La orquesta golea a la banda
Paseíllo, faena y goleada. En tres palabras así podría resumirse el partido de España ante Liechtenstein, una de las peores selecciones de las galaxias conocidas y de las que están por descubrir. La Roja es una orquesta y los liechtenstenianos son una banda. Moraleja: 0-8 y el billete para el Mundial de Rusia, encargado ante Italia, sigue en nuestro poder a falta de ponerle el sello definitivo.
Érase una vez una selección llena de estrellas mundiales que jugaba contra otra de un país muy pequeñito formada por fontaneros, empleados de banca y algún que otro tipo que se ganaba honradamente la vida jugando al fútbol. El final de la historia, más previsible que el de Titanic, estaba escrito antes de empezar: los buenos iban a golear a los malos.
Nadie dudaba de que España se iba a pasear en Liechtenstein, la única incógnita era conocer si el saco de goles iba a ser de cuatro, de media docena o de docena entera. Sergio Ramos se encargó de marcar el primero en el minuto dos, de cabeza claro, después de una falta lateral botada por Silva. No había intrigas.
Los liechtenstenianos, que más que un gentilicio parece una tribu de Juego de Tronos, se metían cerquita de su área como el boxeador que se protege la cabeza de una lluvia de golpes. Era inútil. Cayó el segundo en el minuto 14 después de una pared entre Isco e Iniesta, que asistió a Morata para que cabeceara a placer.
España se da un paseíllo
Y dos minutos después, en plena pachanga sin historia, cayó el tercero. Esta vez fue un regalo del portero de Liechtenstein, de nombre Jehle, que se golpeó en su propio pie, se la regaló a Morata, que se la regaló a Isco, que no se la regaló a nadie sino que la empujó y marcó. Pues eso.
Luego el partido se enredó en algún que otro choque y el área de Liechtenstein empezó a parecer un vuelo de Ryanair: un montón de gente en un espacio demasiado pequeño y deseando llegar al destino. En el caso de España, los jugadores empezaron a pensar en la Liga, en la Champions, en la lista de la compra o en si habría wifi en el avión para conectarse a Netflix y terminar de ver Narcos.
Nos aburríamos de tocar, pero el partido tampoco pedía otra cosa. Los muchachos de Liechtenstein –cada vez que lo escribo no puedo parar de imaginarme a Rajoy diciéndolo– pegaban alguna patada que otra, pero hasta en eso eran flojillos los pobres. Y mientras un servidor escribía estas líneas vino el cuarto. Lo marcó Silva en el 38 al ejecutar magistralmente un libre directo que no hubiera parado ni Buffon en sus buenos tiempos, o sea hace mucho.
El primer tiempo se acabó y en La 1 pusieron el telediario, que terminó con la Bonoloto. No me tocó. Así que me dispuse con presteza a vivir desapasionadamente el segundo. Que paso a relatarles. Lopetegui metió a Nacho por Sergio Ramos y a Iago Aspas por Silva por aquello de repartir los esfuerzos entre sus futbolistas.
Festival goleador
¿Adivinan qué pasó nada más empezar el segundo tiempo? Sí, aciertan. Que marcó España. El quinto lo logró Aspas al aprovechar un rechace de un cabezazo de Morata que se estrelló contra el larguero. Era el 50. Minuto, digo. Después del quinto vino el sexto, por obra y gracia de Morata, que sentó al portero tras una gran combinación entre Iniesta y Aspas.
Pasó un ratillo para echar una cabezada (no digo que me la echara yo, que puede que sí, pero también tenía mucha plancha) y vino el séptimo. Fue de Aspas, también doblete para él, tras un rechace del portero a disparo de Pedro. Estábamos en el 62. Los minutos caían cadenciosos como un fado a cámara lenta.
Pasaron, España siguió coleccionando ocasiones, aunque esta vez sin acierto y así casi hasta el final. Le dio tiempo a Deulofeu para marcar el octavo. Luego, el árbitro pitó, el partido acabó, España goleó y yo me puse plancha, que te plancha. Así planchaba, así, así.