Banderas de nuestros padres

Banderas de nuestros padres
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El gran Clint Eastwood -tan odiado por la progresía- dirigió en 2006 “Banderas de nuestros padres”, aquella película en la que Eastwood narraba, desde el punto de vista americano -después, el mismo año, narraría la visión japonesa con Cartas desde Iwo Jima”- la batalla de Iwo Jima, en cuyo desenlace los estadounidenses izarían su bandera en el alto del islote, imagen grabada para la eternidad. En ella, Eastwood habla de los héroes olvidados más allá de levantar la bandera, que se sacrificaron por su país, por sus ideas, por sus compatriotas.

Nosotros, en España, también tenemos héroes olvidados, muchos de ellos, gracias a Dios, todavía con nosotros. Son nuestros padres -para los nietos, sus abuelos- que trabajaron como quizás ninguna otra generación haya hecho nunca en España. Algunos de ellos vivieron los horrores de nuestra guerra -nuestra guerra incivil, como decía un profesor de Historia que tuve en el colegio, don Ramón Tauler- y todos ellos sufrieron las penurias de la postguerra, con un país destrozado tras tres años de dura contienda.

Con un país por reconstruir por delante, sin recursos, en muchos casos para estudiar, pero con un espíritu vigoroso, todos ellos fueron trabajando, compatibilizándolo, en muchos casos, con mejorar sus estudios y formación para poder seguir prosperando. Para ellos no hubo “Europa”, porque el resto de Europa continuó matándose cuando en España terminó el preámbulo de la II Guerra Mundial. Tampoco hubo Plan Marshall, porque el presidente Truman vetó que la ayuda llegase a España, dejando a nuestro país al margen de las ayudas americanas, como bien retrató Berlanga en “Bienvenido Mr. Marshall”, que tan mal sentó en Estados Unidos. No hubo ayudas.

Sin embargo, su ímpetu hizo posible que España saliese adelante, que los planes de estabilización y desarrollo se cumpliesen, que España creciese a doble dígito y que en menos de veinte años prosperase más que en los últimos dos siglos. Ahí, a la hora del esfuerzo, no había ni rojos ni azules, sino unos entonces jóvenes decididos, que querían formar una familia, que trabajaban sin descanso para dar a sus hijos una buena educación, para progresar.

Fueron los autores de la España de la industrialización, del “boom” turístico, del “600” y de las vacaciones en la playa, de la casita en la sierra, de las familias numerosas a las que no les faltaba de nada gracias al trabajo de sus padres -aclaro que empleo, como toda la vida hasta el analfabetismo actual, el masculino genérico, es decir, que incluye a padre y madre- pero que no despilfarraban tampoco nada: los hermanos pequeños heredaban lo de los mayores, se compartía habitación y se ayudaban en los estudios.

Y es que nuestros padres nos enseñaban disciplina, valores, esfuerzo, sacrificio, constancia. Ellos predicaban con el ejemplo. Trabajaban siempre sin descanso, hasta la extenuación, y así sacaron adelante un país. Nunca reclamaron rentas mínimas vitales ni cosas parecidas, y no es que el dinero sobrase en España. Se esforzaban y lo obtenían con su trabajo, sin preocuparse de su descanso. Ese ejemplo lo hemos tenido todos en casa: veíamos a nuestros padres -en este caso, mayoritariamente referido al género masculino- casi sólo los fines de semana, porque se iban a trabajar antes de que nos levantásemos y volvían después de que nos hubiésemos acostado, mientras nuestras madres, aunque fuese con ayuda, se ocupaban de la gestión o gobernanza de toda una casa llena de niños como eran todas las casas de las múltiples familias numerosas -a partir de cuatro hijos entonces- que había.

Esa generación, la de nuestros padres, son los héroes olvidados para nuestra sociedad. Son las personas a las que más les está afectando el coronavirus, ya que no se les preservó a tiempo en lugar de, tarde y mal, imponer medidas que no sirven para mucho, que no los protegen y que los introducen en un encierro depresivo, cuando se podría haber evitado y prevenido. Se manejan las cifras de las muertes, la mayoría de estos héroes olvidados, a los que nadie aplaudió nunca a las ocho de la tarde ni lo pedían, y en algunos lugares se atreven a especular con si a una persona mayor merece la pena darle tratamiento o no, cuando si tenemos la magnífica sanidad de la que gozamos se debe a que ellos la hicieron posible, pues, aparte de la vida, nos han dado las bases de la prosperidad de la que disfrutamos. Hay quienes querían retirarles la posibilidad de votar porque no les gustaba su opción de voto. Hay quien los desprecia por ser mayores. Son opiniones y acciones de personas viles, que las hay en todas las sociedades, pero la inmensa mayoría de españoles deberíamos estar inmensamente agradecidos, como estamos, a nuestros héroes olvidados, que nos sacaron de la ruina tras una guerra, levantaron España, nos dieron la prosperidad y ahora se nos mueren por imprevisión o se les mantiene encerrados en sus casas.

Ellos tenían y tienen mucho más arrojo que nosotros, que nos hemos convertido en una sociedad débil y ñoña, que suple la determinación que tenían nuestros padres con actitudes “buenistas”, almibaradas, pero huecas. Menos mal que tenemos el ejemplo de nuestros héroes, de nuestros padres, y que nos dure mucho. Sólo hace falta que se nos pegue un poco de su valor, esfuerzo y sacrificio y que los valoremos y cuidemos, no que se les trate, como algunos parece que querrían, como un trasto viejo, porque no lo son y les debemos todo.

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