Hablemos Rápido.

Rodrigo Muñoz Avia: “La felicidad no se compra, da igual el éxito o el dinero que tengas”

Rodrigo Muñoz Avia
Rodrigo Muñoz Avia. ©Julia Muñoz Merino
María Villardón

Escritor. Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967) acaba de publicar ‘La tienda de la felicidad’ (Alfaguara), un libro tierno, divertido y muy bien escrito que tiene como protagonista a Carmelo Durán, un hater ocasional que se comunica con el mundo únicamente a través de correos electrónicos. No es baladí esta correspondencia digital porque los mails, como las bolsas de basura que tiramos cada martes y jueves –que nosotros somos cívicos y reciclamos-, son muy chivatos. “Mirando los desechos, ya que somos seres de consumo, podemos trazar la biografía de una persona. Sabemos su sexo, sus enfermedades e, incluso, ¡su ideología!”, aclara.

Sentarse con Muñoz Avia a tomar un café es casi como sentarse con Lucio Muñoz y Amalia Avia, sus padres y dos de los pintores españoles más importantes del S. XX, en la mesa camilla de la que habla en ‘La casa de los pintores’ (Alfaguara)gracias David García-Asenjo por recomendármelo–, uno de los libros publicados por el autor donde cuenta cómo era vivir entre artistas, arquitectos o fotógrafos, entre otros. “Para mí todo lo que transcurría en mi casa era muy normal. Si te soy sincero, cuando comencé a escribirlo creía que no le interesaría a nadie. Me preguntaba: ¿Quién iba a querer leer algo sobre mi familia?”, explica sonriente. ¡Pues yo! A mi casa, en general, no viene el pintor Antonio López a charlar en la sobremesa. Bueno, ni en general ni en particular, la verdad.

Se atisba para el año que viene una gran exposición en Madrid sobre tu madre, ¿verdad? ¿Cómo surge esto? ¡Cuéntame!

Sí, se puso en contacto con nosotros alguien del área de Cultura de la Comunidad de Madrid para decirnos que harían una exposición en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M). Además, estamos muy contentos porque la va a comisariar Estrella de Diego –catedrática de Arte Contemporáneo–.

Ah, sí, es que De Diego es fantástica, siempre es un gusto escucharla y leerla.

¡Sí! Creo que es la persona ideal para hacer esta exposición porque va a redimensionar la pintura y la persona de mi madre de una manera un poco distinta, no sólo ubicándola en el contexto de los realistas. No creo que la enfoque tampoco sólo por su condición de mujer, que seguro que también hurga por ahí, sino por todo ese aspecto plástico que tiene la pintura de mi madre. En el fondo se trata de una obra muy peculiar y dura que retrata una realidad muy sórdida, pero desde el punto de vista plástico hay que tener en cuenta que se relaciona con todos los pintores de su generación, sean realistas o más vanguardistas, incluso con los abstractos. Y, por supuesto, también hay una relación plástica muy estrecha entre la pintura de mi madre y la de mi padre –el pintor Lucio Muñoz–.

A mí me encanta la pintura que tu madre hizo de las puertas cerradas de la taberna ‘La Venencia’, la que está en la calle Echegaray, ahí cerca del Congreso. ¿Sabes cuál te digo?

Sí, es un cuadro pequeño, creo. Bueno, es que ella pintó toda esa zona: las casas, los comercios, etc. Además, le interesaban mucho las texturas y pintaba mucho la madera. A mí, qué voy a decir, claro, me parece una pintora muy interesante, por eso me intriga e interesa mucho la mirada de Estrella de Diego, me apetece mucho conocerla.

Hablas de la sordidez de la pintura de tu madre, ¿tendrá algo que ver que sea de La Mancha? Tenemos ese humor un poco negro y, claro, a veces se nos va la mano con la oscuridad.

Supongo que sí, claro. Ella vive su infancia y primera adolescencia en Santa Cruz de la Zarza, un pueblo de Toledo, así que, evidentemente, ese aspecto sórdido de su pintura debe tener el origen en las cosas que le pasaron, ya que vivió una adolescencia muy muy dura. Perdió a su padre en la guerra, a sus dos hermanos por tuberculosis, es decir, su juventud estuvo marcada por la posguerra, el luto y un entorno de pueblo muy cerrado. Sé que la vida de muchas personas fue dura, pero ella era especialmente sensible y, además, arrastró muchos problemas de depresión que también le condicionaron.

Pero en ‘La casa de los pintores’, un libro maravilloso en el que cuentas la historia de tu familia, retratas a tu madre como una persona súper alegre.  

¡Lo era! Era una mujer enormemente vital, alegre, genial, también era tímida, pero ¡era una fiesta de persona cuando se relacionaba con los demás! Era increíble, siempre vestía con colores alegres, pero luego nadie entendía cómo hacía esos cuadros tan oscuros. Aunque ella lo explica en sus memorias, va así de alegre vestida porque en sus cuadros hay carencia casi total del color.

Bueno, cuando tus padres se conocen, tu padre se refiere a ella como “la chica de amarillo”.

(Ríe) Sí. Ellos se ayudaron, se aportaron y se complementaron mucho porque mi madre era más bien tímida y tenía cierta dificultad para mover su obra, aunque creía mucho en ella y ¡pintaba muchísimo! Pero, no sé, le daba vergüenza llevar sus pinturas a los galeristas, por ejemplo, o hacer entrevistas le costaba un montón. Y mi padre era todo lo contrario, ¡peleaba mucho siempre por sus obras!

¿Con qué imagen de aquella casa familiar te quedarías? ¿Cómo la recuerdas?

Siempre me viene a la cabeza la misma. Mis padres sentados en la mesa camilla de su habitación charlando durante horas y horas tras el desayuno. Eran una pareja con muy buena comunicación. En mi casa se respiraba siempre un clima de muchísimo amor, dos padres que se querían y que nos querían. ¡Aunque también se discutía, eh!

Bien, entonces, ¿cómo es posible que un hombre rodeado de tanto amor haya creado un personaje tan odiador como Carmelo Durán?

(Reímos) ¡Pues, mira, aunque no lo creas, tiene muchísimo de mi familia! Tiene, sobre todo, mucho de los Muñoz. Mi padre tenía esa tendencia a escribir muchas cartas y siempre eran muy ácidas, muy irónicas. Si me apuras, incluso un poco altivas, pero a la vez tenían mucha gracia, ¡de llorar de la risa! Algo de eso hemos heredado todos en la familia. Carmelo tiene mucho de mi hermano mayor y, por supuesto, también muchas cosas mías porque como escritor paso mucho tiempo solo delante del ordenador, mirando el correo y también, claro, muchas tonterías.

¿También eres tan incorrecto como él?  

En cierto modo, Carmelo es ese personaje que en muchas ocasiones me gustaría ser a mí. Es muy incorrecto, a su madre y a su hermano les hace unos desplantes muy feos. Es egoísta, en ocasiones tiene puntos de inmadurez, pero lo cierto es que al final se mete al lector en el bolsillo porque es simpático, tiene gracia y, además, en el fondo descubres que encierra mucha ternura y ¡es brillante!

Los correos que manda a Carrefour para quejarse de que no llegan las gambas son geniales.

¡Pues esa anécdota es real! En los pedidos que hacía para mi casa ¡jamás llegaban esas gambas congeladas! Así que un día mandé un correo incendiario, imagino que la persona a la que le llegó se quedó alucinada. Eso sí, jamás me contestaron.

El correo electrónico, al igual que nuestra basura, es muy chivato y cuenta muchísimas cosas nuestras.

Totalmente, puedes reconstruir la biografía de una persona sólo mirando su basura. Quizá es un poco exagerado lo que digo, pero piénsalo, puedes saber el sexo, su edad, su estado de salud, su poder adquisitivo o su ideología.

¿Su ideología?

Claro, puedes ver también qué periódicos lee, ¿no?

Cierto, claro, visto así, sí. Como escritor que eres, ¿cómo llevas la inseguridad de la aceptación de lo que escribes?

Siempre hay un poco de inseguridad pensando si interesará o no lo que escribes.

En España, ya lo he dicho en alguna ocasión, se publica demasiado. Es una opinión de hater, no me escondo.

No sé, sí, es posible que en España se publiquen muchas cosas y no necesariamente todas buenas. Pero también es mi opinión personal, claro.

En el libro haces alusión a ‘El Quijote’, ¿lo has leído o sólo es postureo?

(Reímos) ¡Lo he leído! Pero he de confesar que la segunda parte me aburrió un poco.

Oye, ¿el título del libro es una metáfora de que la felicidad no puede comprarse en una tienda o no? Pregunto.

Me costó mucho ponerle el título, no sabía si se percibía la ironía. Tras tu reflexión y algunas más de amigos, veo que sí ha funcionado y que se entiende el matiz. La admiración, la amistad, la felicidad o el amor no se pueden comprar y da igual el dinero o el éxito que tengas. Además, se habla demasiado a la ligera de la felicidad.

Lo mejor es decir que la felicidad está en progreso.

Me parece sabio, el absoluto es inalcanzable y lo único que se consigue es frustración. Yo aspiro a estar bien y vivir situaciones agradables. Hay una cosa clara: si alguien nos pretende vender felicidad es que, de alguna manera, nos está engañando.

@MaríaVillardón

Lo último en Cultura

Últimas noticias