Los parisinos colapsan las entradas a la ciudad pero las calles siguen vacías

Los parisinos colapsan las entradas a la ciudad pero las calles siguen vacías
Estampas de París al día siguiente de los terribles atentados terroristas

Viajar a París un día después de la tragedia puede costar horas y horas de espera. Los gobiernos incrementan los controles y la seguridad. De ahí que un simple bote de líquido para las lentillas sea considerado un “medicamento” y tenga que pasar un control especial, además del que pasan los líquidos superiores a 100 ml.

Tampoco se salvan aquellos que lleven calzado que supere su tobillo. Les harán descalzarse y andar por el aeropuerto unos metros hasta recoger sus pertenencias.

«Llevan horas reunidos alrededor de la vallas de seguridad de Bataclan. El frío no mueve a nadie…»

“Son las medidas que utilizamos siempre y otras que estamos añadiendo como medida excepcional para reforzar la seguridad ante altos niveles de amenaza terrorista”, explica una persona de seguridad que controla la cola de salidas en el aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez.

«Los ordenadores en una bandeja especial. Las cremas en una bolsa aparte. Saquen de la maleta todo líquido que lleven y deberán quitarse todos los objetos metálicos y los zapatos aquellos que les supere el tobillo”, reiteran antes de llegar al arco de seguridad.

Después de media hora pasando los trámites molestos pero necesarios, el vuelo lleva retraso. En el último suspiro se han producido muchas cancelaciones. «La gente tiene miedo a viajar después de lo que ha pasado y muchos cancelan sus billetes a última hora”, señala una azafata que mira los billetes en la puerta de embarque. Un avión lleno de franceses que vuelven a casa tras contemplar desde España una de las mayores cobardías que el islamismo yihadista ha dejado a su vecinos. “Voy a ver a mi hermana que vive sola muy cerca de la sala Bataclan (donde se perpetró uno de los atentados)”, comenta un pasajero. Sin embargo, el ambiente del vuelo se vuelve extraño. A la espesura gris del día le acompaña un silencio sepulcral. Ni un solo niño, parece mentira. En dos horas el avión aterriza sin problemas. Antes de salir unos guardias de seguridad piden el pasaporte o DNI a todos los pasajeros. “Esto es nuevo”, señala en francés una señora.

En la puerta de salida del aeropuerto dan la bienvenida grupos de 5 militares armados. “Antes patrullaban de dos en dos y no siempre”, explica la estudiante. «Francia es el país más seguro en estos momentos», comenta otro hombre. Los carteles señalan en francés que está activado el Estado de Emergencia y se podrá revisar cualquier pertenencia, así como intervenir las comunicaciones.

Orly es el aeropuerto más cercano al centro de la ciudad. «La línea 5 de autobús que lleva directo suele tardar 10 minutos”, comenta Anna, una estudiante que vive en Madrid y viene a ver a su familia. Esta vez el bus tarda hora y media en llegar al París habitado. “Normalmente hay un carril preferente para que circulen solo autobuses y taxis pero esta vez no. La gente tiene miedo después de lo de ayer y se suma que todo el mundo ha cogido el coche. Los transportes públicos van vacíos. No se fía nadie”, sigue Anna.

Nada más parar en la almendra central hay una boca de metro. “Hoy coger un taxi es imposible. Está todo colapsado”, comentan dos personas por la calle. El metro es un túnel vacío. Vuelves a subir a la superficie y la ciudad de las luz está desierta en el barrio de La Bastilla, donde se produjeron los atentados en la sala de conciertos Bataclan y en el restaurante situado a pocos metros llamado “God save the kitchen. Todo ello a 200 metros de la redacción del semanario Charlie Hebdo. “La gente no lo olvida”, continúan diciendo algunos carteles en su puerta.

Sábado noche, un día después de la tragedia y las calles vacías. Llevan horas reunidos alrededor de la vallas de seguridad de Bataclan. El frío no mueve a nadie, ni siquiera a la prensa que se agolpa para realizar sus directos desde el lugar, y todos se suman a poner velas en homenaje a las víctimas. “No sabes cuánto hemos celebrado en esa sala y el destino ha querido que mi amiga estuviese ayer bailando. ¿Por qué?”, gritaba una chica desconsolada.

El perímetro está precintado por todos los sitios y la circulación al tráfico cortada. “Todavía hay dentro cadáveres apilados. Estamos trabajando mucho”, dice un agente a este medio. De repente se oyen gritos y se crea tensión entre los ciudadanos que abren un corrillo perplejos: “¡Iros de una vez!”, gritaba un señor que salía del portal de al lado. “No quiero que publiqueis esto en Facebook y vuestras redes sociales. Tengo tres amigo ahí (señalando al interior) y no les gustaría todo este circo. ¡Dejad descansad a los muertos!”, continuaba.

Finalmente, la policía tuvo que intervenir: “Por favor, abandona la zona”, decía un policía. Pero más tarde apareció con más amigos y volvieron a producirse momentos de tensión. Hasta el punto que se metió empujando a todos el mundo para que se apartaran del memorial de velas. Una vez más la policía terminó llevándoselo.

“Vivo a la vuelta de la esquina. Estaba llegando a casa y cuando aún me faltaba mucho escuché una explosión y muchos gritos. Tembló el suelo”, cuenta a los periodistas una vecina. «Siento lo que todo el mundo sintió al escucharlo, un horror que nadie puede comprender. Cómo en una sala donde todo el mundo estaba bailando y pasándoselo bien puede pasar esto. Una cosa inexplicable que a día de hoy no entendemos. Vimos hombres armados en la calle, delante del restaurante que hay al lado de la sala de fiestas Bataclan, matando a toda la gente. Sigo creyendo que es imposible. Es imposible”, señala Nareen. Irlandesa que lleva viviendo 36 años en París. “Siempre he vivido en este barrio y ha sido muy tranquilo. Hay buena gente y está lleno de vida. Ahora sus calles notan cómo se la han arrancado de cuajo”, dice.

“Le hago rebaja en el precio porque usted es la única periodista que se ha atrevido a hospedarse a 10 minutos de Bataclan”, señala Tommaso. Italiano, responsable de un hotel cercano a la zona de los atentados. “Entro a trabajar a las 11 y, por supuesto que lo escuché. Llevo cuatro años trabajando aquí y nunca había visto algo así. Este barrio es muy tranquilo siempre”, comenta. “Vino la policía y también vimos pasar al Ejército después. Acordonaron toda la zona. Solo se escuchaban sirenas y luego nos informaron que estaban utilizando el restaurante de al lado de Bataclan como hospital de campaña. Todo improvisado. Se escuchó un ruido tremendo”, dice.

“Hoy estaba previsto que llegase un grupo de 35 personas al hotel, pero a última hora lo han cancelado”, cuenta cabizbajo Tomasso.

La policía a estas horas continúa buscando a dos sujetos, uno identificado de nacionalidad francesa. También alertaron a la zona. Han dado un aviso y podría haber un coche cargado con explosivos. Ante tanta información o desinformación las calles siguen vacías y cada vez hay menos coches. “Hasta que no nos cuenten lo que pasa realmente, ¡claro que hay miedo! Pero los franceses somos muy valientes y continuaremos defendiendo nuestra democracia y libertad”, señala una señora que llora frente al homenaje a las víctimas. «¡Je suis París. Je suis París!», gritan.

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