La demolición
Las alianzas reforzadas entre todos los enemigos de la España del 78 que han culminado el pasado día 17 con la elección de la Mesa del Congreso nos permite confirmar que el PSOE mantiene el objetivo de demoler el entramado constitucional con quien sea y como sea. Aunque parece que hay quien aún no se ha enterado de que la cosa no va de que el PSOE se someta al chantaje de unos y otros para conseguir el poder, sino de que todos ellos, empezando por el PSOE, comparten una misma estrategia, aunque difieran en la táctica.
Demoler el sistema democrático de un país miembro de la Unión Europea requiere de una enorme dosis de astucia y contumacia, pues no resulta fácil «colar» ante las instancias comunitarias la ejecución de un golpe blando perpetrado contra las propias instituciones. Pero en esta Europa perpleja que se entretiene mirándose su propio ombligo y que sólo reacciona cuando siente que se encuentra colectivamente ante el precipicio, se dan las condiciones ideales para que un político sin escrúpulos vaya desmontando el entramado democrático de un país miembro sin encontrar apenas resistencia comunitaria. Claro que no sería justo culpar a «Europa» de que no haga lo que no somos capaces de hacer los propios españoles; porque somos nosotros, los ciudadanos que acabamos de pasar por las urnas, los verdaderos culpables de que España haya entrado en una deriva autocrática que dura ya cinco años y promete/amenaza con prolongarse cuatro años más.
Soplan malos vientos, vientos involucionistas disfrazados de «avance» o «progreso». Sabido es que primero se pervierte el lenguaje, después las instituciones y, finalmente, la propia democracia. En una España en la que los medios de comunicación son mayoritariamente concertados y la práctica totalidad de las televisiones generalistas están al servicio del Gobierno resulta harto complicado desmontar las falacias y conseguir que los ciudadanos sean conscientes de que el engaño comienza cuando se denominan los hechos con los nombres que no son.
La coalición de intereses entre socialistas, comunistas irredentos, filoetarras, golpistas, prófugos de la justicia y nacionalistas declaradamente racistas ha sido bautizado como «mayoría social de progreso».
Desde el momento en el que se hizo el recuento de los votos emitidos el 23 de julio, esa amalgama involucionistas, racista y antisistema sustituye al voto expresado directamente en las urnas. Y así, porque el PSOE lo necesita para seguir adelante con su proceso de demolición y para que Sánchez pueda mandar como un auténtico caudillo, el voto a un partido que defiende el crimen como fórmula para conseguir poder, a una formación que ha perpetrado un golpe contra la democracia, a un grupo liderado por un prófugo de la justicia, o a una coalición electoral formada por comunistas irredentos admiradores de Lenin y/o de Putin, es homologable al de los ciudadanos que votaron directamente PSOE.
Pero el problema para España no reside en esos declarados enemigos de la sociedad plural y democrática, en la voluntad expresada y los votos obtenidos por la suma de todos esos partidos que llevan en sus programas electorales su intención de demoler el sistema constitucional. El único traidor a la democracia, el que orienta la demolición, el que tiene los votos para hacerlo posible, es el PSOE. Lo diré una vez más: ninguno de los enemigos de España, ni todos ellos juntos, es nada sin el PSOE. Es el PSOE quien perpetra la traición; es el PSOE quien lidera el nuevo golpe; es el PSOE quien ha revivido a Largo Caballero y ha suscrito un nuevo pacto con los enemigos de la democracia. No es el sanchismo, es el PSOE quien lidera el proceso de involución.
Dentro del PSOE olvídense, no encontrarán «socialistas buenos», en el sentido político del término. Encontrarán buenas personas, personas amables en lo familiar, en sus relaciones humanas, personas solventes incluso… Pero políticos «buenos», personas dispuestas a defender la libertad y la igualdad antes que a su secta, personas decididas a sacar la cara por su país antes que por la sigla de su partido… Hace mucho que no los encontrarán en el PSOE. A la hora de la verdad, ocho millones de españoles han votado al PSOE que indultó a los golpistas; que rebajó el delito de malversación; que eliminó el delito de sedición, que entregó la «memoria democrática» a los herederos de ETA; que hizo una ley que protege a los delincuentes sexuales; que cerró inconstitucionalmente el Congreso; que «gestionó» la pandemia consiguiendo el récord de muertos y ruina entre todos los países de nuestro entorno; que echó a la Guardia Civil de Navarra; que sentó a Otegi en «el puente de mando» del Estado; que nombró a una directora de la Guardia Civil que está dejando a Roldán como un auténtico aprendiz; que tapó el escándalo de «putas, dinero y coca» que salpica a varios diputados de su grupo; que hizo una ley de educación que expulsa del sistema de protección pública a los niños con necesidades especiales; que no aplica la sentencia que obliga a respetar el derecho a estudiar en la lengua común… Y lo han hecho a sabiendas porque odian mucho más a «la derecha» que a los enemigos de la democracia. Entre los que, por sus hechos, se encuentra ya su propio partido.
Pues eso es lo que hay. Si se consumara la coalición negativa que se plasmó en la mayoría parlamentaria que eligió como presidenta del Congreso a una diputada salpicada por la investigación de delitos relacionados con la malversación de caudales públicos y por abandono de menores tuteladas por la institución autonómica que presidía, al final de la decimoquinta legislatura y parafraseando a Alfonso Guerra, a España no la va a conocer «ni la madre que la parió».
Y esto es a lo que nos tenemos que enfrentar quienes sabemos que lo que nos viene encima no va de «derechas» o de «izquierdas» sino de involución o democracia. A ver si despertamos.