La casta eras tú, Pablo Iglesias
El secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, ha decidido entrar de lleno en la “casta”. La hipocresía del dirigente de ultraizquierda no conoce límites y, fascinado por el ejercicio del poder, ha decidido renegar de las promesas que vendió como ejemplo de pureza democrática y compromiso con la sociedad cuando decidió dar el salto a la política.
En realidad, Iglesias es hoy el paradigma de la burguesía: un acaudalado propietario de un chalet de alta gama que vive muy por encima de la media y disfruta junto a su pareja, la también ministra Irene Montero, de las comodidades inherentes a su generoso sueldo público. Su intención de dejar sin efecto dos de las promesas fundacionales de Podemos es la prueba del nueve de que todo era una gigantesca estrategia de propaganda. Acabar con la limitación de sueldos -tres salarios mínimos de tope salarial- y dejar sin efecto la limitación de mandatos revela hasta qué punto el compromiso social del que presume no es más que un ardid, un señuelo y un guiño falso. Puro humo.
Iglesias ya es casta a todos los efectos, pero casta en su versión más elitista. Forma parte de la aristocracia política y disfruta de todas las prebendas, mamandurrias y beneficios propios de su condición de élite. Los argumentos para dejar sin efecto la limitación de sueldos y mandatos son de aurora boreal y rezuman cinismo por los cuatro costados. Pero que nadie se engañe: no es que haya cambiado de forma de pensar, sino que lo decía en un principio era mentira. Siempre fue un clasista. Ahora, embriagado de poder, Iglesias renuncia a los falsos principios con los que logró embaucar a muchos y, embebido de éxito, se quita la careta. Puede que algún incauto se sorprenda, pero el personaje es así porque ya era así. No ha cambiado en absoluto. La casta era él y sólo había que esperar a que llegara el momento en que mostrara su verdadero rostro.