El asesino del CEO de UnitedHealthcare, un héroe para la izquierda
En el maravilloso circo del periodismo progre, donde las palabras “justicia social” se usan como barniz para tapar cualquier despropósito, no podía faltar el acto estelar: blanquear ahora al anarquista Luigi Mangione. Este sujeto, con más soberbia que remordimientos, dejó un manifiesto anticapitalista antes de asesinar a sangre fría al CEO de la multinacional aseguradora UnitedHealthcare, Brian Thompson. Para la izquierda, un crimen parece significar otra cosa si se justifica con referencias a las maldades del sistema. Como hacían, y siguen haciendo, algunos en España con la ETA, Terra Lliure o el GRAPO.
En su escrito, además de confesar el crimen, Mangione lo adorna con una pretensión de grandeza digna de un villano de película barata: “Se han vuelto demasiado poderosos (en alusión a los seguros médicos de EEUU) y continúan abusando de nuestro país para su inmensa ganancia porque el público americano les ha dejado hacer eso”.
Y mientras se autoproclama el gran vengador de los oprimidos (“soy el primero en enfrentarlo con una honestidad tan brutal”), los medios progres llevan días metidos en lavarle la cara. Según ciertos opinadores, se trata de un “libertario”, como si cambiarle el adjetivo lo aproximara más a la derecha, a Milei o a Hayek, borrando así su afinidad con una ideología de extrema izquierda que lleva dos siglos dejando un rastro de bombas y cadáveres.
Mangione es un anarquista de manual. Anticapitalista y partidario del uso de la violencia, de la acción directa, como instrumento legítimo para destruir el sistema. De hecho, basta con echar un vistazo a la colección de webs ácratas de nuestro país para ver que el asesino de Thompson se ha convertido en el último icono para ellos. Si el asesino hubiera sido un nazi, ¿a que no habría tanto cuidado con los matices?
Las antenas sanchistas hablarían del “auge del fascismo” y de la “ultraderecha”, de cómo “el odio” se está normalizando, y ya estarían buscando conexiones entre Mangione, Franco y Hitler. Pero no, como es un anarquista que dispara contra el capitalismo, ahora hay que “entender sus razones”. Que si “sufrió abuso laboral”, que si “la precariedad del sistema lo empujó al límite”. Y en lugar de un asesino, nos presentan a una pobre víctima del sistema. Es un insulto a la inteligencia y, peor aún, a las víctimas reales de sus actos.
Cierta tribu mediática anda más ocupada analizando la salud mental de Mangione que denunciando su acto como lo que es: terrorismo político. Y claro, no olvidemos la narrativa: la culpa, según ellos, no es del asesino, sino de un país que, al parecer, “lo empujó a hacerlo”. En este contexto, no es extraño que algunos insistan en que este tipo de crímenes “abren el debate sobre el impacto de la sanidad en EEUU”, como si cada tragedia fuera una oportunidad para reciclar consignas prefabricadas.
El manifiesto de Mangione no es más que una excusa barata para justificar su fanatismo. Es el discurso de siempre: el culpable no es el tipo que comete el crimen, sino las empresas, el capitalismo, el mercado. Y ciertos medios, con su varita mágica, convierten a Mangione en una especie de Robin Hood de nuestro tiempo, un vengador que, pobrecito él, simplemente no tuvo otra salida. La realidad, por supuesto, es que Robin Hood robaba a los ricos, pero este “vengador” los ejecuta.
Porque Mangione es un asesino fanático que, como tantos otros anarquistas a lo largo de la historia, ha usado la violencia como herramienta política. Desde el asesinato de Cánovas del Castillo por un ácrata italiano en 1897 hasta las bombas de los ‘antifas’ actuales, el anarquismo siempre ha encontrado excusas para el terror. Y mientras tanto, la maquinaria mediática sigue aplaudiendo, porque todo sea por no admitir que tienen un problema en casa.
Lo preocupante no es solo que siga ocurriendo, sino que haya una legión dispuesta a empatizar con él. Mangione ha pasado en X de tener 2.500 seguidores a medio millón en apenas cinco días. Blanquearle no es solo excusar un crimen: es normalizar la violencia como patrón de comportamiento social. Y ese es un mensaje que ya hemos escuchado demasiadas veces, con consecuencias devastadoras: más bombas, más cuchillos y más excusas para justificar lo injustificable. La historia, para quien quiera verla, está llena de ejemplos de lo que ocurre cuando los fanáticos encuentran comprensión en lugar de condenas. Y eso no es justicia social, es un camino directo al desastre.