El descalzaperros de los políticos europeos

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Los europeos estamos muy confusos y no somos capaces de saber qué es lo que se lleva en la temporada política de primavera-verano. Ya en los comicios portugueses de marzo se vio que predominaban los atuendos de colores fríos, pero también que la rosa roja se sostenía con su fondo de armario. En las elecciones europeas de junio se apostó mayoritariamente por los tonos azules: desde el color cielo con las gaviotas populares, pasando por el marino y azulados, hasta casi llegar en Alemania al negro puro de los uniformes que Hugo Boss diseñó para las SS.

Por su parte, los británicos siempre están des-correlacionados con el resto de Europa y, tal y como hacen al conducir, van por donde los demás vienen. Lo que sí tienen claro, y en eso son envidiables, es que, ya sean rojos o azules, lo son con tonos pastel, sin optar por extremos y radicalismos; por eso nunca permitieron que, a pesar del brexit y del desastre tory (que viene a ser lo mismo), el izquierdismo desaforado de Jeremy Corbyn se levantara un ápice de donde estaba hundido.

Keir Starmer, primer ministro desde el pasado jueves, parece otra cosa; así, visto de lejos, recuerda a Platero, tan blando por fuera, que se diría de algodón, que no tiene huesos, pero no nos llevemos a engaño, los barrister ingleses son duros y no se conoce a ninguno que no tenga la cabeza bien amueblada. Tiene, además, la ventaja de que, como no ha necesitado hacer campaña electoral para arrasar a los retales del partido conservador, no se ha comprometido con nada ni con nadie; libertad, por tanto, para hacer lo que haya que hacer, y con la tranquilidad que le dará la apabullante mayoría parlamentaria.

En Francia, por su parte, ha funcionado a la perfección la teoría de juegos y los votantes no se han traicionado en el dilema del prisionero: los del centro derecha votaron al candidato del Nuevo Frente Popular, y viceversa. En consecuencia, el cordón se ha entretejido con la fuerza de una soga, aunque, como daño colateral, el traje que le han confeccionado los franceses a Macron tiene los colores de la bandera del orgullo y alguno más. Bien que se lo tiene merecido, primero por ser tan sectario y después por no hacer caso a todos los que se lo avisaron: la Agrupación Nacional de Le Pen será populista y euroexcéptica, pero Mélenchon y la mayor parte del NFP son, además, comunistas, antisistemas y antisemitas. ¡Ya puede prepararse para el trienio de cohabitación que le espera!

De momento le están incendiando las calles y exigiendo un gobierno al que no tienen derecho, ni por la exigua mayoría parlamentaria ni por el apoyo electoral: toda la izquierda francesa asobinada en ese frente popular no llega al 25% de los votos, solamente un 2 % más que el Renacimiento de Macron y… ¡un 12% menos que la Agrupación Nacional!

Claro, que igualmente obtusa ha sido Marine Le Pen. Mejor tendría que conocer la perversidad de la segunda vuelta del sistema electoral (que no es la primera vez que sufre) y responder a la estrategia planteada por los adversarios con un mensaje menos radical que atrajera a alguno más de esos votantes del centroderecha que han votado a la izquierda con la nariz tapada. Pero, además, no debió pretender que un muchacho sin formación ni experiencia se convirtiera en primer ministro a una edad en la que Napoleón, el héroe nacional, todavía no era cónsul.

Para completar este descalzaperros, Viktor Orbán, flamante presidente de turno del Consejo Europeo, se enfrenta abiertamente con el establishment de Bruselas y empieza su mandato con una agenda personalísima que nadie conoce y que, por coherencia, deberían asumir todos los partidos que se están uniendo al grupo parlamentario europeo que impulsa el propio Orbán.

Así, el primer ministro húngaro se lanza a un plan sobre el que los ciudadanos europeos no han opinado y sobre el que no se sabe las consecuencias que traerá para los ciudadanos de la Unión. Vamos, lo mismo que hacen los burócratas de Bruselas con la agenda 2030 y con muchas de sus políticas.

¡Qué hartazgo! Ya ha transcurrido casi un cuarto del siglo XXI y todavía no han aparecido en Europa políticos inteligentes, valientes y honestos que releguen los personalismos y se preocupen por el futuro de los ciudadanos. ¡Con contadas excepciones, sigue pareciendo que los que se dedican a la política son los que no sirven para otra cosa!

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