Déjalo, Iglesias, déjalo

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No seré yo quien afee al candidato socialista, Pedro Sánchez, la humillación infligida a la formación de Pablo Iglesias durante el tiempo que ha durado la farsa de la negociación. Como bien dijo hace unos días el presidente del Círculo de Empresarios, John de Zulueta, es preferible que se repitan las elecciones a que tengamos un gobierno de PSOE-Podemos. Si ya un gobierno socialista puede ser letal en la actual coyuntura económica y territorial, la incorporación de Podemos a esa ecuación nos precipita directamente al abismo.

Una vez hecha esta reflexión es justo añadir que el proceder de Sánchez estos meses refleja una fisonomía política inquietante. En una ocasión pude preguntar a un político muy relevante su opinión sobre los ex presidentes del Gobierno y, cuando llegamos a la figura de Aznar, dijo que “con Aznar podías discrepar”, pero reconocía que era “un presidente que cumplía su palabra”. En efecto, la discrepancia está en el ADN de la democracia, pero no la deslealtad. Precisamente, ese fue el reproche que le lanzó Pablo Iglesias a Pedro Sánchez durante la sesión de control al Gobierno: “La palabra de un presidente no puede valer dos días”.  Tiene razón. La traición no tiene ideologías y es seguramente más cruel cuanto más próxima la sientes. Iglesias tiene motivos para considerarse vejado, pero ha llegado el momento de cambiar de pantalla.

Veremos, la noche electoral, cómo digiere la izquierda social la pugna entre el tacticismo de Sánchez y la oratoria de un Iglesias que se siente despreciado. Las encuestas auguran un panorama político similar al actual en lo cuantitativo, pero, en mi opinión, muy deteriorado en lo cualitativo. Corresponde al candidato a la presidencia del Gobierno obtener la confianza de la Cámara para ser investido, propósito imposible si izquierdas y derechas no se fían de él. Mucho me temo que nos enfrentamos a un nudo gordiano, el sanchismo, que no resolverá ni con una ni con veinte millones de citas electorales más.  El desgobierno va para largo.

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