Visita al taller del artista José Fiol: una obra con fuerte carga conceptual y una ejecución impecable
Colores explosivos al servicio de un mensaje hipertextual de varias capas
Lo primero que tengo que decir es que hacía mucho tiempo que la obra de un artista no me sorprendía tanto, no me golpeaba e incitaba a reflexionar así, no me absorbía de una manera tan intensa. Y lo digo de entrada porque no creo que sea bueno ni necesario ir con medias tintas, a estas alturas de la película. Si un artista te impacta y te interesa, y crees que lo que hace merece la pena, no hay por qué ir midiendo las palabras, organizando una estrategia dialéctica para que no parezca que la entrega de uno es total, etc.
En mi caso, que no tengo ninguna implicación con ningún organismo dedicado al lucro del mercado del arte ni nada parecido, que tengo autonomía total de pensamiento, lo que voy a intentar transmitir de la obra de este enorme artista es mi admiración, recién aparecida, ante una obra que creo merece la pena y que por diversas circunstancias se me había quedado hasta ahora varada en una cuneta inexplorada.
José Fiol (Mallorca, 1978) es un artista que ya atesora un relevante número de exposiciones, tanto individuales como colectivas, y de reconocimientos, entre otros el premio Sant Marçal convocado por el Ayuntamiento de Marratxí el año pasado (que es el que ha hecho que lo conozca mejor, al coincidir en el jurado del de este año). En la actualidad, está en la galería palmesana Fran Reus, donde ha realizado varias exposiciones individuales, ha ido a ferias (ARCO, por ejemplo) y tiene previsto una nueva intervención para el próximo mes de noviembre.
La obra de Fiol se sustenta siempre en un arduo trabajo previo, que confiere a cada una de sus imágenes una carga conceptual de gran calado. Su investigación plástica se centra en la manera en que la imagen viaja a través del tiempo y del espacio, y las formas que tiene de incidir en la realidad una vez realizado este tránsito. Un ejemplo: un retrato de Mao Tse-Tung realizado por Andy Warhol, que en 1982 había visitado Pekín, ha sido adquirido recientemente por un coleccionista chino, años después de que el gobierno asiático hubiera vetado, en 2013, la entrada en el país de los retratos de Mao ejecutados por el artista norteamericano por considerarlos irrespetuosos al haberse maquillado, sobre todo los labios del retratado, como una mujer. La misma imagen, por tanto, tiene un muy distinto impacto dependiendo de su viaje en el tiempo y en el espacio.
De hecho, y a raíz de una residencia en China, José Fiol ha trabajado con este icono, con toda la carga simbólica que lleva tras de sí. Y ése es el inconveniente a la hora de apreciar al cien por cien su obra: que se requiere un conocimiento profundo de todas las implicaciones históricas, sociales, culturales en general que carga cada una de las imágenes que han sido introducidas en la pieza.
La residencia china de Fiol ha dado para varios proyectos, uno de los cuales rescata la célebre política de distensión entre Estados Unidos y China en tiempos de Nixon conocida como la «diplomacia del ping-pong». Un enorme lienzo en el que aparece, en el marco de una recreación del despacho de Mao conocido como «habitación roja», la mujer de Nixon, una mesa de ping-pong a modo de escritorio, una réplica del retrato del dirigente chino realizado por Warhol, etc., todo ello, como es habitual en el trabajo de Fiol, utilizando colores muy explosivos, con trazos firmes que no admiten dubitaciones ni matices intelectivos, constituye una composición repleta de citas y de mensajes subliminares, una enorme carga conceptual, como vengo diciendo.
En su taller palmesano he podido ver piezas de otros proyectos, como el de las cabañas para la reflexión, de la que forma parte el lienzo con el que fue premiado en la convocatoria de Marratxí del año pasado. Se trata de pequeñas construcciones realizadas por distintos personajes a fin de dedicarse a la meditación. En la serie figuran diversas cabañas, desde la célebre de Wittgenstein en Skjolden, Noruega, hasta la no menos renombrada de Unabomber en Montana, que fue el origen de los envíos de sus cartas-bomba a altos ejecutivos de compañías aéreas y universidades privadas norteamericanas. Una reflexión sobre los lugares específicos para la alta reflexión, es decir, un proyecto hipertextual, si así puede referirse a este tipo construcción de palimpsestos conceptuales.
Otras obras de su taller recogían una investigación en torno a las teorías de criminología y fisonomía de los asesinos según las tesis cercanas a las de Cesare Lombroso. En su proyecto, que ha derivado en una serie de xerigrafías realizadas en los talleres de la Fundación Miró de Palma, Fiol investiga el rostro posible del asesino de Jean Jaurès, el político francés pacifista cuya muerte propició la entrada de Francia en la Primera Guerra Mundial. Se acusó a Raoul Villain, aunque después, en 1919, fue absuelto por falta de pruebas, y se exilió en Ibiza, en Cala San Vicente, donde fue conocido como «el loco del puerto» hasta su asesinato en medio de la guerra civil española. La búsqueda de la fisonomía del verdadero asesino de Jaurès es el motor de este proyecto fascinante.
En definitiva, el trabajo de José Fiol, de una factura plástica impecable, contiene una carga conceptual de enorme calado que convierte a cada pieza en una aventura excitante tanto para el cerebro como para el ojo del entregado espectador.