Apuntes Incorrectos

¡Casado! ¿Qué necesidad había de patear a Vox?

La mayoría de los votantes del PP querían que Casado, o bien se abstuviera, o votase afirmativamente a la moción de censura de Vox. Y tenían mucha razón.
La mayoría de los votantes del PP querían que Casado, o bien se abstuviera, o votase afirmativamente a la moción de censura de Vox. Y tenían mucha razón.

El jueves pasado asistí a un espectáculo grandioso. Asistí al debate de la moción de censura en ‘La Sexta’, el canal que maneja Antonio García Ferreras y cuyo único objetivo en la vida es masacrar a la derecha española, y de manera destacada al PP, a lo que viene entregándose en cuerpo y alma, aunque la sociedad propietaria de la cadena disfruta de la licencia televisiva gracias a Rajoy, el inductor de Vox.

A las 10.35 de la mañana del jueves compareció en la tribuna del Parlamento Pablo Casado y allí fue hilvanando un discurso que según la mayoría de los opinantes del país fue colosal. Que, al parecer, ha marcado un antes y un después en el devenir de la nación. El orgasmo en la Sexta fue indescriptible y múltiple. Después de escucharlo, García Ferreras dijo en pantalla que la homilía era absolutamente memorable, la más importante sin duda de todas los pronunciadas por Casado. Rápidamente puso en marcha una ‘operación laudatio’ insólita. No dejó de repetir lo satisfecho que se encontraba animando a sus contertulios a comentar este suceso inolvidable. Y tuvo un gran éxito.

Ignacio Escolar, el responsable del ‘Diario.es’, cuya única misión editorial es apuntalar al Ejecutivo social comunista y denigrar a los conservadores y a los liberales, se declaraba absolutamente impresionado con que el PP se hubiera convertido por arte de magia en la derecha civilizada y europea que conviene a la nación, aunque a renglón seguido dejó escapar que «a ver si esto servía para pactar la renovación infame de la judicatura» a fin de que magistrados comunistas sin escrúpulos se carguen la división de poderes y permitan a Sánchez gobernar sin clase alguna de control.

Jorge Bustos, uno de los columnistas del país a los que más admiro desde el punto de vista literario, a pesar de sus querencias personales por Ciudadanos, coincidió en que Casado había dado un paso hacia la refundación ni más ni menos que del centro derecha. De manera que allí surgió un ‘momentum’ de fraternidad universal realmente conmovedor, en el que los azules y los rojos hacían piña. Yo también escuché, claro, el discurso del señor Casado. Tuvo algunos capítulos soberbios, y demostró ser un gran parlamentario, al que no le hacen falta los papeles. Dicho esto, el speech me pareció completamente desafortunado.

La moción de censura planteada por Vox, e inevitablemente destinada al fracaso, iba dirigida a denunciar la responsabilidad del presidente Sánchez en la mayor catástrofe humanitaria y económica que ha vivido España desde la Guerra Civil a causa de su negligencia y de su ineptitud. Una catástrofe, por cierto, que va a crecer en intensidad a medida que pasen los meses. Casado interpretó, como la mayoría de los opinadores, que iba dirigida a minar su papel como líder del centro derecha, y sobre esta presunción armó un discurso inmisericorde contra Vox, incluyendo ataques personales inapropiados contra Abascal y rompiendo todos los lazos posibles que podrían trabar una alternativa razonable al psicópata que nos gobierna.

Hay un acuerdo unánime entre todos los expertos en que, como bien se ha encargado de recordar el vicepresidente Pablo Iglesias, la derecha no volverá a pisar el Consejo de Ministros jamás… salvo que se produzca alguna alianza entre el PP y Vox. Esto podría ser plausible si los dos partidos al menos llegan a acuerdos para presentar listas conjuntas en aquellas circunscripciones con pocos diputados en las que la división es lo más parecido a un suicidio.

Pero el jueves Casado decidió destruir todos los puentes con el partido de Abascal, regalando los oídos a los barones, a los melifluos y a los meapilas de los que está rodeado, que llevan tiempo exigiéndole un cambio de rumbo hacia la moderación y hacia los acuerdos de Estado con una persona que está probadamente demostrada que es un felón que después de liquidar al Partido Socialista tal y como lo hemos conocido hasta la fecha está determinado a sacudir el país como un calcetín en compañía de Iglesias hasta hacerlo irreconocible.

La mayoría de los votantes del PP querían que Casado, o bien se abstuviera, o votase afirmativamente a la moción de censura de Vox. Y tenían mucha razón. Ellos no hacen cálculos políticos. Saben que su enemigo es Sánchez, porque es el político que está conduciendo a la nación a los registros más bajos de su historia, no sólo por los muertos adicionales que han causado sus errores y equivocaciones, sino por el rendimiento económico pésimo que amenaza la supervivencia de millones de familias y, para los más exquisitos, por la pérdida de reputación en que está inmerso el país en toda Europa, desde hace tiempo blanco de la diatriba de los principales diarios internacionales.

En política, la prueba del algodón para saber si lo estás haciendo bien es observar al enemigo, comprobar sus reacciones y ver sus manifestaciones. Si Garcia Ferreras te alaba, si el diario ‘El País’, que lleva meses criticando acerbamente a Casado por no apoyar a Sánchez durante la pandemia, así como recriminado sus posiciones políticas cotidianamente con adjetivos a veces irreproducibles, ahora, como por ensalmo, asegura que por fin has elegido el camino correcto, es que te estás equivocando por completo.

De estos enemigos insaciables no puedes esperar nada. Cuando dicen que desean y aspiran a una derecha europea, civilizada y homologable, la traducción simultánea de estos anhelos completamente cínicos es que lo que de verdad quieren es una derecha servil que jamás pueda ganar unas elecciones. Una derecha sumisa y arrodillada ante los dictados del ‘supremacismo’ izquierdista. La derecha que pueda ser enseñada en el zoo como los monos en las jaulas para la contemplación de la jauría en que ha convertido España el ‘socialcomunismo’ de Sánchez y de Iglesias.

La moción de censura de Vox era completamente oportuna y apropiada, y además ha tenido la virtud de darnos grandes días de gloria en el Congreso. A mí no me gustan algunas de las propuestas de Abascal. No comparto su posición beligerante con la Unión Europea (UE) justo en el momento en que sus fondos económicos van a ser parte del salvavidas del país, o en que si España no ha quebrado todavía es gracias al apoyo incondicional del Banco Central Europeo; tampoco sus tics antiglobalización. En todo lo demás, estoy de acuerdo en sus postulados. El Estado de las Autonomías ha demostrado con motivo de la pandemia una ineficacia clamorosa y podría ser reformado usando los procedimientos constitucionales, como propuso Abascal, porque, entre otros inconvenientes, entraña duplicidades que absorben unos recursos públicos ingentes.

Y desde luego, comparto por completo la posición del líder de Vox sobre la inmigración. Hay que detener de una vez la invasión de inmigrantes al margen de la ley que vienen al albur de un sistema de bienestar insostenible. En mi pueblo, que apenas rebasa los 4.000 habitantes, hay más de 100 familias de fuera. La mayoría son marroquíes. Suelen tener de media cuatro hijos, y van a por más, algo explicable dada su admirable propensión a la natalidad, pero muy gravoso si se tiene en cuenta que perciben del Gobierno de Navarra ayudas que van desde los 600 euros a los 1.200 euros, según el número de descendientes, siendo discriminados positivamente en el acceso a la vivienda. Más del 50% de los niños que van a la escuela de mi pueblo son inmigrantes.

Algunas de sus madres trabajan en la asistencia doméstica. Los maridos habitualmente no hacen nada. Van y vienen por el pueblo como fantasmas con sus chilabas, no se integran en la comunidad, están todo el día en el bar tomando café bombón, jugando a las cartas y mirando el teléfono móvil, antes o después de ir a la mezquita garage. La policía local ya se muestra incapaz de controlarlos -porque cada vez hay más jóvenes que llegan y luego desaparecen-, y esto es lo mismo que decir que el CNI tampoco, con el peligro que esto supone.

Cuando Abascal habla de los problemas que ocasiona integrar en un país escaso de recursos económicos -con la intensa cantidad de desempleo que padecemos, y el desproporcionado número de inactivos o de pasivos- a tanta cantidad de gente alejada de nuestra cultura, que no piensa como nosotros, tiene toda la razón. Por motivos económicos y morales. A mí no me gusta mi pueblo así.

No soy xenófobo. Simplemente, me gustaría parar a tiempo el eventual desastre. ¿O es que nos hemos olivado del trágico atentado de Barcelona? ¿Es que no estamos viendo lo que está pasando en Francia o en el Reino Unido?  Si me llaman facha por estas observaciones estaré encantado, pero que sepan que ni las élites, ni muchos de los idiotas que se sientan en el Congreso o que abundan en las tertulias de las televisiones dominadas por la izquierda jamás han pisado los pueblos de la ribera de Navarra, y de tantos lugares de España donde el drama está a la vuelta de la esquina.

Lo más descorazonador del discurso de Pablo Casado, tan alabado por esos enemigos que le seguirán clavando el cuchillo a la menor oportunidad cuando se esté duchando, es haber equiparado a Vox con Podemos. El único partido ultra en España es el que dirige el señor Iglesias, que para nuestra desgracia se sienta en el Consejo de Ministros. Este es el que quiere liquidar el espíritu constitucional de 1978, el que aspira a derribar la Monarquía y el que alberga como propósito fundar una nueva sociedad subvencionada y esclava del poder político con el apoyo del presidente Sánchez. Como en Cuba. Como en Venezuela.

Vox por el contrario es un partido todo lo peculiar que se quiera, pero muy acertado en muchos de sus planteamientos y desde luego perfectamente constitucional; un partido con el que puede contar incondicionalmente el Rey y el sistema democrático en su conjunto. Esta es la colosal diferencia con las ratas de Iglesias, campeones de las malas artes y del cinismo.

Hay muchos que piensan que el jueves Casado se quitó un peso de encima, que se empoderó dentro del PP y que emprendió con audacia un camino enormemente arriesgado que a la larga le proporcionará grandes réditos electorales. Yo pienso -y mira que lo lamento- que se equivocó radicalmente, que erró el tiro, y tengo muchos amigos votantes a los que esta maniobra inesperada ha descolocado por completo y a los que ha perdido para siempre.

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