La desfachatez de Vicenç Thomàs

Vicenç Thomàs

En el pertinaz asalto del sanchismo a todas las instituciones del Estado, que para su correcto funcionamiento deberían ser independientes del poder ejecutivo y así salvaguardar el sistema de pesos y contrapesos sobre el que se construye cualquier democracia liberal digna de este nombre, el régimen armengolino no le anda a la zaga.

No sólo subvenciona con graciosa munificencia a los principales medios de la prensa escrita en Baleares para difundir su relato y propalar sus anuncios electoralistas sin rubor, sin importarle despeñarse por la cuesta de la desfachatez en sus dispendios con algunos de ellos como la Ser; no sólo trata de controlar con puño de hierro a organismos como la Sindicatura de Cuentas o la Oficina Anticorrupción, cuya principal función es informar y denunciar la mala praxis en la que, necesariamente, incurren quienes administran miles y miles de millones de euros de nuestros bolsillos; no sólo no da puntada sin hilo en el aherrojamiento de lo que llama la «sociedad civil». Es que además parece aspirar a que no sobreviva nadie que haga de contrapeso crítico a su poder omnímodo en Baleares y para tal fin no vacila en valerse de todos los medios para alcanzar que su mendaz narrativa se convierta en la única realidad que perciben los baleares.

Es cierto que el parlamento balear sobre el que pivota el «poder legislativo» de los baleares nunca ha dado demasiadas muestras de independencia frente al Consolat de Mar. Salvo en algún episodio puntual, la cámara balear nunca ha sido otra cosa que el fiel mayordomo del poder ejecutivo, razón por la que no puede hablarse de separación de poderes en propiedad, un mero flatus vocis en una partitocracia como la nuestra.

La sumisión ovejuna de la mayoría parlamentaria al gobierno de turno, ahora y siempre para que vamos a engañarnos, hasta el punto de que la principal misión de aquélla no es otra que la de entorpecer todas y cada una de las propuestas de la oposición, ha sido aceptada con naturalidad por la población que, viendo lo que sucede en el Congreso de los Diputados a modo de espejo, da por irremediables estas reglas del juego, por impúdicas y perniciosas que sean para la salud de nuestra democracia.

No obstante, pese a adolecer de estos vicios sistémicos, hay que convenir que hasta ahora la cámara balear dejaba un resquicio en el que se permitía un cierto debate civilizado entre opiniones realmente divergentes y contrapuestas. Un debate político que interesa, y con motivo, cada vez menos con la honrada excepción de algunos periodistas y de quienes viven del negocio de la política, a lo sumo unos pocos miles de consumidores en nuestras islas. De hecho, todavía recuerdo a algunos presidentes de la cámara, a un Pere Rotger o incluso a una Maria Antònia Munar, que no siempre se plegaban a las presiones de sus partidos hasta el punto de plantarles cara en alguna ocasión, precisamente porque habían asumido que su papel como sumos sacerdotes del poder legislativo y de árbitros entre partidos exigía que su comportamiento fuera independiente de ellos, al menos de que lo pareciera. Respeto a la institución o sentido institucional, solía llamársele.

Todo ello ha cambiado con la llegada de Vicenç Thomàs al frente del parlamento balear, cuya sumisión lanar a los deseos de las huestes de Armengol está alcanzando niveles intolerables, incluso para una institución aborregada y tan desprestigiada como la cámara balear. Si en abril nos desayunábamos con un micro abierto delatando la maniobra de Thomàs para silenciar a la diputada Ribas (Vox), de la que luego nuestro lince se congratulaba ante la mesera Campomar: «−¿T’ha agradat sa jugada?», ahora el muy pillo ha decidido hacer un uso burdo y torticero de lo que se llama una declaración institucional para ningunear y satanizar a Vox y, al mismo tiempo, a sus miles de votantes.

Una declaración «institucional» es un manifiesto político que hasta ahora -por costumbre o por cauces reglamentarios- debía contar con la unanimidad de los 59 diputados que conformaban el parlamento. Por ello, se llama «institucional», porque representa a toda la institución. Por ello, la lee el presidente, el representante de la institución. Y por ello, también se declama en Palau Reial donde reside la institución.

Como saben, el reciente hallazgo de los restos de la comunista Aurora Picornell en el cementerio de Son Coletes en Manacor, fusilada por los falangistas en enero de 1937, ha sido utilizado por la izquierda balear en su conjunto para convertirla en mártir y santa laica de la II República, un relato falaz puesto que, tal como ha publicado OKBALEARES sin que nadie de momento se haya molestado en desmentirlo, Picornell difícilmente puede ser considerada como una defensora de la democracia y la libertad de la II República.

Por lo visto, Picornell estuvo en busca y captura por orden de las autoridades del primer gobierno de Azaña que pretendían encarcelarla por «desobediencia e injurias a los agentes de autoridad» de esta misma república. En fin, una vez más el injustificable asesinato de un comunista levantisco eclipsa el indisimulado objetivo de las huestes del PCE -por no hablar del PSOE de Largo Caballero, el Lenin español- de superar el régimen de la II República para implantar una dictadura del proletariado al soviético modo. Lo peor que le ha podido ocurrir a la izquierda española en su afán por imponer una narrativa sesgada y partidista de los acontecimientos de la II República y la Guerra Civil es que, gracias a una importante profundización historiográfica que ha desmitificado los lugares comunes y los clichés más trillados que pervivían tras cuarenta años de silencio franquista, nos hemos ido enterando de un sinfín de hechos sobre dicho período que ignorábamos por completo y que dejan a los defensores de la «memoria histórica» como unos ridículos e histéricos mentirosos.

Lo que ha salido a la luz gracias a numerosos libros, artículos y estudios sobre el comportamiento de esta supuesta izquierda «democrática e ilustrada» (ERC, PSOE, PCE) durante y después de la II República hiela la sangre. Y hemos llegado a la conclusión de que los victimarios no sólo fueron los nacionales ni de que las únicas víctimas fueron sólo las republicanas. Y es que el uso bastardo de la historia lo carga el diablo, pregúntenselo también a los separatistas. En efecto, desde que emprendieron el camino del Procés nos hemos familiarizado tanto con la historia de Cataluña que a día de hoy cualquier persona bien informada conoce todas y cada una de las manipulaciones y tergiversaciones históricas que nos habían endosado y que habían pasado por ciertas hasta el advenimiento del Procés. Nadie, salvo ignorantes, cretinos interesados y fanáticos, se cree a día de hoy ninguno de los mitos que nos colaron durante años nacionalistas e izquierdistas, mitos que ya no cuelan.

El hallazgo de los restos de Picornell, como decía, llevó la semana pasada a nuestros entusiasmados próceres parlamentarios a homenajear a la sindicalista asesinada, tributo al que se sumaron inexplicablemente PP y Ciudadanos que, con tal de no ser estigmatizados como «fascistas», transigen con el trágala disparatado de PSOE, Podemos, Més y PI en su afán de convertir a alguien, que al parecer combatió a la II República (rebelarse contra las autoridades republicanas no es precisamente una forma de fortalecerlas, convendrán conmigo), en una republicana ejemplar. PP y Ciudadanos parecen haber olvidado demasiado rápido que hasta hace poco los llamados «fascistas» eran ellos, aliviados por traspasar semejante estigma a los recién llegados de Vox.

Quien no transigió al homenaje de la nueva santa laica fue Vox, que naturalmente pagó el peaje de la habitual demonización en la prensa del régimen: «La ultraderecha no tiene memoria», etc… Thomàs, ni corto ni perozoso, y perfectamente consciente de que se estaba saltando el reglamento o una costumbre bien establecida puesto que la negativa de los tres diputados de Vox se lo impedía, revistió el homenaje partidista de la pompa, la ceremonia y la solemnidad de las grandes ocasiones, como si en verdad fuera una «declaración institucional».

Dejaremos para los leguleyos si lo fue o no (eso no tiene la más mínima importancia para quienes creen que la verdad es la «realidad» que cree la gente), pero si nos atenemos a los grandes titulares de la prensa oficiosa del régimen y al trato que ésta le dispensó con un entusiasmo digno de mejor causa, convendremos que el manifiesto partidario de marras fue tratado como una declaración institucional, ninguneando y satanizando a Vox al excluirlo del «bando demócrata», sacrificando a este nobilísimo fin los usos y costumbres inmemoriales de la institución que nunca había tratado como institucional lo que no era unánime y compartido por todos.

Penosa por otra parte la cobardía de Ciudadanos y PP, que pagarán en mayo su postureo y su complicidad con la mentira oficial instaurada por el sanchismo. «En arribar ses costes, ja mos veurem», decimos por estos pagos.

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