El 28A tendremos ‘VOX’ y voto
Quienes consideren que el desafío secesionista en Cataluña es producto de los sucesos de 2017 están muy equivocados. Lo sucedido entre septiembre y octubre de dicho año fue la consecuencia de decenios de cesiones, pactos y camaraderías que alimentaron a la bestia, voraz e insaciable. El problema no era la bestia –no es la bestia– que con un corte de hacha queda agonizante, sino de aquellos que por vergonzosos y bastardos intereses han ido alimentando a la alimaña, con retorcidas y escondidas caricias hasta conseguir que la sabandija se sienta intocable, se muestre chula regodeándose ante sus hechos y felonías.
Cuando comienzo a escribir mi artículo semanal, leo no anonadado que Torra urde una burla a la Junta Electoral Central con símbolos alternativos al lazo amarillo. Mediante un choteo y chanza que nos debería pone colorados, semejante esperpento público ha burlado dos veces el mandato de la JEC, a la sazón y en periodo electoral Juzgado de Instrucción, sin que nuestro inefable Gobierno haya movido ficha, pudiendo hacerlo. Que nuevo escupitajo a la cara de todos y cada uno de nosotros. Que nula autoridad, ley, justicia tiene nuestro supuesto Estado de Derecho. Y que poca credibilidad tiene aquellos que hoy afrentan semejante desidia rayana en la traición cuando estando el escarnio en sus manos actúan de forma meliflua y cobarde sin aplicar la terapia de un cáncer cada vez más difícil de curar.
El consuelo no es que funcione el Estado de Derecho a través de sus órganos de Justicia. Que no nos engañen. Que no sigan haciéndolo. La responsabilidad del desafío a España no depende de la excepcional actuación del juez Marchena durante el juicio “del proceso”. Depende de la fuerza del Estado para ser y saberse respetado, de su autoridad y de la ley. Solo de la ley, pero de toda la ley. El problema en España es qué ante semejante afrenta, reitero, larvada desde hace cuarenta años, el Estado no utiliza la ley y a través de la Fiscalía, tiene capacidad para utilizarla. Nos encontramos ante un problema endémico de autoridad y de ley. Y solo nos recreamos en afirmar que vivimos en un estado democrático cuando no existe democracia sin ley, cuando la autoridad del Estado queda supeditada y amordazada a los burdos y execrables intereses de la clase política. Cuando no impera la idea de Estado con mayúsculas. Cuando no hay sentimiento de nación y cuando aquellos que lo tiene y pregonan son tildados de “fachas”. Atribuir responsabilidades es complejo y no seré yo quien pontifique. Pero existen objetivas e indiscutibles culpas. La mitificada Transición vendió muy barata la indisoluble unidad de España y cedió ante aquellos que sembraron lo que hoy recogemos. Los protagonistas del “bipartidismo” transigieron en todo aquello que el soberanismo les exigió con tal de conservar un poder con pies de barro y cara de hielo.
Y nadie con sentido de Estado supo poner pie en pared y aplicar la autoridad, con todas sus consecuencias, con la ley, solo con ella, pero con toda la ley. Tan solo un falso y cobarde “consenso” que con el paso de los años nos lleva al insulto, a la chulería y al desafío de unos delincuentes que aupados a un falso pedestal tiene la bula, por muchos concedida, de reírse de todos nosotros desafiando nuestras leyes nuestra historia, historia y convivencia de una nación de cerca de seiscientos años. Alumbremos un atisbo de esperanza y veamos qué en los próximos comicios, los españoles tendremos “VOX” y voto. Una gran parte de España está despierta y como afirmó Aristóteles: “La esperanza es el sueño del hombre despierto”.
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