Del Brexit al Megxit: el Reino Unido le toma gusto a las crisis de Estado

Meghan Markle
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  • Antonio Navarro Amuedo | atalayar.com

Tras el Brexit vino el Megxit. Dos crisis de Estado con un mismo lenguaje: período de transición, negociación y salida. El Reino Unido, quinta economía del mundo, parece empeñado en fabricarse problemas: la unidad territorial -el diabólico referéndum escocés convocado por David Cameron-, la incertidumbre del Brexit y ahora la monarquía, con la decisión de los duques de Sussex, Enrique y Meghan Markle, de “dar un paso atrás” en sus obligaciones como miembros de la familia real y marcharse a vivir -con independencia financiera- a América del Norte. El miércoles de la semana pasada la pareja emitía una nota pública: “Después de muchos meses de reflexiones y discusiones internas, hemos elegido hacer una transición este año y empezar a diseñar progresivamente un nuevo rol en el seno de la institución”. La prensa británica oscilaba en sus crónicas entre la sorpresa del resto de miembros de la familia y la “furia” de la reina Isabel II.

A diferencia de lo que ocurrió durante el Brexit -donde ha mantenido un discreto papel-, Isabel II, con sus 93 primaveras y 70 años en el trono, ha tomado las riendas del asunto de manera personal. Con rapidez. En un comunicado emitido este lunes -con concesiones al sentimentalismo poco habituales en ella- la jefa del Estado británica  aseguraba que “aunque habríamos preferido que siguieran siendo miembros de la Familia Real a tiempo completo, respetamos y entendemos su deseo de vivir una vida más independiente como una familia mientras continúan siendo una parte valiosa de mi familia”.

“Se ha acordado que habrá un período de transición en el cual los Sussexes pasarán tiempo en Canadá y en el Reino Unido. Son materias complejas que tiene que resolver mi familia y hay más trabajo por hacer, pero he pedido que las decisiones finales se alcancen en los próximos días”, concluía la soberana en la nota emitida tras la cumbre en las dependencias de Sandringham House. La cumbre dio cita al núcleo duro de la corona: la reina, el príncipe Carlos y el príncipe Guillermo. Y el protagonista de la espantada, Enrique (su esposa y el pequeño Archie se encontraban en Canadá, ella entró por videoconferencia).  Los medios británicos contaban ayer que se había visto salir de la residencia privada del condado de Norfolk al duque de Edimburgo, los 98 ya cumplidos: no le correspondía estar allí.

Horas antes Guillermo y Enrique habían emitido un comunicado saliendo al paso de una información del Times en la que se aseguraba que los duques de Cambridge habían hecho ‘bullying’ a los de Sussex. “A pesar de las claras negaciones, hoy se ha publicado una historia falsa en un periódico del Reino Unido que especulaba sobre la relación entre el duque de Sussex y duque de Cambridge. Para los hermanos, que se preocupan tanto por las enfermedades mentales, el uso de este lenguaje es ofensivo y potencialmente dañino”, rezaba la nota emitida por un portavoz real.

La retirada progresiva de la pareja abre el debate sobre el proceder en casos como este en que miembros de la familia real opten en el futuro por hacer lo propio y abandonar la primera línea de obligaciones. Los Windsor quieren establecer un protocolo. Y la reina, como cabeza de familia y con las condiciones mentales aparentemente intactas, ha querido establecerlos. Lo que está ocurriendo con los duques de Sussex no es tampoco novedad en la familia real británica: el pasado mes de noviembre el príncipe Andrés, segundo hijo de la reina Isabel II, anunció que “daba un paso atrás en sus deberes públicos para el futuro próximo”. Ocurrió, sin duda forzadamente -a diferencia del caso de los duques de Sussex-, a raíz de la entrevista concedida a la BBC en la que se refería a su amistad con Jeffrey Epstein, acusado de haber abusado de decenas de menores.

Pero el diablo habita en los detalles. Detrás del cierre en falso de la crisis con el comunicado de la reina de este lunes muchos son los aspectos que quedan aún por dilucidar: quién pagará la seguridad de la pareja en Canadá, qué compromisos tendrán a partir de ahora, qué ocurrirá con el dinero público invertido en el acondicionamiento de la residencia de los Sussex en Londres, sus títulos, hasta qué punto podrán ser financieramente independientes y dónde trabajarán, etcétera. Muchos son los interrogantes? ¿Seguirá Enrique siendo sexto en la línea del trono? Los duques de Sussex pretenden ser financieramente independientes, pero el riesgo de que se les pueda acusar de monetizar la marca real está ahí. Al parecer la pareja seguirá teniendo como residencia Frogmore Cottage, en Londres, en la cual se han invertido 3 millones de libras recientemente a cuenta del contribuyente británico. Un contribuyente -a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes- que se toma muy en serio hasta el último céntimo público gastado.

Monárquicos, republicanos e indiferentes tienen claro en el Reino Unido que la institución es mucho más que la mera jefatura del Estado, que no es poco. Es un activo al servicio del país. Eso que en otras prosas se llama hoy marca país. En su tradicional pragmatismo y flema, la sociedad británica -con sus instituciones, su prensa, etcétera- sabe que el debate público y la presencia de los Windsor en los papeles constituye una orgullosa muestra de buena salud democrática. Airear sus miserias, abordarlas con la acidez habitual en la prensa del Reino Unido, en suma, dejar claro que la familia real tiene los mismos problemas que el resto de las­ familias es también bueno para su propia pervivencia.

De crisis en crisis hasta el resurgimiento final. En problemas mucho peores se ha visto la institución monárquica en el Reino Unido y, felizmente para los Windsor, ha acabado solventándolos. De ‘annus horribilis’ están curados de espanto. Nada hace pensar que Buckhingham Palace no saldrá airoso del trance del ‘Meghxit’, sin duda menos pasional y existencial que otras crisis en las que se hayan enfrascadas las islas.

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