Las causas y los efectos de la inflación

Las causas y los efectos de la inflación
Las causas y los efectos de la inflación

La gente está aturdida y realmente desorientada por el fenómeno de la inflación, aunque no es la primera vez que nos ataca con saña. No entiende que los precios de los alimentos suban sin cesar y también los de otros productos como el vestido o el calzado. Pero es lo que está sucediendo, sin que haya visos de que la presión vaya a aplacarse durante los próximos meses. Las causas de lo que nos está pasando son diversas. En primer lugar, el encarecimiento de la energía durante el año pasado, cuyos efectos sobre la traslación de los costes de las empresas a los precios de los productos lo estamos comprobando ahora. Igual que ha sucedido con los carburantes y el efecto correspondiente sobre el transporte, ineludible para situar los bienes en el punto de venta. Estos aumentos de los elementos imprescindibles para desarrollar la actividad económica ya se notaron el año pasado, de manera virulenta en la primera mitad, pero siguen incidiendo con fuerza, determinando la inflexibilidad de la inflación. Por ejemplo, muchos ganaderos han tenido que sacrificar reses porque los costes que soportaban les hacían perder agudamente rentabilidad, lo que ha hecho que el precio de la carne también haya subido en los puestos de venta normales, igual que la que se vende envasada en los supermercados, afectada por la estúpida ocurrencia del Gobierno de subir el impuesto al plástico.

Pero además de estas cuestiones tan evidentes, aunque despreciadas por el imaginario público, hay un hecho elemental que la gente desconoce, que es normal que ignore, pero que es crucial. La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario, el resultado de un crecimiento del dinero en circulación superior al de la producción, y esto lleva produciéndose desde hace una década debido a la intervención en los mercados del Banco Central Europeo para combatir las sucesivas crisis que nos han afectado. Los efectos de esta política inspirada por las intenciones más nobles han tenido resultados perniciosos porque, a tipos de interés cero, incluso negativos, las empresas y los consumidores han incurrido en riesgos inapropiados, acumulando deuda en exceso y emprendiendo proyectos insostenibles en condiciones normales, cuando el dinero tiene su precio por la sencilla razón de que no hay nada gratis en la vida, y si este panorama idílico se genera artificialmente acaba provocando consecuencias desastrosas. Entre ellas, el endeudamiento masivo de los gobiernos, entre los más destacados el de Sánchez, cubierto con generosidad por el banco central, que le ha permitido aumentar el gasto público hasta límites insostenibles para comprar descaradamente votos de pensionistas, de jóvenes y de mujeres, pensando que son incautos y no tienen uso de razón.

Aunque el presidente Sánchez ha atribuido a la guerra de Ucrania el fuerte incremento de la inflación, ésta había comenzado a repuntar mucho tiempo antes debido al comienzo de la era del despilfarro, aprovechando la suspensión de las reglas fiscales de la Unión Europea. La respuesta del Gobierno a esta situación ha sido la de introducir de manera discrecional medidas de control de precios y reducciones de algunos impuestos que recortan de manera artificial la inflación, reprimiéndola espuriamente. Sin esas medidas, la inflación general estaría entre 2,5 y 3 puntos más alta que lo que reflejan las cifras oficiales.

Pero hay algo más. En ningún estado de la OCDE y de la UE la inflación subyacente -que descuenta el impacto de la energía y de los alimentos sin elaborar, para despejar su volatilidad- ha superado a la general como sucede en España. Esta es la muestra palpable de la ilusión estadística por los controles de precios y las medidas adicionales aplicadas por el Gobierno. Y es un hecho muy importante, porque la inflación subyacente indica la tendencia o inercia en el crecimiento de los precios de los bienes y servicios, y la que refleja cómo incide en las condiciones de vida de los consumidores de una forma más permanente y generalizada.

Es seguro que la inflación general descenderá este mes, debido al llamado efecto base, a que la inflación se calcula sobre el crecimiento de los precios del mismo periodo del año anterior, que fue más alto, pero no cabe esperar que la subyacente se sitúe por debajo del índice general. Esto implica que, en promedio, los consumidores españoles han perdido un 7,5% del poder adquisitivo que tenían tan sólo hace un año, que su renta disponible ha caído en la misma proporción en términos de salarios, rendimientos patrimoniales o ahorros.

El futuro no es muy halagüeño. El cambio en la política monetaria, con subidas continuadas de los tipos de interés, posiblemente desacelerarán la demanda, como debe ser, y la inflación tenderá al objetivo del 2% a medio plazo, pero en el camino elevará la carga financiera de los hogares y las empresas, y por tanto su capacidad de consumo y de inversión. La continuidad de Sánchez en el poder, y sus políticas nefastas, que alimentan el ciclo en lugar de tender a corregirlo, por ejemplo subiendo los impuestos directos y las cotas sociales -que impactan en los costes de las empresas y acaban trasladándose a precios- prolongarían aún más la agonía.

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