La biografía con goteras de Sánchez

Hay familias que heredan relojes de oro, vajillas de Limoges o bibliotecas de ilustrados. Y luego está la saga Pedro Sánchez, que parece heredar expedientes, sumarios y un cierto fatalismo trágico que ni Esquilo hubiera imaginado, con pedigrí de culebrón institucional y aroma a archivo polvoriento del Ministerio de la Guerra. Que a Pedro —nuestro Pedro, presidente por gracia de sus mayorías con todo Dios y desgracia de sus adversarios— le persigue la sombra de la corrupción, es ya una tradición semanal como el parte meteorológico.
Pero ahora, como dice el periodista de OkDiario, Segundo Sanz, en su exclusiva, le llega el capítulo genealógico: un abuelo desertor de un bando y condecorado por el otro, un Ulises sin Ítaca y sin ideología fija, que navegó de Teruel a Talavera no por convicción sino, para salvar la piel como hace Sánchez, pacta con Bildu o con quien haga falta.
Y es aquí donde el destino se vuelve irónico, casi cervantino -ya lo hemos dicho en otras ocasiones-. Porque tras los líos de su esposa, el vía crucis de su hermano -el de las vacaciones y hospedaje en Moncloa- y los episodios turbios de su entorno, al presidente le cae ahora -un abuelo legionario, condecorado por el Generalísimo-, el del Valle de los Caídos que él mismo quiere derruir.
Ahora, le brota un nuevo caso. Un abuelo que empezó rojo y acabó con medallas del bando nacional, azul, vamos; una especie de personaje de Galdós que hubiera desertado de Fortunata para volver uniformado en Benedictina. A este paso, de seguir indagando, nos enteraremos de que otro antepasado suyo ayudó a Godoy con la fruta prohibida o que alguno acompañó a Fernando VII mientras abolía la Constitución, que es como coleccionar álbumes de desgracias, pero que a sus compañeros de viaje como los ex Junts, no les parece nada raro.
Ya lo decían los sabios, que sabían de genealogías y de ironías: en España, uno no se salva del linaje ni mudándose de barrio.
La España del 38 era un país de trincheras, hambre y silencios. Ahí tenemos a Mateo -escapando del Ejército de la República para alistarse con Franco, mintiendo incluso con la edad, como tantos chavales que se afeitaban para parecer hombres. Y ahora, ochenta y siete años después, el nieto más comunista del PSOE, se encuentra con que en el Año Franco —ironías suprahistóricas que ni Valle-Inclán hubiera pronunciado sin un sorbo de aguardiente— le exhuman no un cadáver, sino un parentesco incómodo.
Porque Sánchez, que hizo del antifranquismo performativo una especie de columna vertebral estética, se ve ahora retratado como nieto de un legionario condecorado. Y España, que es muy suya para estas cosas, ya prepara el meme, el editorial y el púlpito parlamentario.
Pedro, Pedro… quieres escribir tu legado en bronce progresista, pero te persigue la historia como un perro fiel que no entiende por qué le cierran la puerta. Que si la mujer investigada, que si el hermano en aprietos, que si los contratos raros del partido, que si el asesor de no sé dónde… Y ahora el abuelo, el pobre abuelo Mateo, que no pidió ser protagonista de esta comedia de enredos historiográficos.
Un presidente acosado por la actualidad, dirían los cronistas antiguos. Un hombre asediado por su sangre, diría un dramaturgo romántico. Un político al que le cae otra tormenta, diría una tertulia matinal. Y la más castiza de todas:
A perro flaco, todo son pulgas.