Los censores censurados

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Dijimos que era contra Núñez Feijóo y para tratar de buscar protagonismo e invertir las tendencias de creciente apoyo al PP a costa del propio Vox, y, sin embargo, la moción de censura ha terminado siendo un poco contra el Gobierno y un mucho contra ellos mismos.

Es cierto que en política hay que ser audaz y moverse para no caer en el marasmo, que es el olvido; y que la caída de Sánchez que traería el éxito de la moción resultaba tan atractiva y deseable que la recompensa pudiera ameritar los riesgos que se corrían. Pero si el éxito se sabe imposible, la función de retorno-riesgo tiene una representación plana: cero beneficio, infinito coste. El exceso de audacia lleva a la insensatez; volar es una sensación maravillosa, ¡pero nadie se tira desde lo alto del campanario para poder experimentarla!

El error de cálculo, entonces, es que no había ninguna posibilidad de que terminara bien. Y más si en la empresa no te acompañaba prácticamente nadie, ni para protagonizarla ni para contarla. El propio Abascal se ha quejado durante media hora de que solamente ha recibido críticas y de que nadie, ni entre los medios más afines, ha entendido el sentido de la jugada; siendo que esa aparente incomprensión podía haberles hecho recapacitar, y concluir que el movimiento no era el correcto. Lo peor es que ha terminado por tener razón: como todo el mundo había tomado partido en contra, ahora todo el mundo tiene la predisposición, por puro ánimo de justificarse, a anunciar que se ha producido el fracaso que se había pronosticado.

Y tampoco les ha importado que no les apoyara el PP, ya que su compañía hubiera desactivado su mal disimulada estrategia de diferenciación. En Vox deberían asumir, por un lado, que los movimientos en solitario ayudan a su estigmatización como ultras, que es la constante pretensión de casi todos los actores políticos y de casi todos los medios, y por otro, que la oposición al sanchismo tiene que ser colegiada política y socialmente. Igual que Pedro Sánchez cuida y alimenta a sus socios, a los que necesita cargados de votos y de escaños, Abascal debería entender que el reto de descabalgar al sanchismo va a ser muy complicado, pero que será imposible si se pretende hacer solo o con un compañero que no esté en plena forma. Igual de absurdo e inútil era hacer una moción contra Feijóo como hacerla sin Feijóo.

En definitiva, en el día 21 de marzo era igualmente previsible lo que iba a pasar en la MdC como la llegada de la primavera. Ya no hablamos de la votación de mañana, que tiene la significación protocolaria de una entrega de medallas, sino de la forma, intelectualmente paupérrima, pero efectiva, en que Pedro Sánchez, con el manejo del escenario y de las imágenes de televisión, iba a ganar la carrera. Como hace en cada sesión de control, no ha tenido ni la más mínima intención de contestar a los requerimientos o de desmontar las acusaciones, brillantes y oportunas, de los dos censores; se ha dedicado a atacar los flancos de sus adversarios (¿cuántas veces ha dicho lo de la derecha y la ultraderecha?) con las calumnias de siempre y a vender sus políticas sociales y su inspirada y exitosa gestión en momentos de zozobra bélica y pandémica.

Ramón Tamames ha desnudado a un presidente, no solamente mentiroso, inútil y con rasgos autocráticos, sino inculto e históricamente acomplejado. Sus arremetidas contra el Gobierno de Sánchez no han sido novedosas, pero han sido plurales, han estado bien documentadas y han merecido la consideración especial de su gran autoridad política y académica. Ahora bien, ha dejado claro que, para él, el gran éxito de la moción residía en que él ha sido el candidato; en su enorme vanidad, y con la ingenuidad y la falta de reflejos propia de la senectud, se ha despreocupado completamente de cuáles van a ser sus consecuencias prácticas. Además, y una vez conocidas las líneas de su discurso y la nula influencia del mismo en el resultado final de la moción, el presidente ha preparado una larguísima defensa llena de autocomplacencia y de mentiras en el repaso de los logros de su gobierno, así como en la inexistencia de alternativas teniendo en cuenta los fracasos del anterior gobierno del PP.

En fin, era lo lógico que Sánchez apareciera después de la batalla a patear a los muertos de los dos bandos, incluidos los que no habían declarado la guerra. Para saber cómo y cuánto de mal le ha salido la jugada a Abascal, solamente hay que esperar a las próximas encuestas. En la línea del Tezanos más enamorado, han hecho aparecer a Sánchez como un verdadero estadista. Sabremos pronto en qué medida le han sacado del pozo en que sus leyes y sus políticas le habían metido. Su trayectoria está llena de dislates, engaños y traiciones, pero siempre ha evidenciado su oportunismo, y, naturalmente, no iba a dejar pasar esta oportunidad.

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