Año nuevo, nuevas cancelaciones
En las postrimerías del 2023 hemos visto llamativos zambombazos del progresismo woke en defensa de la cínica y sectaria corrección política, social y cultural, creada para encajonar nuestros actos, nuestros pensamientos y, en definitiva, nuestras vidas.
Desde hace ya algunos meses, la red social X está sufriendo una persecución generalizada por parte del progresismo; ese progresismo que antes tenía a Twitter como arma para la discriminación y la cancelación partidista. Les hubiera gustado no perder esa eficaz y extendida herramienta, pero es lo que tiene el haber preferido quedarse con el pastizal que soltó Elon Musk.
Lo más curioso es que los ataques oficiales, que la Constitución y las instituciones americanas nunca permitirían, se activan desde el sucedáneo de democracia que componen las instituciones europeas, invistiéndose con brillantes ropones de igualdad y justicia que, sin embargo, exhalan un tufo arbitrario y liberticida.
Rebuscan entre las innumerables leyes comunitarias, las ya aprobadas y las que están en camino, para obligar a que la red continue haciendo la limpieza ideológica que solía; en resumen, que, paradójicamente, amenazan con prohibirla con la excusa de que esa red no prohíbe. Se conoce que echan mucho de menos la labor que en el antiguo Twitter hacía ese grupo de 100 guardianes de la corrección escogidos entre lo más progre y lo más sectario de cada casa.
Eso sí, tanto en Europa como en los Estados Unidos la implantación ideológica en las capas más visibles de la sociedad está mal balanceada: la práctica totalidad de los medios y de las universidades han instituido una estricta dictadura del pensamiento único en el mundo de la cultura, y en especial en el colectivo de actores, que son, entre los artistas, los que acaparan más popularidad y exhibición.
Por eso, y es otro ejemplo de la cancelación progresista, se ha arremetido implacablemente contra Gerard Depardieu, a quien, con independencia de su grosería y su mala educación, no se perdona que se salga del canon de orientación ideológica que es obligatorio en la profesión y que no asuma, como se autoexigen todos ellos, el papel de paladín del feminismo y la diversidad.
Lo que sí puede ocurrir es que la sociedad americana, que es mucho más libre y abierta, desarrolle y utilice contramedidas de respuesta al mundo woke, aunque éstas, como efecto colateral, contribuyan a traer al nefando Trump de vuelta a la Casa Blanca. Este asunto ha sido muy oportunamente expuesto por James Bennet en The Economist, señalando a los medios, y en particular al New York Times, por moverse en un círculo de sectarismo y cancelación (exigido por los más radicales lectores y votantes de izquierda) que ha terminado por ser más vicioso que virtuoso.
En cualquier caso, serán escasos oasis en un árido desierto, y si el 2023 dio numerosas muestras de cancelación, las perspectivas para el nuevo año no son mucho mejores.
Este mismo 1 de enero, en el concierto de año nuevo, las observaciones (¿inocentes?) del comentarista de RTVE mostraban que nada ni nadie está libre de la exigencia de cínica pulcritud. En este caso será porque hay pocas músicas entre los miembros de la Filarmónica de Viena o será porque interpretan obras que tienen contenido machista para la sensibilísima piel de los guardianes del Me Too o porque son obras de compositores que inspiraron movimientos nacionalistas o fascistas.
No olvidemos que el origen de este concierto está muy ligado al régimen nazi, y esa circunstancia, que parecía que se había superado, se ha hecho presente para ensañarse con cualquier sospechoso de estar poco comprometido con la causa. De hecho, hace unos años la propia Filarmónica se autocensuró desechando definitivamente la versión de la Marcha Radetzky del músico austriaco Leopold Weninger, con la vergonzante excusa de que fue un reputado seguidor del partido nazi y autor de numerosas obras que sirvieron a la exaltación del Tercer Reich.
Aquí en España, el sanchismo seguirá permitiendo que el progresismo woke opere a plena potencia en todas sus vertientes y, además, con una especial carga de sectarismo. Por ejemplo, en el plano político la Ley de Memoria Democrática es un valioso instrumento de cancelación y persecución de cualquier evocación positiva del franquismo o, incluso, de otros estigmatizados periodos de nuestra historia común. Sin embargo, se pretende, y lamentablemente se va a conseguir, eliminar del Código Penal el delito de enaltecimiento del terrorismo con el argumento de garantizar y proteger la libertad de expresión.
A cualquiera que abrace la democracia liberal le rechina tanto una como otra medida, pero lo que más sorprende es que los que proponen una y otra sean los mismos.