Ana Katiria está viva y está aquí

Cierto es que a la realidad se la pela lo que digamos, y eso es refrescante. Uno no es feminista por decir que lo es, ahí tenemos al cancelado Errejón, a su compañero Monedero, e incluso a la gerencia de todo este hipócrita contubernio, Pablo Iglesias y su mujer, impuesta a dedo, como ellos y nosotros sabemos, porque lo sabe todo el mundo.
Del mismo modo, no todas las mujeres pueden permitirse el lujo de decir que son feministas, como Yolanda Díaz. En algunos países, hacerlo es jugarse el cuerpo, la reputación y la vida. No es un hashtag. No es un taller de autocuidados. Es una trinchera.
Ana Katiria Suárez Castro es una de las mejores abogadas penalistas de México. Doctora honoris causa, lleva años defendiendo a mujeres, niñas y niños víctimas de violencia de género, sexual, familiar y vicaria. Ha ganado casos imposibles. Ha cambiado leyes. El 85% de su trabajo lo realiza gratis, porque sabe que la justicia, si no es para todas, es una pantomima.
Es autora del libro En legítima defensa, publicado por la editorial Penguin Random House en 2022. En él narra con rigor y emoción el caso de Yakiri Rubio, una joven encarcelada tras defenderse de una violación. El libro combina el análisis jurídico con una reflexión feminista sobre el derecho a defenderse cuando el Estado falla ¿Recuerdan la película dirigida por Lamont Johnson y protagonizada por Margaux Hemingway? El cine ya nos había contado ese problema en Lipstick (1976) donde el Estado no castiga al violador, la mujer queda sola frente a la ley y el trauma y se toma la justicia por su mano.
Ana Katiria no hace películas: hace justicia y genera pensamiento. Su libro puede adquirirse en librerías físicas de México, en plataformas como Amazon y en la tienda online de la propia editorial.
Y aun así —o precisamente por eso— ha tenido que huir de su país. Hoy Ana Katiria está en España porque teme por su vida. Su vida. Por defender a una mujer y sus hijos de un hombre poderoso (que además es su primo), fue perseguida, difamada, acusada falsamente, y amenazada de muerte.
Decimos que el feminismo ya no tiene sentido, que ya hemos llegado muy lejos. Que las feministas exageran. Hace poco en una comida relajada y primaveral muy del primer mundo, departiendo amigablemente con unos amigos preparados y con una autopercepción ilimitada de ser individuos comprometidos solidarios e informados, escuché decir a una arquitecta que no entendía el porqué del feminismo actualmente, que estábamos todas perfectamente libres y en equilibrio con respecto a los avances.
Yo, que soy ecuánime y muy educada, apenas pude contener mi reproche: «amiga, procura no valorar el mundo desde tu estado de privilegio». Quizá continúa pensando que exageramos, quizá no me entendió. Pero la realidad es que hay mujeres como Ana Katiria que están exiliadas por hacer lo que debería hacer el Estado: proteger a las víctimas.
Ana Katiria (síguela @anakatiriaabogada @yo.con.ana.katiria #yoconAnaKatiria) no está aquí porque le encante la tortilla de patatas. Está aquí porque el patriarcado mexicano ha intentado silenciarla a golpe de miedo. Y no ha podido.
Como dice Patricia Sornosa, entre el feminismo y el machismo no hay nada. Si no estás con una mujer que arriesga su vida por defender a otras, estás con el sistema que quiere callarla. No hay término medio. No hay neutralidad en este juego. O estás con Ana Katiria o estás con sus agresores.
Actualmente está en España; la conocí comiendo en Los 33, un restaurante (irritantemente de moda) que junta tanto las mesas que podía escuchar su conversación (e introducir mi dedo en su sopa); tenemos una responsabilidad. Porque ella está aquí, viva, ansiosa, asustada, fuerte, con su voz intacta.
Y necesita visibilidad, protección y solidaridad. Necesita espacios donde hablar, donde ser escuchada, donde seguir haciendo lo que sabe hacer: defender. Esta columna es una llamada, un altavoz, un mínimo gesto frente a la injusticia.
En tiempos de feminismo boutique y discursos enlatados con retorno jugoso de la inversión, Ana Katiria es un recordatorio descarnado de por qué esta lucha sigue siendo urgente. No es un tema: es una perspectiva ética, una forma de vida. No es un colectivo, sino una forma de estar en el mundo. Y un deber.