Al menos Suárez ya no muerde

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Luis Suárez celebra el gol que marcó en Mestalla. (Getty)
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Que Luis Suárez es un tipo de natural violento es algo tan fácil de demostrar como el principio de Arquímedes. Si tú le das su historial de pendencias, broncas, rifirrafes y movidas a Stephen King, te hace un best-seller tan mal escrito como terrorífico. Lucho ha protagonizado escenas gore durante toda su carrera, de palabra y de obra. Su tendencia a morder a los rivales, como si fuera un pitbull defendiendo una finca, le ha convertido en protagonista de imágenes poco edificantes y de sanciones duras y merecidas.

Hay estudios científicos que sostienen que la violencia es una cuestión genética, lo que tampoco sería un atenuante para Luis Suárez, pero explicaría muchas cosas. El gen MAOA-L, llamado también el gen guerrero, se da exclusivamente en varones –está ligado al cromosoma X– y causa en los sujetos portadores dificultades para controlar la cantidad de serotonina y dopamina en el cerebro, lo que afecta al centro de recompensas y provoca que los individuos en cuestión tengan cierta tendencia a los actos violentos. Sería una manera de entender esos arrebatos de furia que le dan al uruguayo.

Sea por genética o sea por vicio, conocíamos de antaño la afición de Luis Suárez a pegar bocaos, pero no tanto su habilidad para los pisotones. Las cicatrices de Abdennour son pruebas de que Lucho pisa con garbo. Pero Suárez ni fue expulsado ni va a ser sancionado, porque el juez de Competición está para regañar a Cheryshev por no saber que estaba sancionado, pero no para actuar de oficio en una acción que en una liga decente de cualquier país serio (Inglaterra, Alemania) sería causa de un castigo ejemplar.

Desde la propaganda azulgrana les contarán que hay una campaña para manchar la intachable imagen del angelical delantero del Barcelona, pero, como dice la Biblia en Mateo, 7:15-20, «por sus frutos los conoceréis».

Da igual que Busquets, el que llamó mono a Marcelo, intente en vano defender lo indefendible y asegurar sin rubor que «conociendo a Luis, el pisotón fue sin querer». No cuela. Tampoco las palabras del  ex futbolista conocido en el Valencia como Roberto, que se ha cambiado el nombre a Robert desde que es director deportivo del Barça, y que tuvo el morro de acusar a Abdennour de haber provocado a Suárez. Sólo le faltó decir que el central del Valencia había puesto su pie y su brazo a propósito bajo los tacos del San Luis, ejemplo de valors que no es de La Masía pero casi.

No es una cuestión de campañas, ni de montar un vídeo de Luis Suárez con la máscara de Hannibal Lecter como hizo TV3 con Pepe, es una cuestión ceñirse a los de hechos. Igual que no se cuestionan los goles de Luis Suárez, ni su esfuerzo siempre en favor del equipo, ni su talento para ser el mejor 9 del mundo, tampoco pueden cuestionarse ni sus mordiscos ni sus pisotones. Bilardo, aquel entrenador argentino némesis de Menotti, habría disfrutado con Suárez en su equipo y le habría dicho aquello de «Pisalo, Lucho, pisalo».

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