Cuando el gilipollismo se convierte en categoría

Hazte Oír
Autobús de Hazte Oír contra la transexualidad (Foto: Twitter).

Me da vergüenza tener que pasar hora y media sentado frente a la pantalla del ordenador para hablar de la polémica Hazte Oír. Pero como quiera que es el cuento chino de la semana, no me queda más remedio que entrar en un debate en el que el número de gilipolleces emitidas por segundo y metro cuadrado en uno y otro lado hace cuestionarse el sano juicio de nuestra sociedad. Por no hablar de esa corrección política que me tiene hasta los mismísimos. Corrección política o doble vara de medir. Doble vara de medir o pensamiento único.

Lo primero que he de decir es que científica, biológica y tautológicamente tengo cero dudas al respecto. Resulta tan perogrullesco como pesado recordar que hay niñas que nacen en un cuerpo de niño y viceversa. No hace falta ser catedrático de la mejor Universidad de Psicología del mundo, Harvard (para variar), para colegirlo. Como tampoco es imprescindible haber estudiado en la segunda, Oxford, para llegar a la conclusión de que los transexuales nacen. Es una cuestión cromosómica. Biológica en definitiva.

Y tampoco es menos cierto que la proporción de personas trans es infinitesimal. Un dato lo resume todo: en España se llevan a cabo unas 200 operaciones de cambio de género cada año. Teniendo en cuenta que somos casi 45 millones estamos hablando de una realidad que afecta a uno de cada decenas de miles de ciudadanos. Lo cual no quiere decir que sea una cuestión a desdeñar o a pasar por alto. Un servidor es partidario de que estas intervenciones quirúrgicas las pague la Seguridad Social. Básicamente, porque el 90% de los trans no se las puede permitir. La factura de una reasignación de género es para echarse a temblar: 30.000 eurazos. El socialdemócrata Manuel Chaves y la liberal Esperanza Aguirre fueron los primeros en costearlas con cargo al erario hace ya una década.

Dicho todo lo cual alucino con la que se ha montado con el autobús de marras. Es más, si no nos hubieran dicho nada, hubiera pasado desapercibido porque la gama de naranja no es igual pero se aproxima bastante en el Pantone al de Ciudadanos. Ni nos hubiéramos fijado pensando que era un vehículo del partido de Albert Rivera. Pues no: es una campaña de una minoría retrógrada y no menos casposa que no acepta la evolución ni desde luego la realidad. Gente que considera a Darwin poco menos que el antiCristo por sentenciar que somos fruto de una evolución de millones de años que parte de un primate. Personas para las que fornicar es pecado si no conlleva un afán reproductor. Desalmados que sostienen sin pudor que la homosexualidad es «una enfermedad». En fin, españoles de otro tiempo. A caballo del siglo XIX y el XX si no antes…

Dicho todo lo cual tienen todo el derecho del mundo a poner lo que les dé la realísima gana en su autobús. Tan cierto es que es una memez como que el amplísimo perímetro de la libertad de expresión garantiza también el derecho a soltar memeces a discreción y a desenvolverse en términos antediluvianos. Que me digan a mí dónde está el delito de odio en las frases de marras. La primera «los niños tienen pene» y «las niñas tienen vulva» es en el 99% de los casos una verdad incontrovertible. De toda la vida de Dios los chicos han nacido provistos de pito y las chicas de vagina. Más dudoso, por no decir nada dudoso, es aquello de que «si naces hombre, eres hombre» y «si naces mujer, seguirás siéndolo». Está comprobado científicamente que un porcentaje minoritario, que no por ello deja de ser respetable, viene al mundo en el cuerpo equivocado. ¿Qué es, si no, el Síndrome de Harry Benjamin evidenciado empíricamente?

Eso sí: nada bueno dice de nuestra calidad democrática que se haya interceptado el bus como si fuera el vehículo de unos narcos o como si estuviera conducido por un yihadista dispuesto a llevarse por delante una multitud. Lo cual demuestra que vivimos en una democracia teórica pero en una dictadura del pensamiento único desde el punto de vista práctico. El gilipollismo imperante provocará que más pronto que tarde sea una realidad la broma que circula estos días en la red:

–Doctor: ¿mi bebé es un niño o una niña?–

–Lo siento, pero no puedo basar mi respuesta según la biología, ya que es una incitación al odio y transfobia–.

Y, mientras, los de Hazte Oír están encantados de haberse conocido. El tal Arsuaga es consciente de que el podemitismo imperante en buena parte de los medios le ha convertido en un pavo real con una publicidad gratis que si la tradujéramos a pasta contante y sonante representaría no menos de 2 ó 3 millones de euros. Y seguramente me quedo corto. Te convierten en ALGUIEN cuando eres y representas la nada elevada a la nada, ergo, cuando a tu asociación no la conocen ni en tu casa y de repente sales en todos y cada uno de los telediarios, en todos y cada uno de los magazines de mañana, tarde y noche y en todos y cada uno de los periódicos. Que se lo digan a Pablemos, que si no fuera por la gasolina mediática gratis total continuaría siendo el perroflauta de antaño que se las veía y se las deseaba para llenar locales de 30 metros cuadrados y cuya prole cabía en un 600.

Parafraseando al parafraseador de Evelyn Beatrice Hall, Sir Winston Churchill, un servidor sintetiza el asunto en 15 palabras: «Detesto lo que ellos dicen pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo». Su autobusera frase no vulnera el Código Penal y, por tanto, es perfectamente legítima por mucho que nos resulte disparatada, desafortunada, abracadabrante o directamente cavernícola. El inigualable Fernando Savater zanjó la polémica con una sentencia que da que pensar: «Dejar hablar sólo a quienes piensan como nosotros no es tolerancia sino proselitismo». Y yo apostillaría que, además, es intolerancia pura y, sobre todo, dura.

En un país en el que se considera libertad de expresión apoyar a los asesinos de ETA, en el que se impide por la fuerza que alguien dé su libérrimo parecer en la Universidad (Felipe González y Juan Luis Cebrián) y en el que se considera legal que una tía entre en paños menores en una capilla vomitando «¡Arderéis como en el 36!» no se puede condenar al silencio a quienes, por muy carcas y extraterrestres que sean, defienden sus ideas. Ideas, por cierto, minoritariamente minoritarias. No olvidemos que España es el país más tolerante del mundo en diversidad sexual. Un estudio del muy prestigioso Pew Research Center señala que el 88% de los españoles responde tajantemente «sí» cuando se le pregunta si los gays deben estar integrados en la sociedad. Un ratio por encima de los alemanes, checos, canadienses, australianos, franceses, estadounidenses y países nórdicos y a años luz, sin ir más lejos, de los rusos.

El fiscal, que actuó supersónicamente de oficio, bien haría en preocuparse también en lo sucedido con la drag queen Sethlas, que ganó un concurso del Carnaval de Las Palmas vestida de la Virgen María y Jesucristo. Si esto no es un delito contra los sentimientos religiosos, que venga Dios o el diablo y lo vea. El problema es que la España católica continúa poniendo la otra mejilla, no tiene quién la defienda. La cretinísima drag queen de Las Palmas sabía lo que hacía: un cristiano le responderá siempre con perdón y tolerancia. Yo propongo a la cretina o cretino que haga lo propio con el Islam. No hay huevos u ovarios. Porque sabe que si se caracteriza de Mahoma o de Alá su vida vale menos que una copia china de un Todo a cien. Por algo Rita Maestre se plantó en la capilla de la Complutense y no en la Mezquita de la M-30: era plenamente consciente de que en la primera no la iban a sacar a hostias y de la segunda saldría con los pies por delante. El imán presidente de la Federación Islámica de las Palmas, Tijani El Bouji, lo pudo decir más alto pero no más claro en un implícito a la par que inquietante aviso a navegantes: «No quiero imaginar que se pudiera hacer algo así con la imagen de Mahoma, nuestra comunidad no aguantaría una falta de respeto así».

Una sociedad va por el peor de los caminos cuando impide la libertad de expresión y la libertad religiosa. Cuando el pensamiento único es la norma y no la excepción. Cuando los árboles de la corrección política no nos permiten ver el bosque. Cuando el buenismo nos dibuja una Arcadia feliz que sólo existe en la mente calenturienta de quienes desconocen que una cosa es lo que nos gustaría que fuera la vida y otra lo que es. Malos tiempos para el pensamiento libre, la tolerancia, los derechos humanos y el progresismo de verdad (no el que nos intentan inocular los apóstoles del guerracivilismo). La libertad no es igual si se escribe con minúsculas que si se expresa con mayúsculas. Lo de la medieval organización Hazte Oír y la respuesta a Hazte Oír es una gilipolémica bien entrado el siglo XXI. Lo que subyace en esta gilipolémica, no.

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