La aberrante tasa de paro
La tasa de paro, por más cohetes que se lancen loando los avances en materia de empleo, sigue siendo mala de solemnidad: 16,4% en diciembre de 2017, cerrando el año con un paro del 16,55%, según la Encuesta de Población Activa (EPA). Mal, pues, en este capítulo, entre otras cosas, porque hay demasiadas personas, 1,9 millones, que llevan mucho tiempo en el paro y son el grupo que se da en llamar «parados de larga duración». Cientos de miles de esas personas llevan ya años en las filas del desempleo y la lectura es ácida: difícilmente encontrarán trabajo y será tarea ímproba que puedan reincorporarse a una vida laboral activa y ocupada. Muchos de ellos proceden del sector de la construcción, su cualificación es muy justa y constituyen, por así decirlo, la auténtica mano de obra que se vio golpeada por la agresiva crisis y de cuyas secuelas no han podido reponerse. Y más de 1,2 millones de hogares se encuentran ante una cruel vulnerabilidad: todos sus miembros activos están en paro.
Si comparamos la tasa de paro del mes de diciembre de 2017 de los países de la Unión Europea, otra vez más, y van tantas desde hace varios años, España (16,4%) encabeza, justo por detrás de Grecia (20,7%), el paro en Europa. A continuación, Chipre (11,3%), Italia (10,8%), Croacia (10%), Francia (9,2%), Finlandia (8,7%)… llegando así a la tasa de paro de la Eurozona que se sitúa en el 8,7%. La tasa de paro del conjunto de Estados de la Europa de los 28 cierra 2017 con un 7,3%. Entretanto, los Estados Unidos de Donald Trump apenas acumulan un paro del 4,1% al acabar 2017. Nuestro país casi dobla el paro de la zona euro y con creces, hace lo propio respecto al paro de la Unión Europea. Por tanto, suspendemos en este apartado tan sumamente delicado y que demuestra que por más bombo y platillo con el que anunciemos la fogosa recuperación de nuestra economía, seguimos padeciendo una dolorosa epidemia en nuestro mercado laboral.
¡Qué duda cabe que se ha progresado en el desempleo, pero el esfuerzo es aún tímido! Una simple comparación basta para entenderlo. En diciembre de 2016, Grecia tenía un paro del 23,3% y España del 18,5%. Al cierre de 2017, los helenos acumulan un paro del 20,7% y nosotros del 16,4%. Dentro de lo malo, los griegos mejoran posiciones en el apartado laboral. La otra cara negativa es el paro juvenil. En diciembre de 2017, España, a falta de conocer datos definitivos de Grecia, lidera el paro en Europa de los jóvenes, el de los menores de 25 años, con una tasa próxima al 37% y casi 650.000 chavales que se encuentran en ese limbo de la juventud en el que ni trabajan ni estudian. Y ahí está en juego la posible pérdida de una generación, porque el cuento del paro juvenil tan elevado es algo que irremediablemente va de consuno con la precariedad laboral española desde hace bastantes años. ¿Qué futuro tienen ante sí esos chavales si hoy están en fuera de juego?
En la medida que el crecimiento económico de España en 2017 se empaña por esos vericuetos del desempleo, una mirada a otros países europeos es más que obligada. Porque, ¿qué diantre tiene la República Checa para despedir 2017 con un paro del 2,3%, Alemania y Malta del 3,6%, Hungría del 3,9%, Reino Unido del 4,3%, Holanda del 4%…? Seguramente nos tendríamos que fijar en sus políticas educativas y formativas, con una formación profesional por la que se ha sabido apostar y que rinde sus frutos, justo todo lo contrario de lo que hemos hecho aquí. Seguramente, también ellos tienen otra mentalidad, ésa a la que aquí genéricamente nos referimos como la de la sana cultura del esfuerzo.
Si nos fijamos en la evolución de los datos de la EPA correspondientes al cuarto trimestre de cada año, desde 2007 hasta 2017 nos percatamos del esfuerzo que hemos de llevar a cabo para retornar a aquellos niveles pre-crisis que se daban en 2007. Entonces, el número de ocupados en España rozaba los 20,5 millones mientras que los parados totales no llegaban a los 2 millones. Hoy, diez años más tarde, los ocupados son 19 millones de personas, pero el número de parados permanecen en una cifra escabrosa: casi 3,8 millones.