El aún presidente vuelve a engañar

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  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

O por decir mejor: miente, pero ya no engaña a nadie. Aunque lo intenta con su habitual suficiencia patológica y con la desvergüenza propia del trilero que él es. Según fuentes socialistas de alguna solvencia, en el momento en que, haciendo gala una vez más de su cobardía, abandonó la sede de su partido apresuradamente en la noche del domingo, ya había decidido dar una vuelta más de manivela a su caja de Magia Borrás, y responder con una pirueta a la hecatombe electoral de la que ha sido protagonista. Escribo a posta alguna solvencia porque los pocos, escasísimos, interlocutores que pueden ofrecer alguna noticia de lo que ocurre en el PSOE y en la propia mente patológica de Sánchez, son ellos mismos víctimas de la facundia estrafalaria del sujeto, de tal forma que sus informaciones o son sesgadas o tienen corto crédito.

El hecho es que Sánchez rumió sólo unos momentos qué hacer tras la hecatombe en la que había sumido a su partido. Y se decidió apresuradamente por la convocatoria acelerada de elecciones anticipadas. ¿Por qué? ¿Cuál fue su primera intención? Pues, según opina un periodista siempre muy cercano por tradición al PSOE, porque ha intentado impedir que durante dos días los medios generales, incluso sus mamporreros, le hicieran recaer en el tremendo desastre que ha provocado en su partido. Un disfraz, el engaño sempiterno.

Ésa ha sido su intención que no ha calado, tanto es así que Feijóo, ya puesto el pie en el estribo de su gran reto electoral, descubrió públicamente la interesada pirueta del aún presidente y le espetó directamente la verdad: «La convocatoria no oculta el 28M», la fecha del «¡Basta ya!», el eslogan recuperado de tiempos en que los socios de Sánchez, ETA, mataban con enorme impunidad en España.

La nueva ingeniosidad del todavía presidente ha llenado de rabia incluso a sus mismos compañeros de partido. El extremeño Vara vuelve a la práctica -creemos- de la medicina más dura que existe, la forense, y le dice al que hasta ahora ha sido su jefe que «conmigo no cuentes que ya está bien». Otros colegas menos notables que Vara son por ejemplo los miles y miles de enchufados y similares que hasta el momento han venido cobrando gracias a la mamandurria de La PSOE. Sobre uno de ellos decía un socialista de la Andalucía subvencionada: «Pero, ¿qué se ha creído este tipo (es transcripción literal) nos ha dejado sin empleo y ahora nos pide que le hagamos la campaña de julio». Nada más acertada es la queja, porque en este instante se calcula, tirando por lo bajo, que el domingo se han ido al paro en Andalucía y en España entera no menos de treinta mil paniguados socialistas. Natural que estén que trinan.

En su apresurada justificación de las elecciones, Sánchez, como de costumbre, ha lanzado mensajes viperinos: en el primero, saliéndose de que lo que es una presentación institucional en la Presidencia del Gobierno, ha lanzado un desafío a los votantes para que reflexionen si quieren un Gobierno apoyado por la ultraderecha de Vox al estilo de los que, según se presume, pueden articularse en algunas regiones y municipios. Es curioso, me dicen: tras las elecciones andaluzas, el PSOE abandonó esta especie vista la nula influencia que había tenido en el resultado, al punto de que el boomerang se volvió contra el PSOE y Juanma Moreno ganó por mayoría absoluta. Luego recuperó el petardazo y en vista de que cada día le iban a Sánchez peor las cosas, lo utilizó a lo grande en esta campaña. Pues bien: ya se ve que es lo que ha pasado. Sánchez es tan corto de miras y tan largo de rencores que no aprenderá nunca.

El segundo mensaje, no directamente explicitado, pero sí latente en su justificación, ha sido el lamento por la división que ha estallado a su izquierda. Sabe Sánchez que apenas le quedan diez días a personajes tan de tercera fila, pero tan sectarios y vehementes como Belarra, Montero y Díaz, para recomponer sus figuras y, de paso, reunificar sus opciones políticas. Si no lo hacen, el zurriagazo que van a sufrir también en las urnas de julio va a ser todavía más brutal que el de esta semana. Y por cierto, y con referencia a la ventana de las nuevas elecciones, es tan soberbio el individuo, tiene tan mínimo respeto a los usos constitucionales que ni siquiera se ha atenido al proceso que marca el artículo 115 de nuestra norma suprema que reza textualmente así: «El Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de Ministros, y bajo su exclusiva responsabilidad, podrá proponer la disolución del Congreso, del Senado, o de las Cortes Generales, que será decretada por el Rey». Él se ha ciscado en la disposición y ha anunciado, sin el requisito de la reunión del Gobierno, el cierre del Parlamento para después, eso sí, comunicársela al Rey. Una muestra más de cómo entiende el sujeto la práctica institucional.

Ha convocado a los españoles sin tiempo para que respiren de la resaca del domingo y lo ha hecho con su facundia impostada, aludiendo a la necesidad de que hablen las urnas. Pero eso le da exactamente lo mismo: lo hace por su exclusivo apaño, sin considerar otro menester como es el de no entorpecer, a los pocos días de haberse inaugurado, la Presidencia de España de la Unión Europea. El problema no es que los electores del país necesiten expresarse, no, el problema es que el aún presidente carece de cualquier crédito. «El problema -como dice un analista- es Pedro Sánchez Castejón». Es un experto en provocar incendios y acudir luego, siempre con la televisión a favor, a sofocarlos. Tan mínima fe tienen en él sus mismos correligionarios que ya le están dando vueltas a la sucesión. A este respecto es significativo lo que se sabe de Page, el único barón que ha resistido el marasmo: «Si por un momento se le ha pasado (a Sánchez) por la mente largarme el endoso que vaya pensando en otro, que no estoy, ni se me espera». Así, con las reacciones de unos y otros, los más sorprendidos por la desfachatez del todavía presidente, llegamos a las segundas elecciones en cincuenta y cuatro días.

¿No hubiera sido decente juntar unas y otras en una sola convocatoria para que fueran más baratas y no indujeran a una estúpida pérdida de tiempo? Pues claro que sí, pero lo dicho: los intereses de este truhan y los de España no coinciden en absoluto, así que, como él lo ha querido, hay que empujarle a una salida rápida de La Moncloa. La que se merece este narcisista patológico. Lo prescriben los psiquiatras.

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