Sanginés-Krause, el inversor mexicano que sumó poder y dinero tras presentarle Corinna a Juan Carlos I
El testaferro de Juan Carlos I compró el hotel Villa Magna por 210 millones tras estallar la trama suiza
Sanginés-Krause tiene una tercera propiedad en Madrid con su 'offshore' dubaití: un palacete
El testaferro de Juan Carlos I compró otro edificio de lujo en el Barrio de Salamanca con una 'offshore' de Dubái
El inversor Allen Sanginés-Krause aumentó su poder y sus conexiones internacionales tras conocer entre 2006 y 2007 a Juan Carlos I y convertirse años después en uno de sus testaferros de referencia. Para el mexicano, aquel encuentro supuso un antes y un después en su trayectoria profesional. Lo que nadie ha contado es que fue Corinna Sayn-Wittgenstein, entonces pareja sentimental del Jefe de Estado de España, la que los presentó en un cóctel en Madrid.
La entonces pareja de Juan Carlos I había conocido a Sanginés-Krause a través de su ex suegro, el padre de su segundo esposo el príncipe Casimir Sayn-Wittgenstein. El noble alemán viajó a Londres a una reunión con Goldman Sachs y allí se encontró por primera vez con el inversor mexicano.
En esa época, el empresario ya disponía de sendas residencias en la capital y en Mallorca, pero en 2000 había trasladado su domicilio a Londres, donde había constituido la sociedad de inversión RLH Properties, BK Partners y otras afines. En la actualidad reside en los alrededores de Dublín por razones fiscales. Fue en la capital londinense donde conoció a la princesa alemana con quien mantuvo unas buenas relaciones aunque, según la prensa mexicana, a espaldas de Corinna, embaucaba a Juan Carlos I para que se alejara de ella. La fórmula tradicional para apartar del camino a otras personas más influyentes del círculo de Su Majestad.
El mexicano nació en la capital de México en 1959 en el seno de una familia de clase media de la que se conocen muy pocos datos. Sólo los apellidos: Sanginés, que tiene procedencia española y está arraigado en tierras mexicanas, y Krause, que es de origen alemán y significa ‘alguien con el pelo rizado’.
Sanginés-Krause desde joven estaba predestinado para los negocios. Era un gran estudiante que se esforzaba por alcanzar la excelencia. Gracias a ese esfuerzo posee una titulación académica y un currículum que enriquece su tarjeta de visita: es graduado con honores en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) -un centro de prestigio que formó a muchos de los colaboradores de los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto- y doctorado por la Universidad de Harvard, título que obtuvo gracias a una beca de estudios.
El inversor mexicano, casado y con tres hijos siempre se preocupó por ingresar a sus hijos en los mejores colegios británicos, como hicieran sus padres con él en su adolescencia. Todos ellos han estudiado en los internados más elitistas de Reino Unido: sus dos hijas en St. Mary’s de Ascot -donde también residió un año Victoria Federica, la hija de la infanta Elena- y el varón en Eton.
El empresario anglo-mexicano es un personaje con una gran capacidad intelectual. Domina el mercado artístico y de antigüedades, siendo uno de los asiduos visitantes a la Feria Internacional de Basilea, y posee una importante colección de obras de artes, hasta el punto de que está considerado como uno de los coleccionistas prime de Reino Unido. Esa afición lo llevó a ser presidente del Consejo de la Escuela de Arte y Ciencias de la Universidad de Harvard y miembro del Instituto Real de Asuntos Internacionales británico y de la junta de Palacios Históricos Reales. El empresario mexicano domina varias lenguas: inglés, español, alemán, francés, italiano y ruso.
Un currículum cum laude
Sanginés-Krause con ese currículum universitario podía haber probado como funcionario en los distintos gobiernos de su país, pero tras una breve experiencia en la Administración estatal prefirió orientar sus pasos hacia la empresa privada. En ese época hizo una gran amistad con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que se vio implicado en una investigación por corrupción. Pronto, fue recomendado para trabajar en el monstruo de las finanzas internacionales, Goldman Sachs, a la que dedicó dos décadas de su vida. En la firma norteamericana llegó a convertirse en uno de los siete miembros de su Firmwide Commitments Committe, que autoriza las cesiones de capital de la firma.
Antes de conocer a Juan Carlos I, trabajó y fue delegado de Goldman Sachs en México, Rusia, otros países americanos y España. Esa experiencia le proporcionó un nombre en los mercados de capital. También presidió el consejo de administración de Millicom International Celular SA y fue miembro de otra compañía cotizada en Suecia y de la Universidad de Harvard, donde estudió. Además, fue consejero de administración de varios fondos de inversión (Balam, Fund I, o RLD).
En España constituyó un enjambre de sociedades -Asiru Inversiones, Globar Endor y Sanlua Inversiones, entre otras- para introducirse de lleno en el mercado inmobiliario. En Sanlua Inversiones uno de sus socios era otro amigo íntimo de Juan Carlos I. Todo ese entramado estaba supervisado por la offshore de Dubái, Alcázar Ventures FZE.
En el 2000 se trasladó a Londres, donde montó su negocio RLH Propierties, la sociedad con que adquirió años después, en 2018, el Hotel Villa Magna de Madrid por 210 millones. Aunque ahora sus ex socios intentan hacer creer que se mantuvo en un segundo plano, Sanginés-Krause no sólo fue el promotor de la operación de compra al holding turco Dogus, sino que convenció a sus propietarios -la familia turca Shenk-, de que necesitaba liquidez para afrontar una crisis financiera tras el descalabro de la lira turca.
El bautismo mediático del inversor mexicano se precipitó en 2017. En el verano de ese año, mientras actuaba de anfitrión de Juan Carlos I y de su compañera sentimental Marta Gayá en la inauguración de una zona artística en la ermita de San Juan Bautista en Clonmellon, una feligresa grabó con su móvil y lo volcó en Youtube. Aquellas imágenes se hicieron virales y el multimillonario perdió su virginidad televisiva y mediática.
Allen Sanginés-Krause, que también posee la nacionalidad británica, se vio desbordado por las imágenes de Juan Carlos I contemplando la rehabilitación que el millonario había financiado en un pueblecito de Irlanda, a unos 40 kilómetros de Dublín. Cerca de allí, vivía en un castillo que había pertenecido a la familia del legendario Lawrence de Arabia y a Juan Carlos I aquello le entusiasmaba. La presencia de Marta Gayá para el ex monarca era una anécdota.
Del papel salmón al papel couché
Sanginés-Krause, que siempre había evitado aparecer en los medios de comunicación luchando celosamente por su intimidad -durante años logró pasar de puntillas ante la opinión pública de su país como un personaje anónimo- fue arrastrado por Juan Carlos I a las páginas del famoseo. No pudo impedir, desde que se convirtió en uno más del séquito del Rey emérito, que pasara de los titulares del papel salmón de los diarios económicos a la tipografía del papel couché y de la sección de economía a las páginas de tribunales. En la actualidad, aunque se esfuerza en eludir a los paparazzis británicos, se ha convertido en presa de los tabloides londinenses.
Para la prensa mexicana el primer negocio que vincula al mexicano con Juan Carlos I, durante su etapa de Jefe de Estado, se fraguó en 2008. En aquel año, la petrolera rusa Lukoil quiso comprar acciones de Repsol y estuvo dispuesta a desembolsar hasta 9.000 millones de euros por el 30% de la compañía. Sanginés-Krause movió sus buenos contactos de Rusia de su etapa en Goldman Sachs y las influencias del entonces monarca, pero, finalmente, no pudo amarrar el pelotazo millonario.
Posiblemente, sus primeras inversiones más rentables fueron las realizadas en la Riviera Maya, donde compró la española OHL por 470 millones el complejo Mayakoba. A través de la firma BK Partners, que entonces estaba controlada por RLH Properties, se hizo con el resort Mayakoba, muy cerca de Playa del Carmen. El empresario adquirió un proyecto con cuatro hoteles y un campo de golf, que desde el primer momento presentó sombras de corrupción, según la prensa mexicana.
Por esos terrenos, otro testaferro de Juan Carlos I, su primo Álvaro de Orleans, llegó a cobrar una comisión de OHL de 4,2 millones de euros, que fue a parar a una de las cuentas de Fundación Zagatka, de la que Juan Carlos era su beneficiario, según las investigaciones de Ginebra.
Allen Sanginés-Krause se sumó después a la lista de testaferros de Juan Carlos I para complementar la labor de su primo Álvaro de Orleans, que utilizaba como pantalla la Fundación Zagatka. El mexicano pagó gastos personales del ex monarca como su estancia en 2014 en el hotel Connaught de Londres y después, como el método funcionó, facilitó los fondos para sufragar la vida placentera de la familia real: viajes, estancias en hoteles, tratamientos médicos, clases, restaurantes y hasta la compra de un caballo de pura sangre.
Pero ¿era esa una labor puramente altruista del anglo-mexicano? Para nada. El inversor recuperaba con creces esos fondos e, incluso, a veces por adelantado descontándolo de supuestas comisiones o partidas de dinero invertido en negocios internacionales.
Para ejecutar esa trama se servía del coronel del Ejército del Aire y asesor de Zarzuela Nicolás Murga, quien se encargaba de proporcionar las tarjetas black con cargo a una cuentas que él había abierto. Era el método más eficaz para ocultar a Hacienda los movimientos monetarios del ex monarca y, lo más importante, a la opinión pública.
Pero ése no fue el único servicio que el mexicano proporcionó a Juan Carlos I. Se completó con la compra de acciones de una de las sociedades del doctor Sánchez Sánchez de Barcelona, que presta al ex monarca los servicios médicos de rejuvenecimiento. La operación, calificada por la Agencia Tributaria de fraudulenta, está siendo investigada por la Fiscalía y un juzgado catalán.