La democracia no está de moda

Recomiendo vivamente una serie La diplomática. Y sobre todo un episodio brutal en que se revela que el autor material del atentado con muertos contra un buque inglés fue el Gobierno -mejor dicho, parte de él- de Estados Unidos. La propaganda oficial en Gran Bretaña depositó la responsabilidad de aquel descomunal ataque directamente en Rusia aunque, naturalmente, Rusia se ocupó muy mucho de desmentir su autoría.
Ahorro las muchas derivadas políticas y estratégicas que encierra la serie con sólo un apunte más: el atentado coincidió en el tiempo con dos circunstancias sugestivas. La primera es la designación de una mujer (La diplomática) como embajadora de Estados Unidos en Londres; la segunda, la presión escocesa para separarse por las buenas o por las malas del Reino Unido.
Ésta es la clave: cuando el marido de la embajadora, activísimo diplomático también (por ejemplo en Afganistán) e implicado -no se dice hasta qué extremo- en la organización del atentado, cuenta, casi a la fuerza, que han sido ellos, los americanos, los protagonistas del suceso. Lo justifica afirmando que Gran Bretaña necesitaba de esta tremenda sacudida para volver a «reunificarse», para disolver la querencia escocesa a marcharse con los muebles a otra parte, probablemente a la Unión Europea.
Marido y mujer llegan a esta conclusión: el fin justifica los medios y además es un aviso para que nadie en Europa intente una parecida secesión territorial, «sin ir más lejos, dicen expresamente, Cataluña».
El marido de la embajadora, un tipo superinteligente, al tanto de todo lo que está pasando en el mundo (probablemente porque él está interviniendo en el proceso), llega a decir, al explicar que los grandes males precisan de grandes remedios, que el gran problema de ahora mismo es, literalmente, que «la democracia no está de moda».
Tal parece que la guionista de la serie ha leído muy atentamente el libro de los politólogos americanos, profesores de Harvard: Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. La obra titulada La dictadura de la minoría es el complemento de una aportación bibliográfica anterior: Cómo mueren las democracias. Ambas llegan a no más de tres conclusiones: que en muchos países occidentales se ha instalado un peligro político, el minoratismo; dos, que el nuevo populismo ha descubierto que se puede gobernar sin el Parlamento, sede de la soberanía nacional; y tres, que existe una deriva autoritaria muy extendida, que toma, sin recato, ejemplo de China, donde se ha comprobado que puede coexistir un cerrado sistema político comunista con un ultracapitalismo tecnológico.
Y, ¿qué es el minoratismo? Pues los autores citados lo definen de esta guisa: «El sistema electoral que fabrica mayorías artificiales y que permite que los partidos con menos votos controlen las legislaturas». ¿A qué nos suena?
Se trata de una perversión de los usos democráticos que, como escribe Guy Sorman (sin duda unos de los mejores columnistas del mundo), logra arruinar las instituciones, las deja vacuas de forma, por lo que ya no pueden ser consideradas como el contrapeso de los excesos del poder.
Sé que tantas citas en una sola crónica son hasta irritantes para el posible lector, pero aun así me voy a permitir otra. No es realmente una cita, sino un informe. Se trata del redactado por el Civil Liberties Union for Europe, un organismo de vigilancia que fiscaliza el respeto a los Derechos Humanos en la Unión Europea. Pues bien, ya se sabe que esta entidad ha proclamado que España está volando la imprescindible independencia judicial, que carece de transparencia política, que no protege suficientemente los derechos privados y que la libertad de prensa está controlada por la influencia del poder político.
El diagnóstico, tantas veces denunciado en las publicaciones independientes, refleja exactamente cuál es el estado de nuestra democracia. En España se mueven dos fuerzas, únicamente, antagónicas en los medios, pero cercanas en los objetivos. Los partidos autoritarios, PSOE y su Gobierno por un lado y Vox por el otro, están socavando la tradición liberal y practican un populismo liberticida cuyo modelo ya está fuera de Europa: es China.
La democracia no está de moda en España y lo peor es que al gentío en general parece importarle un bledo. Aquí ya es normal que los más abyectos partidos del arco parlamentario, desde los leninistas que sueñan con el asalto al Palacio de Invierno hasta los terroristas de antaño convertidos ahora en voceros de los Derechos Humanos, estén destrozando nuestro régimen del 78 hasta hacer de él una piltrafa donde las mayores fechorías son posibles.
El citado minoritarismo (los siete votos de Junts) gobierna el país entero para solaz de un depravado que, como todos los psicópatas (lo dicen los especialistas), tiene el convencimiento de que sólo él promueve la verdad y que la verdad es su realidad. Tan fuerte como eso.
Esta misma semana hemos conocido cómo López, un enviado especial del tipo, se ha subido al Falcon con destino a París para allí derribar al accionista principal de Prisa y convertir un periódico que otrora fue referente oficial de nuestra democracia en el solar de la nueva Prensa y Radio del Movimiento.
La democracia se está desgajando y al español, desgastado de toda ilusión, ya le importa una higa las actuaciones fascistas como la que acabamos de relatar. ¿En qué lugar hemos leído que el 48% de nuestros jóvenes tiene más afecto al autoritarismo que a la democracia? Pues esto es lo que pasa.
Aquí, los partidos que gobiernan están barrenando el sistema, se revuelven contra él porque tienen un pánico cerval a perder. Son fusileros que no se van a dejar ganar: cuentan con una tribu de desalmados que trabaja a golpe de decreto con la astenia del español en general, al que preguntas: «¿Crees que se está derribando la democracia?». Y en el mejor de los casos, responde: «Hombre, no será para tanto».
Los americanos ya han colocado en una serie el mensaje de que sólo un enorme revolcón puede sacudir la conciencia política de los postrados. En esa tesitura estamos.
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