Ayer soñé que la carne subía como la luz

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  • Diego Vigil de Quiñones Otero 

En innumerables ocasiones se ha repetido, citando a Vázquez de Mella, que en España ponemos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Esta frase tiene, en nuestros tiempos, aplicación a muchos problemas. Por ejemplo, las quejas habituales por la insuficiencia de recursos de la Sanidad lamenta las consecuencias sin atender a las causas: para que en España la Sanidad fuera mejor seguramente habría que pagar más por ella, pero aquí tenemos entronizada la gratuidad. Lo mismo ocurre con todas las cuestiones relacionadas con el clima: queremos menos CO2, demonizamos la energía nuclear, entronizamos las políticas anti-emisiones, pero luego nos quejamos amargamente de las consecuencias. Así sucedió la semana pasada con el debate sobre el precio de la luz. Todo eran lamentos, pero muy pocos señalaron las causas. Como muestra, el portavoz de la organización de consumidores socialista Facua, dijo en la SER que la solución al precio de la luz era cambiar la regulación y crear un bono social. Naturalmente no atinó a pedir energía nuclear, revisión de reglas sobre emisiones o bajadas de impuestos (si tan básica es la luz, ¿por qué nadie pide que esté libre de IVA –como por ejemplo lo está la enseñanza-?).

El caso es que, a base de llenar mi mente de estas y otras cosas, acabé soñando que la carne subía como la luz. En mi sueño, la UE imponía a las explotaciones ganaderas duros límites de emisión de CO2 que encarecían el producto. El Gobierno por su parte limitaba las explotaciones de cría de ganado intensivas, porque los pobres animales estaban muy juntos y eso contamina mucho: no se podían crear nuevas granjas, y se fijaba un calendario para el cierre de las existentes. Paralelamente, ante la imposibilidad de hacer frente a la demanda, las cárnicas españolas comenzaban a importar carne. Pasados unos años así, la carne subía de precio y alcanzaba máximos históricos. Nadie señalaba a las causas, pero todos se cebaban en las consecuencias. La SER entrevistaba  al portavoz de Facua, y éste reclamaba una regulación diferente y un bono social para que la gente pudiera comer carne. El Ministro Garzón, en lugar de alegrarse porque se cumplían sus objetivos de reducir el consumo de carne, decía que había una confabulación oligárquica capitalista para dejar a la gente común sin carne, y Unides Podemos comenzaba una campaña contra la pobreza cárnica, denunciando que la gente se ve abocada al pollo mientras los ricos comen ternera.

Me desperté, puse la radio, y todo en la realidad me recordaba a mi sueño. Encendí la televisión y un reportero entrevistaba a varios viandantes, los cuales explicaban que se tenían que conformar con el ventilador porque la pensión no daba para encender el aire acondicionado (el paralelismo entre el pollo de unos y el chuletón de la casta era evidente).

Seamos serios, por favor. La UE camina en una dirección fija hacia la reducción de  emisiones y eso va a afectar a la alimentación y la accesibilidad energética. La mayoría tendrán que comer pollo (cuando no pan y agua) y pasar calor y frío. La relación de causalidad con las políticas europeas es evidente. No es evidente que ello vaya a salvar el mundo, pues mientras los asiáticos contaminen lo que contaminan esto no tiene solución, pero la UE será un espacio de bajas emisiones y respiraremos mejor. Respiraremos si, pero las consecuencias serán muy exigentes y las pondremos en cadalsos mientras las causas ahí seguirán, sentadas en el trono.

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