Philharmonie Frankfurt y Vadim Tsibulevsky, espectacular noche de cuerdas
El Auditórium acogió el concierto de la orquesta de cámara, que compartió escenario con el violinista Tsibulevsky
Fue una clase magistral de cuál debe de ser la predisposición de todas las secciones de cuerda
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Hay dos acontecimientos anuales que no suelo perderme. La entrega de las Medallas de Oro y Premios Ramon Llull del Govern balear y la entrega de los Premios Princesa de Asturias, ya desde los tiempos del príncipe Felipe.
El 28 de febrero no quedaba otra que elegir entre la televisión en directo o el concierto de la orquesta de cámara Philharmonie Frankfurt en el Auditórium de Palma y opté por lo segundo. Siempre queda el diferido para celebrar el don de la ubicuidad.
Pese a que este conjunto de cámara se formó en la prepandemia, en el año 2019, desde el primer momento se hizo un hueco en la agenda internacional y no es para menos dada la emocionante inspiración que siempre acompaña a sus directos, donde la cuerda es intensamente frotada. Además, la ocasión lo merecía al compartir escenario el violinista Vadim Tsibulevsky, el de la foto. En la primera parte intervino en la melodía para violín Souvenir d’un lieu cher, de Tchaikovsky, así como el Concierto para violín en re menor de Mendelssohn. Un solista elegante en sus formas y preciso en las notas.
Me he referido a la cualidad de Philharmonie Frankfurt, en lo referido a esa exquisita intensidad al frotar las cuerdas el conjunto, que en esta ocasión lo formaban cinco primeros violines, tres segundos violines, tres violas, dos chelos y un contrabajo. No hacía falta más y eso que cerraron velada con la Serenata para cuerdas Opus 48 de Tchaikovsky, para cuya ejecución el compositor dejó por escrito su deseo expreso de que «cuantos más músicos en la orquesta de cuerdas, más estará en conformidad con los deseos del autor». Probablemente. Aunque las maneras exhibidas para enfrentar esta célebre sonata me transportó a la pasada edición del Festival del Puerto de Sóller, y más en concreto al concierto inaugural el 28 de septiembre, donde la Camerata RCO, formada en esta ocasión solo por diez profesores de la plantilla de la Royal Concertgebow Orchester (RCO) eran bien capaces de enfrentar la Sinfonía número 4 de Bruckner, dirigidos por Rolf Verbeek, autor asimismo de los arreglos para orquesta de cámara.
Desconozco si entre el público había alumnos de cuerda del Conservatorio Superior de Baleares, pero de haberlos, sin duda alguna estaban recibiendo una preciosa clase magistral de cuál debe de ser la predisposición de todas las secciones de cuerda en una orquesta con manifiesta personalidad.
Volviendo a Philharmonie Frankfurt, por cierto dirigida por su titular, Juri Gilbo, el programa y los bises contenían asimismo algunas delicatesen. Sin ir más lejos Tres miniaturas para orquesta de cuerdas y en el primer bis, Polka. Las miniaturas eran la única inmersión en el siglo XX, asimismo el primer bis, ambas composiciones de la década de los 80 del siglo pasado.
La pieza mínima de Sulkhan Tzintzadze, georgiano pulido en la música de cámara y ensalzado por la Unión Soviética al contribuir abiertamente a consolidar el estilo georgiano entre las músicas minoritarias de la URSS, en sus tres miniaturas para música de cuerdas, de gran vitalidad rítmica, lleva a dialogar los cánones de la música clásica con elementos del folclore de Georgia. Las miniaturas, en especial para cuarteto de cuerdas, abundaron entre sus composiciones entre los años 1951 y 1991.
Es probable que incluir en el programa una pieza de Tzintzadze fuera una elección personal de Juri Gilbo, nacido en San Petersburgo el año 1968, y lo mismo volvería a pasar con el primer bis, original de Alfred Schnittke. Ambos compositores desarrollaron su carrera en la Unión Soviética, los dos además frecuentaron las bandas sonoras y en el caso de Schnittke se da un cierto paralelismo con Dmitri Shostakóvich, ambos reprendidos al desviar su trabajo de las directrices del realismo socialista.
Polka, dedicada al insigne director soviético Guennadi Rozhdéstvenski, es un allegretto fechado en 1980 y forma parte de las innumerables músicas incidentales que compuso. Originalmente es una pieza para violín y piano.
En los arreglos para orquesta de cuerdas participa de la vitalidad rítmica exhibida por Tzintzadze en sus miniaturas. Por cierto, recomiendo ver la versión para violín y acordeón que grabó Daniel Hope en compañía del acordeonista Aydar Gaynullin, en aquellas celebradas sesiones a puerta cerrada durante el confinamiento de la pandemia. Hope, además, dejó buen recuerdo a su paso por dos ediciones consecutivas del Festival de Pollença cuando Joan Valent era su director artístico. En especial su recreación de Las cuatro Estaciones de Vivaldi, en la primera parte la versión clásica y en la segunda esa revisión de Max Richter, que le acompañó en escena.
Acabo celebrando que los Premios Ramon Llull de este año se acordasen por partida triple de las artes escénicas, reconociendo a la actriz Victoria Luengo, al cómico Agustín El Casta y a la Escuela de Música y Danza de Mallorca Bartomeu Ensenyat i Estrany en su 50 aniversario.
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