El cambio por la fuerza

El cambio por la fuerza

Odiadores profesionales. Eso es lo que son las fuerzas del cambio y, si no, miren a su alrededor y vean cuál es la estrategia de campaña. Envenenar, emponzoñar y soliviantar más, si cabe, esta sociedad maltrecha. Conquistar con falsas promesas para dividir a la sociedad desde el odio. Se presentan como salvadores al servicio de los pobres y la defensa de la igualdad y la justicia pero, en realidad, sólo defienden a los suyos frente al resto que somos los no afines, los “fachas”, los incómodos, los intolerantes… todos aquellos que nos atrevemos a cuestionar sus dogmas impuestos, con independencia de nuestro estatus material -porque aunque quieran convencernos de lo contrario, esto nada tiene que ver con lo estrictamente económico- ciudadanos de segunda desprovistos de nuestros derechos y libertades más básicas, como castigo del futuro nuevo régimen.

Advertir de lo peligroso y preocupante que es que la extrema izquierda se crea legitimada para decir y hacer lo que sea, como sea, cuando sea y que hasta la fecha lo haya hecho sin consecuencias, no ha funcionado. Por una razón bastante sencilla y que, sin embargo, escapa a la comprensión de las formaciones “constitucionalistas”. Los votantes de las fuerzas del cambio, es decir, del cambio por la fuerza, no atienden a argumentos racionales, no analizan ni valoran las consecuencias, su voto será el resultado del odio, la rabia, el enfado, la desconfianza y la desesperación de quienes, atrapados en un incendio, prefieren saltar al vacío por la ventana con la ilusión de no quemarse, aunque el desenlace sea nefasto.

La verdad no da votos. Por eso, los planes de la izquierda radical para España llevan meses alimentando a la sociedad con un tono constante y reconocible en cada discurso, cada gesto y cada entrevista. Una batalla semántica y emocional. El voto tiene mucho de ambos: de sentimientos y de fe en las palabras. Ejercer su derecho en esta ocasión será buscar tranquilidad de conciencia. Pero no todos tendrán el mismo valor. Sé que desde hace tiempo muchos sienten que depositar una papeleta en una urna no significa ni cambia nada, que no tiene sentido molestarse. Sé que se sienten engañados y traicionados. Prefieren tirar la toalla. No lo hagan. No se rindan. Lo que seremos depende de que voten. Y de que lo hagan bien. Hacerlo deseando dar una lección o un escarmiento sólo hará que lo que vivamos en carne propia pueda ser de entre lo malo, lo peor. En esta ocasión, el voto protesta es ejercerlo. No hacerlo da cancha al totalitarismo.

Querría, como ustedes, que todos los que se han aprovechado y son unos corruptos se vayan a su casa, pero quiero todavía más poder conservar la mía intacta. Querría que la economía fuese mejor, pero quiero todavía más no tener que guardar mis ahorros debajo del colchón. Querría pagar menos impuestos, pero quiero todavía más conservar la posibilidad de comprar pequeños caprichos a mis hijos sin necesitar cartillas de racionamiento. Querría que mi país no siga descarrilando, que no arraiguen los revolucionarios en la nueva etapa de recuperación que nos hace tanta falta. Una opción pretendidamente dictatorial. Si llega a contar con el respaldo de las urnas, tenderá a ocupar todos los resquicios de la sociedad y aniquilar cualquier foco de oposición y pensamiento diferente. Si sucede, protestar será del todo estéril, sólo atraerá una represión mayor. Lo realmente inteligente el 26J es resistir oponiéndose a la sinrazón. Si mil veces he defendido que no votar era la mejor crítica a un sistema nefasto, les digo que, el próximo domingo, votar es lo realmente subversivo.

Si quieren defender la libertad, voten. Su elección, si es buena y no se deja llevar por el odio, será quizá lo que haga sentirse orgullosos, en un futuro no muy lejano, a mis hijos y a los suyos. El comunismo siempre llega con sigilo, pero jamás cae pacíficamente. A veces, sólo a veces, como decía Tin Thit: “Los votos pueden más que las balas”.

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