El día que Raúl hizo el histórico ‘aguanís’ en el Mundial de Clubes
La jugada fue hace 20 años en una final del Mundial de Clubes, llamado entonces Copa Intercontinental, pero para los que la vimos parece que fue ayer. Raúl marcó ante el Vasco da Gama uno de los goles más bonitos de su carrera (quizá el más bonito) y dio el triunfo al Real Madrid que venía de conseguir la séptima Copa de Europa después de 32 años de sequía.
Aquel 1 de diciembre de 1998, en Tokio, se cerró un ciclo glorioso de la historia del Real Madrid que había comenzado con la Liga de Capello, continuado con la Champions de Heynckes y se cerraba con la Intercontinental de Hiddink, que cumplió con su palabra y se afeitó su inconfundible bigote.
Aquella final del Mundial de Clubes ante el Vasco da Gama pasará a la historia y será recordada siempre por un nombre y dos apellidos. Es la final de Raúl González Blanco y su obra maestra cuando el partido estaba a punto de morir. El famoso gol del aguanís que dio la vuelta al mundo y que sólo el padre de la criatura, Pedro, sabe por qué responde a ese nombre: «Era una jugada que Raúl hacía cuando era niño. Jugaba en el San Cristóbal y cuando las cosas se ponían mal en los partidos un amigo nuestro le gritaba que la hiciera».
Fue una obra maestra para recrearse en ella por su valor futbolístico, sentimental y estético. Y encima en la final del Mundial de Clubes, por aquel entonces todavía Copa Intercontinental. El partido se le había puesto serio al Madrid. Minuto 83. Raúl vio la jugada diez segundos antes que todos los demás.
La obra de un genio del regate
Cuando Seedorf se hizo con el balón en el medio del campo, Raúl comenzó a correr en perpendicular hacia la puerta brasileña. Existían dos posibilidades: que su compañero le viera o no. Afortunadamente le vio. Pase medido de 40 metros y todo lo demás lo puso él. Control con la izquierda. Dos regates cortos, secos, ceñidos. En el primero dejó sentado a Vitor. En el segundo a Odvan y al portero, que con el amague ya se había ido al suelo. El balón le cayó a la derecha, su pierna menos buena, pero la puerta ya estaba vacía. Solo tuvo que empujar el balón y correr a cantar el gol de su vida.
Elegido mejor jugador de aquella final del Mundial de Clubes, Raúl tenía una explicación concisa para la jugada. «Improvisé en todo momento porque tuve muy pocos segundos para decidir. Tras el primer regate pude tirar pero preferí dejar pasar al defensa que venía corriendo. Esas jugadas se hacen y esos goles se marcan porque se llevan dentro. De lo contrario, no salen».
Han pasado 20 años del aguanís y parece que fue ayer.