El giro de Pablo Iglesias para gustar al centro

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El líder de Podemos, Pablo Iglesias. (Foto: Efe)

El entusiasta seguimiento de Pablo Iglesias del papel de la selección española de baloncesto en el Eurobasket ha rescatado de la hemeroteca un artículo firmado en 2008 en Rebelión por el hoy secretario general de Podemos. Su opinión sobre el himno, la bandera o los jugadores ha cambiado sustancialmente, al menos de cara a la opinión pública.

Sin ir más lejos, Iglesias mete en aquel texto una sacudida a Pau Gasol por sus palabras en una campaña de Nike: “Está bien conseguir que tu país te admire, pero es mucho mejor que el mundo admire a tu país”. El entonces profesor critica que Gasol “haga un anuncio para una multinacional que mantiene a los trabajadores en sus fábricas de Asia en condiciones espantosas y acusada de utilizar mano de obra infantil”.

El líder de Podemos lamenta además tener que «soportar día tras día» el «nacionalismo español y su bandera monárquica y postfranquista» y dice sentir envidia de la tricolor francesa o de La Marsellesa -«y no la cutre pachanga fachosa», como se refiere a la Marcha Real-.

«Pero esto es lo que hay -sentencia-, y si te gusta el baloncesto y quieres emocionarte con un equipo que conoces te tienes que tragar la infame pompa nacional y pasar por alto que los chicos de oro son, en gran medida, un grupo de millonarios dispuestos a vender su imagen a cualquier banco, empresa multinacional o sindicato del crimen».

Viaje al centro y abuso de poder

Iglesias no lo habría escrito hoy, según reconoció la pasada semana en una entrevista radiofónica. En tribunas más recientes, admite que «nada es tan politizable como el deporte ni nada más eficaz que las pasiones deportivas sabiamente conducidas hacia pasiones políticas». Ahora, Gasol o Felipe Reyes son «gladiadores» y se exhibe en redes sociales gozando durante la transmisión de la semifinal frente a Francia.

Pero para detectar una evolución en el discurso de Iglesias en esta y otras materias no hace falta remontarse a 2008. Los planteamientos de Podemos en 2014 -cuando irrumpió en el Parlamento Europeo- y los actuales tienen un aspecto bien diferente. Pocas semanas después de aquellos comicios, la cúpula admitía ya que probablemente se habían excedido en entusiasmo.

En la cuenta atrás hacia las generales, la renta básica universal, medida estrella meses atrás, queda prácticamente irreconocible en los borradores de programa, al igual que ocurre con el impago de la deuda, una vez Alexis Tsipras, el faro griego de Iglesias, se ha visto empujado a tragar con las exigencias comunitarias y a renunciar a sus promesas.

El plan de Podemos es atraer al votante de centro-izquierda, tradicionalmente del PSOE, sin enfadar a los ya fieles. Pero la militancia original está desanimada o ya fuera del proyecto. No hubo primarias abiertas y los círculos carecen de peso. La percepción de que cualquier persona con buenas ideas, formación, oratoria y determinación en el debate puede llegar arriba se ha evaporado. Lejos de Iglesias y su entorno, las aspiraciones se apagan, crítica que han expresado en alto dirigentes destacados como Pablo Echenique o Teresa Rodríguez.

En este momento, Podemos sigue siendo calificado como extremista o radical por los detractores habituales y los seguidores del partido ya desde sus primeros pasos perciben pérdida de identidad y abuso de poder, o traición a un movimiento, el 15-M, más próximo a la filosofía que anuncia Ahora en Común. Todo esto se produce en el momento más crucial de su corta existencia, cuando todo lo construido puede venirse abajo.

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