‘El crepúsculo de las ideologías’

‘El crepúsculo de las ideologías’

El título de este artículo corresponde a un brillante texto de Gonzalo Fernández de la Mora, filósofo y político fallecido en 2002. En él, se pone de manifiesto el resultado final de un “pensamiento único” surgido tras la II Guerra Mundial y el triunfo de un doble “pensamiento dominante”, el socialdemócrata y el liberal-conservador. Defendió en su obra una idea que el transcurrir de la historia demostró acertada: la izquierda socialdemócrata se aburguesó a la vez que el pensamiento liberal-conservador se “socializó”. Confluencia de ambas situaciones y el derrumbe del pensamiento marxista y de sus gobiernos a finales de los años 80 supuso la aparición de ese “pensamiento único” cuyas élites protagonistas entendieron, falsamente, que triunfaría in nihilo tempore hasta la llegada del “fin de la historia”.

Durante décadas, dicha concepción del “mundo de las ideas” se mantuvo, apartando del debate e incluso de la participación política a aquellos que el sistema imperante entendía como “disidentes”, llegando al extremo de repartir “credenciales de demócrata” a aquellos que perteneciesen a dicho redil y retirándosela a los “contestatarios”. No es menos cierto que aquel status quo ideológico cosechó importantes cotas de paz social y de progreso, de cierta, real o aparente, cotas de libertad y de desarrollo y donde, a modo de ejemplo y durante la década de los 70, el Estado del bienestar, en su forma social-demócrata o liberal-conservadora, fue el modelo incuestionado para los individuos del llamado “mundo libre”. Pero tal situación se mantuvo en detrimento de las ideologías, al copar aquellas dominantes un mensaje vacuo y sin contenido donde todo tenía cabida y donde los límites de las “ofertas políticas” fueron extremadamente estrechos sino en algunos casos, prácticamente gemelos.

Mientras desde el pensamiento liberal-conservador la inacción ideológica fue una constante, basada, entre otras cosas, en la apología del capitalismo en la fase de la globalización de los mercados con la desaparición de nuevas realidades políticas e incluso de las naciones, desde la izquierda se profundizó en ofertar un mensaje con “algo” de ideología, apareciendo la llamada “tercera vía”. Pero no todo era un “campo de amapolas”. La supremacía de ese “pensamiento monocorde” trajo consigo una indubitada “crisis de representación” así como una anhelante necesidad por parte del ciudadano-elector de i) mayor compromiso de las élites en sus mensajes ii) claras alternativas al modelo imperante desde el final de la Segunda Guerra Mundial y iii) aparición de nuevos protagonistas políticos frente el papel de los partidos y sus dirigentes que provocó, como si de un nuevo “despotismo ilustrado” se tratara, la desconexión entre ese poder político y la ciudadanía.

Pero Gonzalo Fernández de la Mora no pudo prever, erróneamente, que las ideologías clásicas perdían su poder de persuasión. Los “pensamientos dominantes” confundieron de manera intencionada las diferencias entre la izquierda y la derecha, entre el socialismo y el conservadurismo para apuntalar de manera visionaria y para la eternidad su teórica hegemonía. Habría que añadir la crisis económica. Si a una sociedad carente de valores y con déficit de representación se le suma una grave crisis económica, se reforzará, como así es, la desconexión entre los ciudadanos y sus gobernantes. Como efecto directo, el individuo valorará todavía menos su derecho de participación política pues lo considerará inútil. Por muchas apelaciones que se hagan a la “democracia”, término plagado de ambigüedades y polisemias, los ciudadanos entienden que es necesario reestructurarlo de una forma lógica, pues en términos de pura representación política, la democracia se ha llegado a convertir en una “partitocracia” donde es falso que el elector nombre a los políticos y estos, irremisiblemente han sido seleccionados por el aparato de los partidos.

Claus Offe, politólogo socialista reconoció que la partitocracia desradicaliza las ideologías y erosiona la identidad de los partidos. Producto de todo lo anterior ha provocado la aparición de nuevas formaciones políticas. Pero mientras unas plantean un presente distinto, otras nos llevan a la quiebra y crisis, moral y humana, que supuso la imposición del caduco “pensamiento dominante”.

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