Amistades peligrosas en el Banco de España
Desde que llegó a La Moncloa, gracias al apoyo de la miríada de grupos políticos interesados en la destrucción de la nación -que le han permitido hasta la fecha aprobar sus leyes inicuas-, el presidente Sánchez ha mostrado una voluntad inflexible y granítica por ocupar todos los resortes del Estado. Ajeno por completo a la separación de poderes -tradición socialista inveterada-, incómodo con el juego de pesos y contrapesos que caracteriza a las viejas democracias respetuosas con el orden liberal, y alérgico en consecuencia a los órganos reguladores independientes, su mandato ha estado presidido por la colonización institucional. En este empeño no ha dejado títere con cabeza.
Todos los nombramientos de los responsables y consejeros de las entidades reguladoras han sido de parte, orillando cualquier clase de concesión a personas que no estuvieran encuadradas en la órbita socialista. Así ha sucedido con la Comisión de la Competencia o con la que vigila el correcto funcionamiento del mercado de valores. Maniobró todo lo que pudo para forzar la salida del presidente del Instituto Nacional de Estadística, porque a Calviño no le gustaba el resultado de las distintas encuestas que publica regularmente y de manera inmemorial este organismo público donde trabajan profesionales intachables. Y esto por no incidir demasiado en el asalto más grave y pernicioso contra el poder judicial en el que por el momento ha conseguido colocar a personas de su entera confianza en el Tribunal de Garantías forjando una mayoría que no ha perdido el tiempo y acaba de blanquear la infame ley del aborto.
Faltaba la ocupación de otra institución tan venerable como el Banco de España y a ello se ha dedicado con denuedo Calviño, precedida por una fama de tecnócrata y moderada: es una sectaria vocacional y consumada que participa del mismo prurito totalitario de su admirado jefe, al que sirve a pleno pulmón. Hace tiempo que la vicepresidenta rompió la regla no escrita, aunque tan conveniente para la institución, por la cual dos de los consejeros del banco debían ser postulados por el principal partido opositor. Y estos días la ha vuelto a vulnerar proponiendo para una de las sillas a su ex jefa de gabinete hasta diciembre pasado Judith Arnal, cuyo único mérito es su vinculación amical con la ministra y por tanto su caballo de Troya. Una amistad tremendamente peligrosa y escasamente ejemplar.
Dados los hechos tan desagradables, sorprendentes y peligrosos que están ocurriendo en el país, poniendo en riesgo su integridad política y moral, la idea del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, de marcar distancias con Sánchez y de recuperar el prestigio y la reputación de las instituciones poniendo el mayor interés en que su candidato para ocupar el único puesto en el consejo del banco emisor que le permitía, en un gesto de generosidad inusual, Nadia Calviño, fuera un académico alejado de la disputa partisana, con un currículum inmaculado y ajeno a la militancia en la formación política era realmente formidable.
Pero, cosas de la vida, su apuesta por el catedrático Antonio Cabrales, al que desconocía por completo, con el que no se había hablado previamente ni sometido al lógico escrutinio sobre su trayectoria y veleidades personales, y que además atesoraba unas especialidades académicas singulares, sólidas pero completamente alejadas de las cuestiones que se tratan en el banco, que son la política monetaria y la supervisión de las entidades financieras, ha sido un completo fiasco. Ha bastado con que unos periodistas avezados rascaran un poco en la superficie vital del señor Cabrales para que salieran a relucir sus devaneos con personajes del independentismo catalán, e incluso su complicidad con el presidente Sánchez a cuenta de su polémica tesis doctoral o su famosa Agenda 2050 -que aspiraba a definir cómo debería ser España en los próximos treinta años, o dicho de otra manera, cómo pretendía destruir su historia milenaria en tan poco tiempo-.
Feijóo le retiró pronto su apoyo, y el señor Cabrales dimitió en seis horas en un gesto que le honra, pero que no ha impedido dejar al PP en una situación tremendamente incómoda y a su líder en completo fuera de juego, convirtiendo su loable propósito en un gatillazo que ha llenado de perplejidad a tanta gente con sentido común y mejor preparada que está ayudando y tiene un sólido compromiso para impulsar al único líder capaz de defenestrar a Sánchez en las próximas elecciones, y restaurar así la nación, inyectarle el oxígeno que necesita pavorosamente y acabar con esta pesadilla en que consiste no ya el Gobierno Frankenstein sino la Alianza del Mal.
Una cosa es postular a un catedrático de trayectoria impresionante en pos de la independencia y de la recuperación de la reputación perdida en una institución del Estado, ajeno por completo a la militancia política, y otra distinta no haber tenido la diligencia ineludible para que la elección no recayera en un candidato de ideas filosocialistas, un economista keynesiano de nuevo cuño, firmante de manifiestos en apoyo de personas contrarias a los principios que defiende el PP e intelectualmente ayuna de conocimientos sobre política monetaria.
Si algo enseña este episodio fallido es la necesidad de que el PP aclare, ordene y refuerce su equipo económico, que no debe dar tregua a Sánchez, a fin de poner en evidencia ante la opinión pública el propósito del actual Gobierno de sumirnos en la ruina y en la dependencia absoluta del Estado. Lo agradeceremos mucho los que, como es mi caso, y desde esta modesta columna, trabajamos sin descanso para acabar con la mala hierba que agosta las fuerzas y la energía del país. Los que ya tenemos una cierta edad sabemos algo de gatillazos. El PP de Feijóo no se puede permitir uno más. Todos esperamos que el nuevo consejero sea inmaculado. Yo creo que lo tiene a huevo.