Cogerse un Ómicron con elegancia

Ómicron
Ómicron

¡Ay amigues! ¡Cuánto extraño la navidad del Antiguo Régimen! Donde era ¿lo recuerdan? insanamente mandatorio ser feliz, atractivo, exitoso y recibir amigos y familiares bien avenidos… ¡Qué morriña de esas  constantes comidas y ágapes y de los grotescos dispendios económicos y emocionales que tenían lugar!

¡Ah! ¡Tiempos felices pre Covid! ¿Los recuerdan? momentos gloriosos en los cuales salíamos despreocupados por ahí, abrazábamos el mundo, tosíamos sin ser señalados por nuestros vecinos, estrechábamos la mano de los compañeros y amigos, e incluso nos restregábamos con aquellos más afines…

Cada día de estas fiestas decapitadas me pregunto qué estará haciendo Miguel Bosé, ¿y Pedro Sánchez? ¿Y el ex rey Don Juan Carlos? ¿Estarán tranquilos, deprimidos, ebrios, contagiados, bien vestidos, afectivamente cubiertos? ¿Observarán, sobre todo los últimos, las normas pandémicas rigurosamente…? ¿Y el protocolo?

Parece, sólo digo que parece, que el contagio por esta cepa no reviste gravedad, pero nadie tiene la certeza. En mi caso, casa de médicos rigurosos, nos hemos quedado, por segundo año, sin navidad y es una verdadera lástima porque ya no siento nada (navideño); me pregunto si el sentimiento es recuperable porque este virus va a permanecer entre nosotros años… Oh Blanca Navidad, el momento donde la asimetría entre el quiero, el puedo y el debería distan escandalosamente las unas de las otras. Pero ¡sobrepongámonos, amigues! ¡Qué remedio! Buena cara y disciplina. Esta extraña y nueva cuarentena generalizada no debe ser sinónimo de “tirarnos a la Bartola” (máxime si ella no lo desea expresamente).

Y no lo duden, dominaremos el coronavirus, pero, ay, ¿podremos dominarnos a nosotros mismos? Los datos sobre suicidios y consumo de antidepresivos son mucho más alarmantes que la última cepa de moda en esta sociedad blandita con poca o ninguna tolerancia al sufrimiento que no conocía el dolor (la del ibuprofeno y el lexatín), ni el aburrimiento (la del streaming y el smartphone)…

¿Y cómo se han comportado ustedes este año, en general, eh? (No hablo de medidas Covid) Yo confieso que fatal, no obstante, lo de menos serán nuestras buenas o malas obras y esta nochevieja  será el colofón perfecto para 2021: unas fiestas recelosas para un año traicionero donde si bien ómicron provoca 10 veces menos ingresos, al menos en Madrid, que la ola más crítica, todos nos vamos a infectar.

No se asusten, el coronavirus no es una enfermedad apocalíptica, sin embargo, como los bufets, podría, si lo consentimos, sacar lo peor de cada uno. ¿Han comido queridos en un bufet libre, verdad? Ya saben, esos muestrarios pantagruélicos de infinita comida, generalmente grosera e indigesta, que precipitan al hombre y la mujer a incurrir en varios de los pecados capitales: avaricia, gula, lujuria…

Cabe destacar que la comida es una de las pocas señas navideñas todavía permitidas, de lo contrario el mundo entero se levantaría (no ver a los abuelos pase, pero ¿quedarnos sin langostinos?)

Queridos míos, la furia gourmet me parece hortera… Es primitivo pensar tanto en el yantar, pero, qué quieren que les diga, esta nochevieja podemos desquitarnos de la frustración con la comida.

Y díganme, frivolicemos…  ¿qué les parece más de Las Hurdes: el turrón duro o el turrón blando? En mi modesta opinión los dulces navideños son un ardid incuestionable; sí, una perversión culinaria imposible que sólo puede satisfacer a un depravado y que, año tras año, consumíamos para contrarrestar la silenciosa ansiedad que representaba tener delante a toda la familia. Y bien que la echamos de menos, ahora.

En cuanto al chupe ¿no es cierto que esos peces bebían y bebían y volvían a beber?… En momentos de ansiedad, el alcohol no es el problema, ¡¡¡el alcohol es la solución!!! Cuidado con estos pensamientos, con resultados poderosamente ansiógenos.

Salimos de otro año de apisonadora Covid confusos, disfóricos y un poco desquiciados; con todo, seamos sobrios, es posible gozar del milagro de la vida y de la aventura de existir. Esforcémonos, la más admirable cualidad, síntoma inequívoco de inteligencia es conservar la alegría y el tono vital con valor y conciencia.

Y ahora, a salvo de la melopea de cursilería findeaño y lejos de almibarados análisis quiero levantar mi copa por todos ustedes.

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