Crisis moral en Cataluña
Ha fallecido el ex presidente del Parlamento catalán Joan Rigol (1943-2024). Los elogios han sido unánimes. En el debate de TV3, el último de la campaña electoral, casi todo el mundo se acordó de él.
Salvador Illa, en su primera intervención, expresó el reconocimiento «a su figura política». Aragonés se añadió al homenaje póstumo. Rull dio el pésame «a la familia». Hasta Alejandro Fernández, del PP, tuvo palabras de recuerdo. Incluso la de la CUP, Laia Estrada, aunque en este caso aprovechó para meter en el mismo saco al fallecido y «el genocidio del pueblo palestino».
Me van a permitir que no me sume a los elogios unánimes. Rigol, militante de Unió Democràtica de toda la vida, acabó borrándose del partido y sumándose al proceso.
Lo que critico no es esto, al fin y al cabo, es una decisión personal, sino que era de los pocos dirigentes políticos -como Jordi Pujol- con la autoridad moral suficiente para haber advertido de los riesgos. No lo hizo. Se apuntó al carro. Mejor nadar a favor de la corriente.
Lo cierto es que tenía buena fama -de ahí los elogios socialistas- desde que se convirtió en una piedra en el zapato del entonces presidente Pujol. Le nombró consejero de Cultura en 1984, en su segunda legislatura, tras la tempestuosa etapa de Max Canher.
Canher llegó con aureola de editor y buen gestor, pero se enfrentó a la izquierda o la izquierda se enfrentó a él. Fue la primera victoria parcial del PSC tras la derrota de 1980. La caída del primer consejero de Cultura de Jordi Pujol.
Rigol intentó restablecer los puentes porque, en efecto, deberíamos dejar la cultura al margen de la polémica política. Promovió el llamado Pacto Cultural (1980-1984), una política de consenso con los sectores culturales próximos al PSC. De ahí los elogios socialistas y las reticencias de Pujol, que siempre lo miró de reojo.
Tras las elecciones de 1995 estaba destinado a ser el presidente del Parlament, pero se le cruzó entonces el socialista Joan Reventós, el candidato del PSC derrotado en las primeras elecciones autonómicas (1980). El famoso pacto a cuatro toda la oposición, (PSC, PP, ERC e ICV) lo dejó sin el segundo cargo institucional más importante de Cataluña (y el mejor pagado).
Rigol se refugió en el Senado, donde fue elegido miembro de la Cámara Alta en representación del Parlament. De hecho, llegó a vicepresidente primero.
Pero aquí la historia también le jugó una mala pasada. Aznar estaba dispuesto a ceder la presidencia a un nacionalista catalán. Eran los tiempos del Pacto del Majestic y del entendimiento con CiU.
Pujol se opuso. El presidente del Senado, protocolariamente, es más que el presidente de la Generalitat. O al menos esa fue la versión que corrió entonces.
Yo se lo pregunté al propio Rigol, hace años, en los pasillos del Parlament, quien lo vetó. Todavía me acuerdo de su respuesta: «Duran me dijo que Pujol, Pujol me dijo que Mas, Mas me dijo que Duran».
En fin, se resarció de sus penas, llegando finalmente a presidente del Parlament en la última legislatura de CiU antes del tripartito (1999-2003). La verdad es que dejó el listón muy alto teniendo en cuenta lo que ha venido después entre Ernest Benach, Núria de Gispert, Carme Forcadell, Roger Torrent, Laura Borràs o Anna Erra.
Borràs, como se sabe, está condenada por corrupción. Mientras que De Gispert, también de Unió, acabó convertida en un troll de twitter. Llegó a ser reprobada por el Parlamento catalán, por decirle a Arrimadas, líder de la oposición, que lo mejor que podía hacer era «volver a Cádiz». No fue el único exabrupto en las redes. Ahora, como otros, está desaparecida en combate.
Recuerdo que Rigol riñó una vez a un diputado de CiU, el exalcalde de Tarragona Joan Miquel Nadal, por decir que el Parlament era un Parlament de fireta, un Parlamento de juguete. Es casi lo que ha pasado. La cámara catalana -entre leyes de desconexión, sobresueldos y jubilaciones doradas- está muy desprestigiado de cara a la ciudadanía.
En su última entrevista a Catalunya Ràdio, dijo que moriría «preocupado» por la política catalana. Pero él también es responsable. Porque, como decía al inicio de este artículo, se pasó con armas y bagajes al proceso. Nunca había tenido, hasta entonces, inclinaciones independentistas. Al contrario, ya ven: ¡aspiraba a presidir el Senado!
Me recuerda a otro vicepresidente, en este caso del TC, Carlos Viver Pi-Sunyer, que tras haberlo sido del alto tribunal (1998-2001) -tiene incluso la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica (2004)- fue el gurú de Artur Mas para el proceso como presidente del denominado Consejo Asesor para la Transición Nacional.
Rigol acabó rompiendo el carnet de Unió -yo estaba en la rueda de prensa que lo anunció- cuando se partió esta fuerza política en el 2015. Me recuerda en este caso a Toni Castellà, que lideró la escisión tras haber sido el secretario de organización de Duran. Ahora seguía de diputado en el Parlament
Entonces, como otras figuras veteranas -Ernest Maragall, Ferran Mascarell- tuvo una especie de vejez dorada. Lo hicieron presidente del Pacto Nacional pel Dret a Decidir. Una especie de Parlamento bis del que formaban parte partidos independentistas y, en teoría, 4.000 entidades de la sociedad civil.
Nunca entendí que una figura como él se prestase a ello porque era una especie de parlamento independentista que hacía la competencia al propio parlamento que él había presidido. Incluso se reunía en la sede del Parlament.
Sospecho que tenía aspiraciones políticas. Incluso podía emerger como el tercer hombre -entre Mas y Romeva- tras las elecciones del 2015. Pero, a la hora de la verdad, lo relegaron al penúltimo de la lista. Encajonado entre el republicano Ernest Benach y el entrenador de futbol Josep Guardiola.
Uno de los problemas de la Cataluña actual es que nos hemos quedado sin referentes. La crisis actual no es solo política, económica, social o hasta deportiva -viendo como está el Barça de Laporta, independentista confeso- sino sobre todo moral. Por eso, a mí me hacía mucha gracia cuando en algún acto de Esquerra veía a pancartas comparando a Oriol Junqueras con Mandela o Gandhi.