David García-Asenjo: “El Valle de los Caídos debería desacralizarse”
Arquitecto. David García-Asenjo (Madrid, 1975) tiene voz de hombre cauto y comentarios de hombre justo. Desconozco si la cautela y la justicia las ha adquirido de dar vueltas y vueltas sobre las plantas de todas las iglesias que ha visitado. Acaba de publicar ‘Manifiesto arquitectónico paso a paso: Un ensayo sobre la arquitectura contemporánea a través de las iglesias’ (Libros.com), un libro muy detallado sobre la arquitectura sacra madrileña de la segunda mitad del S. XX donde analiza, entre otros aspectos, cómo ha evolucionado la relación de las personas con los edificios y la influencia de los jerarcas de la Iglesia.
Reconoce que no le gusta la Catedral de la Almudena porque “no es una iglesia de su tiempo”, pero también cree que los fieles que acuden a espacios religiosos modernos “no se terminan de sentir cómodos”, aunque sea el primer contacto de muchas personas con el arte contemporáneo. Relata entre sonoras risas la anécdota del artista José Luis Sánchez el día que fue a cobrar una de sus obras de arte y el promotor de la vivienda le soltó: “¡Ah! ¿Usted es el que hace esta mierda?”.
Con respecto a la basílica del Valle de los Caídos, tema debatido en corrillos de todo tipo, García-Asenjo cree que “tiene el valor de mostrar el espíritu de los dirigentes de una época, pero con escasa aportación a la historia tanto de la arquitectura como del arte”. Le gustaría entrar en la casa de Amancio Ortega para ver “cómo uno de los hombres más ricos del mundo interpreta la arquitectura” y, según comenta, perdona que una familia a lo ‘Manolito gafotas’ cierre su terraza para ganar espacio, pero no le parece de recibo que en un pisazo en zona noble de Madrid hecho por Javier Carvajal ponga un cerramiento “cutre” de aluminio.
Ave María Purísima, David.
(Risas) ¡Muy propio!
Como vamos a hablar de iglesias, me he querido meter en el papel. Un libro muy interesante, pero largo, eh.
(Suspira) Sí, es largo, ¡y podría haberlo sido más, pero tenía que cortar! Lo bueno es que se puede leer a trozos, tiene esa ventaja.
Me gusta mucho la arquitectura, pero desconozco bastante la arquitectura religiosa española de la segunda mitad del S. XX, ¿soy una excepción entre los españoles?
Qué va, no lo eres. De hecho, es una tipología de edificio a la que hasta el año 2000 más o menos no se le había hecho mucho caso. Yo nací en Moratalaz –un barrio de Madrid– y siempre las he visto, pero es bastante común que no se les preste demasiada atención.
¿En qué momento la arquitectura dedicada al culto da el salto a espacios más modernos y, sobre todo, los fieles están cómodos y aceptan algo tan vanguardista para una actividad tan tradicional?
Aceptarlo, no se termina de aceptar. El salto se dio después de la II Guerra Mundial cuando Alemania tuvo que reconstruir casi todo el patrimonio religioso y civil, fue ahí cuando se pensó que la arquitectura sacra siempre había estado ligada a la arquitectura de su tiempo y, en este momento, la que primaba era moderna, así que se comenzó a hacer así. Más tarde países como Francia, Italia y España también siguieron esa línea de trabajo que, además, estaba en consonancia con la renovación que se plantea en el Concilio Vaticano II. Se apostó por eso, pero no todos los fieles lo han aceptado, incluso la jerarquía eclesiástica a partir de los años 80 dio un paso atrás a la hora de usar el arte contemporáneo y comenzaron a hacer cosas que tuvieran una relación más directa con la tradición.
Más ‘neos’, ¿no?
Eso es. Por ejemplo, todo el arte que tiene la Catedral de la Almudena es un ‘neo’, no como en la Basílica de Aránzazu en Oñate donde todo es contemporáneo, por ejemplo, y es casi 30 años anterior.
La Almudena te gusta poco, entiendo.
Me gusta poco porque es un ‘neo’ sin mucho interés y creo que se podría haber aprovechado, igual que se hizo en Aránzazu, para hacer una iglesia vinculada con su tiempo. Quizá era demasiado radical, a pesar de estar al lado del Palacio Real, pero bueno, imaginamos que la jerarquía decidió eso porque los fieles lo estaban echando de menos. No es un tema de bonita o fea, sino que sea de su tiempo, por eso para mí tiene ese hándicap, fue una oportunidad perdida. No sé a ti qué te parece.
¿A mí? Un espanto. A mí me gusta mucho, por ejemplo, la iglesia del Cristo de Medinaceli.
Sí, pero porque esa construcción es de su tiempo y en su momento se hizo así, se ha mantenido y se ha entendido como patrimonio a lo largo de la historia para seguir cuidándolo y manteniéndolo. Pero, ¿te imaginas hacer una iglesia de Medinaceli ahora? No tendría sentido, tienes que conservar y no llegar arrasando todo lo que tiene de manera radical, pero quizá si hay una capilla que no tiene ninguna decoración podemos poner, en lugar de un cuadro del S. XIX, algo un poco más contemporáneo. En San Sebastián hay una iglesia que se llama Santa María del Coro que a los pies, justo en la pila bautismal, tiene una cruz de Chillida que es maravillosa. La iglesia se mantiene, pero no pasa nada por poner elementos artísticos contemporáneos.
El arte contemporáneo es muy rechazado por el público. No sé si es porque es complicado de entender y, precisamente por eso, cree que es una broma al lado de unas ‘Meninas’ de Diego Velázquez.
Ya, sí, es algo muy común, pero que 60 años más tarde de las vanguardias la gente siga con eso, pues no sé. Creo, de todos modos, que la gente se acostumbra poco a poco a todo, también al arte contemporáneo. Mira, el artista José Luis Sánchez siempre contaba que un día fue a cobrar un mural de hormigón que había hecho en una casa de la calle Pintor Rosales, que no era gente sin nivel, en Madrid esta zona es de clase altísima, y le dijo al promotor de la vivienda que iba a cobrar la obra de arte que había hecho y le contestó: “Ah, ¿usted es el que hace esta mierda?”.
¡No! ¡Calla! (Risas)
Sí, sí. Y le dijo que sí, que vale, pero que como la había hecho, la tenía que cobrar. Pero luego, piensa que quizá la gente se acostumbra y los hijos de esa persona lo quieren mantener. Es complicado aceptar el arte contemporáneo porque no lo entendemos, es menos inmediato y, además, no lo estudias en las escuelas, pero tú lo haces y se terminará aceptando.
Una de las cosas sobre las que llamas la atención sobre las iglesias del S. XX es el poco espacio que hay a las puertas de las mismas para poder interactuar a la salida de misa, de una boda o de un bautizo. Claro que antes la iglesia era el punto de partida para la organización de las ciudades y ahora ya no.
Sí, así es. Hay que o pensarlo para que esta relación entre las personas se haga dentro de la parroquia o, si es más limitado, como puede pasar, crear un espacio a la entrada donde poder hacerlo porque es importante. No puede ser que abras una puerta y entres en un sitio de culto directamente, el cuerpo no se acostumbra. Por eso las nuevas construcciones cuidan mucho ese paseo de entrada, para que las personas se vayan habituando a un espacio distinto y cambiando el chip mental para la visita.
Pero me hablas de algo casi espiritual y, para mí, ir a misa es sinónimo de ir a tomar el aperitivo el domingo a mediodía.
(Risas) ¡Es que son ambas cosas! Por eso es importante que haya ese espacio previo del que tú hablas. En Lillo, el pueblo de mi padre en Toledo, por ejemplo, sales de la iglesia y estás en la plaza para irte directamente a tomar el aperitivo porque los bares están al lado pegados. Ahora la iglesia debe buscar este espacio de relación y tú buscar el bar que te pille cerca.
Como arquitecto, ¿qué propondrías hacer con el Valle de los Caídos?
Creo que arquitectónicamente poco puedo aportar al debate. Tiene el valor de mostrar el espíritu de los dirigentes de una época, capaces de una obra megalómana que miraba al pasado, pero con escasa aportación a la historia tanto de la arquitectura como del arte. Comparto el criterio de historiadores como José Álvarez Junco o Julián Casanova, que señalan que debería desacralizarse y constituirse como lugar de memoria. La enorme cruz es un despropósito, pero se construyó así y así nos enseña la historia que hay detrás de la construcción de todo el conjunto. Lo importante sería esforzarse en explicar adecuadamente la época y sus circunstancias para que no se repitan.
La iglesia de Los Jerónimos de Madrid, tan de moda entre los novios, ¿está sobrevalorada?
Es una iglesia que lo mejor que tiene es su ubicación, por dentro está bien, muy conservada, pero está al lado del Retiro, del Museo del Prado y con esa preciosa escalera para entrar y salir que, claro, no es que esté sobrevalorada, es que es una iglesia de su tiempo con un emplazamiento envidiable. Si estuviera en otro sitio, tendría menos repercusión, pero casarte en Los Jerónimos, además, está íntimamente vinculado a la nobleza y la monarquía.
¿La arquitectura sacra ha decaído desde que la nobleza no compra ábsides para hacerse sus sepulturas?
No, no creo. (Risas) En la arquitectura religiosa hubo un camino de tránsito entre el S. XVIII y el S. XX en el que se hicieron creaciones sacras de poco interés, pero la arquitectura contemporánea creo que es perfectamente defendible sin tener que recurrir a la nobleza.
¿Quiénes financian hoy los proyectos arquitectónicos de las iglesias?
Principalmente los fieles de la parroquia.
Entonces, eso no ha cambiado nada.
Así es porque el que lo financia en un momento es la Iglesia como estructura, pero lo promueven los fieles, aunque no sé si la Conferencia Episcopal pone alguna parte. En San Sebastián la iglesia de Iesu, de Rafael Moneo, para financiar las obras colocaron un supermercado –equivalente a un Sánchez Romero de Madrid– al lado y con el dinero del alquiler pagaron el proyecto.
También recomiendas del Gimnasio Maravillas, en la calle Joaquín Costa de Madrid, y sobre el autor, el arquitecto Alejandro de la Sota, siempre cuentan que como no le gustaban demasiado las alabanzas decía la frase corta y lapidaria: “Simplemente se resolvió un problema”. ¿Los arquitectos sois artistas o personas que resolvéis problemas?
Es posible que haya arquitectos que se sienten artistas, pero creo que es más un oficio vinculado en la construcción, aunque esté muy conectado con la Historia del Arte. A mí también me gusta mucho la frase de Jonh Ford que dice: “Soy director de cine, hago western e intento hacerlo lo mejor posible, pero no entiendo que sea un arte lo que yo hago”. Puede haber una obra destacable que se pueda llegar a valorar como arte, pero creo que está más cerca de los oficios.
Así ha sido siempre en la Edad Media cuando todas las obras eran anónimas.
Sí, fue el Renacimiento cuando se creó la figura del arquitecto que era el que tenía la concepción general del edificio. En España tenemos el caso de El Escorial que es la obra de una persona que tenía todo en su cabeza y lo llevó hasta el final, ahora tenemos la figura del arquitecto que firma la obra más con responsabilidad civil que otra cosa.
¿En la casa de quién te gustaría entrar?
Me gustaría entrar en una casa hecha por Ignacio Vicens porque hace una arquitectura residencial de mucho nivel. Más que en la casa de alguien, me gustaría entrar en una que haya hecho él.
¿Y por puro cotilleo?
En la de Amancio Ortega. Me gustaría saber cómo concibe la arquitectura uno de los hombres más ricos del mundo. Por la arquitectura que tienen algunos proyectos vinculados a Inditex, creo que debe de ser mucho más austera de lo que pensamos y mucho más moderna de lo que podemos imaginar.
A mí me encanta ir a las casas y entrar en los baños.
Los baños son una cosa muy cuidada siempre, se pone cariño en elegir materiales, igual que en las cocinas.
Te confieso que soy de las que abren los cajones porque, claro, me digo: “¿Qué tendrá esta gente aquí?”.
(Risas) Yo no llego a tanto. No soy tan curioso, me fijo más en las cocinas, pero tampoco miro en los cajones, me fijo más en cómo están dispuestas las cosas.
¿Qué no perdonas en una casa?
Dependen de cómo sea la casa y de las circunstancias. Si es de un nivel medio, pues cada uno tiene la casa como puede, pero no perdono que se tenga una terraza utilizable y se cubra. Yo que nunca he tenido terraza disfrutable, me da mucha pena.
Más de uno lo habrá lamentado en el confinamiento.
Claro y habrá pensado en qué momento la cerró. Depende la casa, claro, si es un piso de 80 metros cuadrados en Aluche, como la que comentaba Elvira Lindo en ‘Manolito Gafotas’ donde el abuelo dormía con Manolito en la terraza porque no tenían espacio, lo perdono; pero que se cierre una terraza en Cristo Rey en un edificio de Javier Carvajal de un piso de 300 metros cuadrados con aluminio cutre es que no puedo. Eso no lo perdono, pero en otros sitios no hay nada que perdonar porque bastante tienen con vivir.
Hay una costumbre de algunas familias que siempre me hizo gracia: el salón para las visitas y la sala de estar para vivir el día a día.
¡Y no entraban todas las visitas! Eso lo he vivido yo en casa de mi abuela que tenía la cocina de representación y luego la cocinilla, aunque ella quería que viviéramos todas las habitaciones. Pero he ido a casas por trabajo en las que hay plantas que están impolutas y sin usar, mientras que la gente tiene un cuartucho para estar. Y me pregunto: “¿Si tienes una casa fantástica por qué no la usas?” Tiene que ver con nuestra cultura, lo mejor para el invitado y para mí vivo con lo justo.
¿Uno acaba harto de sus clientes?
Pues depende, la verdad, sobre todo del tipo de obra. Piensa que es la inversión más grande que la gente hace en su vida y cada decisión que tomas le va a afectar durante muchos años, así que aceptas que te va a llamar miles de veces. También depende de las formas, mis clientes han sido bastante razonables y luchan por tener su casa como quieren, pero luego te respetan como persona.
(Risas) Me gusta el apunte: “Te respetan como persona”.
(Risas) Claro, tienes tus horas de trabajo, pero también tienes tus fines de semana y puedes descansar. Tengo compañeros que sus clientes les llaman a las 11 de la noche…
Y te dan ganas de sacar un palo.
¡Y mandarles a la mierda y ya está! (Risas) Yo he tenido suerte.
Por cierto, por tu culpa ya me he comprado dos libros: ‘La casa de los pintores’ de Rodrigo Muñoz y ‘De puertas para adentro’ de Amalia Avia.
¡Son maravillosos! El de Rodrigo lo compré casi por error, pensaba que hablaría de la casa de sus padres hecha por Fernando Higueras para los artistas Amalia Avia y Lucio Muñoz, pero él jamás vivió en esa casa. Pero lo leí, me encantó y pude conocer a Rodrigo. Tras ello, me compré las memorias de Avia y ahí sí que habla de la casa y de cómo salieron a palos con Higueras. Te van a gustar, ya verás, pondría la mano en el fuego, si no es así ¡pásame la factura! (Risas)