Donald Trump contra lo imposible: batir a las encuestas
La noche del 8 de noviembre de 2016, contra todos los pronósticos, un magnate reconvertido a político obtuvo las llaves de la Casa Blanca. Cuatro años después, y con los sondeos de nuevo en contra, el presidente Donald Trump vuelve a enfrentarse a su gran reto, en esta ocasión con el aval de un primer mandato en el que ha seguido rompiendo todo tipo de esquemas.
Nacido y criado en Nueva York, Trump se ha casado en tres ocasiones y tiene cinco hijos. Ha ido moldeándose a golpe de inversiones y resurrecciones empresariales, hasta llegar en la década de los 2000 a convertirse en un rostro popular entre la ciudadanía por sus intervenciones televisivas.
A lo largo de su vida había coqueteado en varias ocasiones con la política –tanto demócrata como republicana–, pero nunca al nivel en que lo hizo en junio de 2015, cuando dio un paso adelante sin precedentes en un acto que ya anticipaba algunas de las líneas de su comunicación: «Señoras y señores, me presento para ser presidente de Estados Unidos y vamos a hacer que nuestro país vuelva a ser grande de nuevo».
Entonces, compañeros republicanos, rivales políticos y medios de comunicación describieron la candidatura de Donald Trump como la última broma de un empresario ávido de focos, pero el magnate fue eliminando uno a uno a sus rivales en las primarias y, en las elecciones de noviembre, a su rival demócrata a la Presidencia, una Hillary Clinton a la que muchos habían dado por ganadora antes de tiempo.
Ya en la Casa Blanca, y en contra del criterio de muchos de quienes le han rodeado –más de una treintena de altos cargos de la Administración han dimitido o han sido cesados en estos cuatro años–, Donald Trump siguió la misma línea que ya había anticipado en las primarias republicanas. A golpe de tuits y con un lenguaje que dista mucho de lo políticamente correcto, ha incendiado la política norteamericana.
El Partido Republicano, visiblemente incómodo ante un presidente que les estaba poniendo en más de un aprieto, ha terminado por agachar la cabeza y dejar que sea Trump quien marque el ritmo político, beneficiándose durante este mandato del control que ha mantenido en el Senado y que le ha permitido sacar adelante cuestiones clave, entre ellas el nombramiento de dos jueces para el Tribunal Supremo.
Inmune a los escándalos
Sólo el difunto John McCain y, en menor medida, Mitt Romney, han plantado cara a un Trump que parece inmune a las críticas y que, a nivel de popularidad, ha mantenido una tasa baja aunque relativamente estable. Romney fue el único senador republicano que votó a favor de la destitución del presidente en el impeachment que impulsaron los demócratas por abuso de poder y obstrucción al Congreso.
Donald Trump no sólo salió indemne de este juicio político, sino que se presentó como la víctima de una «caza de brujas» en la que enmarca también las investigaciones por la presunta injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 o, más recientemente, las constantes críticas a la gestión que ha recibido su Administración por la pandemia de coronavirus. «¡’Fake news’!», ha tuiteado Trump una y otra vez contra medios de comunicación y voces críticas.
Si gana, Trump sería el primer presidente que logra ser reelegido tras enfrentarse a un impeachment, ya que a Bill Clinton el proceso le pilló ya en su segundo y último mandato y Andrew Johnson perdió las primarias dentro de su propio partido.
Tampoco le han pasado excesiva factura sus constantes escándalos personales, que van desde varias acusaciones de acoso e incluso agresión sexual a una aparente mala relación con su actual esposa, Melania Trump, que durante cuatro años ha permanecido en un más que discreto segundo plano y apenas ha intervenido en la campaña para la reelección.
Trump repite en 2020 con Mike Pence como compañero de fórmula, después de cuatro años en los que este antiguo gobernador de Indiana ha demostrado ser un fiel escudero del omnipresente mandatario, dentro de una Administración en la que los trapos sucios no siempre se han lavado en casa.
Todo en contra
El actual mandatario llega a los comicios del 3 de noviembre de nuevo a la zaga, vapuleado en los sondeos por un Joe Biden que aspira a paliar su escaso arrastre político con el voto antiTrump. El Partido Demócrata ha aprendido la lección de 2016, cuando vio como el entonces aspirante republicano dejaba a Clinton fuera del Despacho Oval pese a haber conseguido un 2 por ciento menos de votos y gracias al reparto de poder en el Colegio Electoral.
En estos últimos meses, Donald Trump no ha escatimado críticas contra Biden, a quien ha acusado de querer imponer en Estados Unidos un régimen socialista y de buscar ahogar la economía con restricciones para contener la pandemia de COVID-19, el «virus chino» como lo ha venido denominando el mandatario para darle una vuelta de tuerca política.
A pesar de que él mismo se contagió de coronavirus y llegó a estar ingresado durante unos días, se ha burlado de Biden por el uso de la mascarilla e incluso por su edad, que apenas dista tres años –los dos candidatos tendrán 74 y 77 años el día de las elecciones–. Trump, de hecho, ya batió un récord al ser el presidente de mayor edad en asumir el cargo.
Trump también ha sembrado dudas sobre el proceso electoral, agitando un supuesto «fraude» que vincula al voto por correo y para el que no ha presentado pruebas. Estas dudas le han llevado a dejar en el aire el reconocimiento del resultado, que podría no conocerse la misma noche electoral precisamente por la elevada participación anticipada, y por extensión la transición en el mando.
Poco más de una decena de presidentes a lo largo de la historia de Estados Unidos se han quedado sin completar los ocho años que autoriza la Constitución –dos mandatos consecutivos de cuatro años cada uno–. Si Trump pierde, se uniría a un lista que no se actualiza desde el también republicano George W. Bush, que sólo ejerció de 1989 a 1993.
El apoyo de Trump
El presidente ha tenido en los hombres blancos su principal bastión electoral, pero en 2016 llegó a la Casa Blanca gracias a sus buenas cifras en determinados colectivos como los residentes en zonas rurales y la población evangélica. Para su elección, fueron igualmente claves sus victorias ajustadas en ‘estados bisagra’ como Pensilvania, Wisconsin y Michigan.
En esta ocasión, y con las encuestas en contra, Trump ha intentando ampliar el foco de su discurso, defendiendo que ningún presidente ha hecho más que él para favorecer a minorías y agarrándose principalmente a unos buenos datos macroeconómicos que han flaqueado en los últimos meses por los efectos colaterales de la emergencia sanitaria.
En su esfuerzo por arrastrar a las minorías se ha topado con su propio historial político, ya que entre los hispanos aún colean sus reiterados mensajes contra la inmigración y a favor de la construcción de un muro en la frontera con México, y entre los negros se ha criticado la nula crítica de Trump a los casos de brutalidad policial o sus titubeos en la extrema derecha.
A nivel internacional, pocos dirigentes se han pronunciado abiertamente a favor de su reelección, que sí ha respaldado por ejemplo el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, principal beneficiado de la actual política estadounidense en Oriente Próximo. En Europa no se oculta que Biden sería un aliado más cómodo y en América Latina las posiciones de animadversión o respaldo a Estados Unidos, en función del gobierno que hable, apenas han variado.