El beso de la imposibilidad
Euforia por una victoria histórica, miles de horas de sacrificio y de duro trabajo en equipo recogidas en unos minutos, exultación, satisfacción, entusiasmo, vehemencia, ímpetu, ardor. Van pasando una a una las jugadoras para ser felicitadas por la reina de España y su hija pequeña. A su lado, está el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, igual de feliz por la victoria de las chicas del fútbol español, que han elevado al país a lo más alto. Llega la capitana del equipo, se abrazan, sonríen felices, ella lo eleva en ese estado de júbilo difícil de explicar y él, llevado por ese arrebato de pasiones y su profundo orgullo como presidente, le da un beso rápido en los labios. Sigue el acto, la victoria merece la más alta celebración.
De regreso, en el autobús, las vencedoras siguen festejando. La capitana enseña a sus compañeras con su móvil el momento del beso con el presidente, divertida, con sonrisa de oreja a oreja, algo escandalizada, pero en absoluto se muestra incómoda, más bien halagada por ese momento de complicidad y exultante emoción entre ella y el máximo representante del fútbol español. Lleva en la mano una botella de champán, que bebe a morro. El resto de compañeras corea al unísono: «¡Beso, beso!». El momento ha supuesto la guinda a un enorme pastel que estas vencedoras traen de vuelta a su país. España entera está exultante por su victoria.
Pasan las horas. El suelo empieza a temblar. Algunos poderosos han visto la brecha para hacer tambalear al poderoso; otros ven el motivo perfecto para entretener a los españoles con un culebrón de parvulario y quitarles de la cabeza por unos días el verdadero problema que tiene este país, con su incapacidad de armar un Gobierno que lo dirija. Los árabes compran acciones de nuestras empresas; la vicepresidenta comete un acto ilegal, yéndose a pactar con un fugitivo para conseguir el apoyo que necesita su jefe para volver a controlarnos a todos. Sin embargo, el tema que ocupa todas las tertulias es ese beso rápido y afectivo. Todo marcha según la idiosincrasia habitual del país.
Rueda de prensa del presidente de la RFEF, en la que explica su versión de los hechos, dejando claro que no va a dimitir. El acoso mediático va en aumento. Su madre se encierra en una iglesia, en huelga de hambre. La chica no termina de pronunciarse. El ministerio que, en teoría, defiende a las mujeres; pero que, en la práctica, las está destrozando, lo equipara a la mortal violencia sexual, demostrando una vez más que es un organismo perfecto para desaparecer. Ya hay sustituto, apenas puede expresarse, todo está temblando, las sonrisas empiezan a borrarse del fútbol español, el mundo entero conoce ya el «piquito de oro» y sus consecuencias. El cliché de macho hispano va hilando los entresijos. El presidente y su besito empiezan a sonreír, pero no hablan; una ligera ironía rodea todo este culebrón.
Lunes, 11 de septiembre. Se cumplen 22 años del atentado de las Torres Gemelas. El presidente del piquito dimite. Emite una tajante carta, dejando claro la tragedia (o la comedia) a todos los monstruos fabulosos que han visto una violación en aquel comportamiento. Sinuosas sonrisas arcaicas inundan hoy el país, porque el odioso misterio del besito tras la victoria ha sido finalmente desvelado. Se acabó el morbo, ya hay un pálido cadáver, ¿qué dirán ahora las de Igualdad? «Buenos días, ministra. ¿Qué tal su fin de semana? ¿Un piquito?» «¿Entre un hombre y una mujer por una victoria mundial? ¿Estáis locas? Si fuera entre transexuales cantando el himno del paganismo, aún; pero así no, tías».
Por cierto, y siento el despiste, se trataba de la primera victoria mundial del fútbol femenino: España se alzó como campeona. Es lo de menos, claro, dijo el indigno gran poeta.
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