Bye Irene, pero el adoctrinamiento trans sigue en las escuelas
Una madre catalana denunció hace un par de semanas que, en la escuela de sus hijos, en la zona del Montseny, la Associació de Famílies d’Alumnes de Catalunya (AFFAC) les ofreció a los padres con hijos menores de cinco años un «taller» que resultó muy fuera de lugar. De buena voluntad, de inicio participaron 33 padres, que al poco fueron una veintena que acabó la sesión formativa veinte minutos antes de tiempo. La charla se titulaba A mi hijo le gusta vestirse con ropa de niña y lo impartía un supuesto profesional «tallerista» que les puso al día de todos los principios de la teoría queer. Ya saben: esa historia de que el género de una persona no lo definen sus genitales, pero sí sus sentimientos. Y les soltó consejos tan delirantes como que si detectaban algún comportamiento «impropio del sexo asignado» al nacer, «actuasen». ¿Que «actuasen» cómo? Pues contactando con entidades LGTBI o grupos transactivistas, como la conocida Chrysallis, o con el muy discutido Servei de Trànsit de l’Institut Català de la Salut para un proceso de cambio de sexo. La asociación Docentes Feministas por la Coeducación, que está totalmente en contra, se apresuró en apoyar la denuncia de la madre y en pedir a la AFFAC que retirase esos talleres tan anticientíficos y plagados de estereotipos sexistas.
Y es que la quimera trans está en plena ebullición, al igual que lo están sus críticos. El PSOE quiere de repente (a buenas horas), y por simples motivos oportunistas, que olvidemos errores como el de la Ley del ‘sólo sí es sí’ que aún persigue al Gobierno. Por ello tenemos una nueva ministra de Igualdad, Ana Redondo, con una tarea inmediata: aplacar las iras del feminismo «clásico». Y la campaña en su contra por parte de la izquierda podemita ya se ha desatado. Se han viralizado unas fotos de la Sra. Redondo junto a un obispo y luciendo una cruz. La acusan de ser católica y, por tanto, poco sensible a la comunidad feminista y a la LGTBI. Para contrarrestar esa campaña, la ministra se ha dado prisa en alardear del uso del lenguaje inclusivo. Efectivamente, en la toma de posesión y jura/promesa del cargo mencionó a los nuevos ministros e, inmediatamente, a las «ministras». No fueran a decir.
Irene Montero dinamitó todos los puentes con una parte importante del feminismo. Su agenda queer, la aprobación de una Ley Trans que promovía el borrado de la mujer, más las rebajas de penas a violadores y agresores sexuales -cuando no su directa liberación- originó una brecha difícil de arreglar. La ministra Redondo tendría este trabajo por delante, pero no se hagan la menor ilusión (ya sé que no se hacen ninguna), pues va a ser su desempeño muy parecido. Paula Fraga, abogada penalista y de familia, especialista en Protección a la infancia y columnista es una de las feministas más destacadas en los medios. Afirma que Sira Rego, nueva ministra de la inventada cartera de Juventud e Infancia, «cree que hormonar y mutilar menores es progreso y defender los derechos de las niñas y niños es transfobia». También que Mónica García, nueva responsable de Sanidad y cuota de Más Madrid en el nuevo Gobierno, «cree en la existencia de infancias trans, una construcción del negocio biofarmacéutico que necesita al ministerio de Sanidad bajo sus órdenes» y que descarta la ciencia.
He aquí pequeños cambios para que todo siga como siempre. Mientras tanto, Irene Montero y Ione Belarra cobrarán más de 5.000 euros al mes durante dos años en una marea de gasto apabullante con más de dos decenas de ministerios y sus futuros ex ministros.