de poder adquisitivo para la propiedad. Entretanto, los Estados que se ven favorecidos por los estímulos monetarios insisten en mantener su disparatado gasto público a costa de mayores endeudamientos públicos, imponiendo austeridades al pueblo y sin poner en marcha reformas estructurales por parte de los gobiernos.

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