No sólo se cruzan maletas en la estación de autobuses de Varsovia. También duras decisiones: empezar de cero en otro país, con otro idioma, y sin nadie o arriesgarse y volver a Ucrania con sus familias. Yuliya es una de las muchas refugiadas que prefiere «el miedo a la guerra» antes al exilio. Toda su vida está en Ucrania no sabe qué quedara pero sí que tiene que «volver a casa».
Entre lágrimas también regresa Aznhelica. No puede «dejar todo atrás». Pero algunas como Victoria no ven otra opción. Ha conseguido salir de Mariúpol después de pasar semanas escondida en un sótano «sin agua, ni calefacción, ni comida». Sin absolutamente nada. Ahora sólo puede pensar en los que todavía siguen atrapados. Porque en la ciudad portuaria «ya no queda nada».
Tampoco en Járkov. Una ciudad que describen, literalmente, como un infierno. Y al sur de Polonia, entre el frío de la noche, decenas de sanitarios esperan en el andén la llegada de niños ucranianos enfermos y exhaustos.